Revista Viajes
Después de pasar tres noches alojados en el sur de Bali, y tras contemplar dos de sus templos más famosos, sus estupendas playas de Jimbaran, de Kuta y Legian, y de tener una primera toma de contacto con la gastronomía de Indonesia, había llegado el momento de trasladarnos a la vecina y bastante más desconocida Isla de Lombok. Ese día nos tocó pegarnos un madrugón, venían a buscarnos una furgoneta de la compañía de barcos BlueWater Express Boats para trasladarnos hasta el puerto de Serangan. Desde ese puerto embarcamos en una de las lanchas rápidas rumbo a Lombok. Al principio la navegación fue bastante plácida, mientras navegábamos por las aguas abrigadas por la costa sureste de la Isla de Bali, pero al abandonar éstas los pantocazos en el casco y los rociones de las olas fueron constantes. Aún así fue una preciosa navegación de dos horas y media.
Avistamos las costas de la Isla de Lombok antes de medio día. Lo que más llamaba la atención era la imponente silueta del volcán de la isla, el Monte Rinjani, una mole de 3.720 metros de altitud semi cubierto por las nubes. El día anterior tuvimos la precaución de ponernos en contacto con nuestro hotel en Lombok y pedir a Maya que nos enviara un coche a buscarnos al rudimentario embarcadero de Teluk Nara. Ya habíamos leído que en ocasiones puede ser muy complicado encontrar transporte en esa playa, y de hecho muchos de los viajeros que vimos tenían un transporte contratado esperando. En fin, que en poco más de media hora ya estábamos en nuestro hotel en Senggigi.
Una vez instalados en nuestra habitación decidimos comer unos platos de nasi goreng ya que se nos había hecho algo tarde. Tras la comida y un rápido bañito en la piscina para refrescarnos, nos fuimos en busca de la pequeña localidad de Senggigi, uno de los pocos enclaves con algo de infraestructura para el turista. En un principio fuimos dando un paseo por la carretera costera que separaba el Sunset Lavinia de Senggigi -unos cuatro kilómetros- pero que serían más duros debido al implacable sol. Así que la solución fue parar a una vieja furgoneta y por unas cuantas rupias que nos acercara hasta el pueblo. Antes de subir al cacharro azul tuvimos la oportunidad de ver de cerca las destartaladas cabañas donde viven muchas familias, y cómo no, las largas y solitarias playas que abundan en cada ensenada.
La playa de Senggigi recorre toda la extensión de la bahía del mismo nombre. Queda dividida en dos por un pequeño embarcadero y una parte de ella sirve de estacionamiento en la arena de las barcas de pesca locales. Bordeada de altas palmeras, a pie de playa dos resorts dan servicio a los sedientos amantes de los baños de sol.
No suele ser demasiado habitual ver en países musulmanes del sudeste asiático a la población local disfrutando de la playa, pero aquí si que vimos alguna que otra familia, aunque eso si, las mujeres vestidas completamente. También al sur de la bahía de Senggigi, aprovechando el rompeolas y la zona de poca profundidad entre rocas, muchos locales buscaban moluscos y crustáceos entre los salientes y las rocas sumergidas. Al fondo un grupo de pescadores con caña pescaban con más de la mitad de su cuerpo metido en el agua.
Las olas que se formaban frente a la escollera de piedras eran aprovechadas por surferos locales. Estuvimos largo trato contemplándolos y viendo la vida cotidiana de muchos de los habitantes de Senggigi. Además la noche anterior nos desvelamos y apenas conseguimos dormir un par de horas, lo que unido a tuvimos que madrugar para trasladarnos a Lombok,nos había dejado hechos polvo. Parece como si el jet lack se nos hubiera instalado tres días después de aterrizar en Bali.
Tras vagabundear y vaguear toda la tarde por los alrededores de Senggigi nos instalamos en una de las mesas del resort situado a pie de playa y nos dispusimos a disfrutar del espectáculo del atardecer. El sol lentamente cayendo sobre el horizonte y las últimas barcas de pescadores locales aprovechando los últimos rayos de sol y apurando sus capturas. Y nosotros sin perder detalle de la escena con unas frías cervezas aprovechando la hora feliz. Y precisamente...¿Qué más se necesita para ser feliz?
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