Billy Elliot fue el primer título que mi sobrino Pablo me dijo que quería ver en Londres. No me extrañó, porque conoce bien la película de Stephen Daldry, le apasiona la historia y ha escuchado varias veces la música de Elton John. Yo ya había visto la obra hace unos años, pero no me importó repetir. Creo que Billy Elliot es uno de los musicales más importantes de los últimos años, uno de los títulos que dignifica el género y que gusta -¡qué paradoja!- incluso a aquellos que reniegan de los musicales; lo que viene a reforzar mi teoría de que no hay género malo.
Billy Elliot es un musical ejemplar. Cuenta con varios de los creadores de la exitosa película: el libreto y las letras son de Lee Hall, el guionista del filme, y el director es también Stephen Daldry. A ello se suma la espléndida partitura de Elton John, que ha encontrado en el teatro musical un magnífico medio de expresión, y que escribió para esta obra canciones tan bellas como Electricity o The letter. La historia de Billy, el adolescente que quiere bailar y que pelea por ello dentro de un entorno familiar y social contrario -¡cuántos bailarines han tenido, y tienen todavía, que pasar por esta situación!- se entremezcla con la complicada situación económica de una localidad minera británica en los años ochenta, con Margaret Thatcher en el poder... El resultado es una apasionante pieza teatral, dramática, vital, convincente, con una magnífica música. Daldry no renuncia al gran espectáculo, construye escenas de gran aparato escénico y coreográfico, corales o individuales... Pero siempre con la mirada puesta en la historia, con la intención de saber más de ese joven y de ese opresivo entorno, y aliviando con humor (la abuela, Michael, el número de Merry Christmas, Margaret Thatcher) la oscura narración.
Pero... Nada de esto sería posible sin un protagonista de un nivel extraordinario. El personaje de Billy Elliot exige de un actor, cantante y bailarín de entre doce y catorce años, que además de todo ello tenga carisma. Algo realmente difícil, no me extraña que los productores hagan audiciones constantes y sometan a los futuros Billys a una intensiva preparación. Billy Elliot es un delicado castillo de naipes y si la última carta, la del protagonista, no se coloca bien se puede derribar sin remedio. Afortunadamente, en la función que vi interpretó el papel Josh Baker, un prodigio que convierte el personaje en una auténtica fiesta, especialmente en su faceta de bailarín. Definitivamente, Billy Elliot es una muy buena razón para pasar la tarde en el teatro.