Estuve en el Globe Theatre de Londres en junio de 1997, en uno de los conciertos inaugurales que dirigió Philip Pickett con el recién creado conjunto The Musicians of The Globe. Era un espacio recién creado en el Bankside londinense y con el que se quería recuperar el mítico teatro donde William Shakespeare estrenó la mayoría de las obras, y que estaba siutado a apenas unos metros de donde se alza ahora la nueva construcción. Arropado por otros destacados espacios culturales (la Tate Gallery o el National Theatre), el Globe se ha asentado desde entonces como una referencia indispensable de la activa escena londinense, y cada verano se representan varias obras al estilo de cómo se hacía en los siglos XVI y XVII.
Asistir a una función en el Globe Theatre es una experiencia extraordinaria que recomiendo a todos los teatreros. En primer lugar, el entorno es fantástico, y el paseo por la orilla del Támesis, siempre que el tiempo sea benévolo, resulta muy agradable. Mientras me acercaba al Globe, el viernes pasado, para asistir a la matinée de All's Well That Ends Well, de Shakespeare, me acordaba de Tamzin Townsend, que en Madrid echa de menos el ambiente que se vive en los teatros públicos ingleses, donde la representación es, a menudo, la columna vertebral de una jornada con otras varias actividades lúdicas y culturales. En el Globe se respira esa atmósfera especial, y desde mucho tiempo antes de que comience la función los alrededores del teatro son ya un hervidero de gente.
Las representaciones del Globe tratan de reproducir las que se llevaban a cabo en la época de Shakespeare (aunque con la presencia de mujeres en escena, entonces algo prohibido). El recinto es circular, con un escenario rectangular pegado a la circunferencia, del que parte un pasillo que divide el patio. En esta zona el público sigue de pie la obra, y existe también una galería con capacidad para cerca de 875 espectadores. En un balcón sobre el escenario se sitúa la orquesta, un elemento imprescindible en este teatro.
All's Well That Ends Well es una de las producciones que ha presentado el Globe este verano (la última función será el domingo), y ha cosechado un notable éxito, con excelentes críticas. Su equipo artístico lo componen el director John Dove, el diseñador Michael Taylor y el compositor William Lyons. El espectáculo, basado única y exclusivamente en la palabra y el movimiento, es una joya, con un exquisito grupo de actores que dominan a la perfección el singular estilo del teatro isabelino inglés; entre ellos Sam Cook, Sam Crane, Janie Dee o James Garnon. Poco importa no entender apenas el verso de Shakespeare (culpa del espectador, no del actor, con una dicción primorosa), porque todo lo que hacen y dicen tiene una expresividad que supera la barrera del idioma. La función es una auténtica fiesta... ¿Y qué otra cosa es el teatro sino una fiesta?