Estos seis artículos sobre Londres fueron publicados originalmente en 1931 para la revista Good Housekeeping, por entregas. El primero de ellos se creía perdido, hasta que se localizó en una hemeroteca y por fin pudo publicarse la colección completa. Precisamente ese primer artículo, "Retrato de una londinense" es el que a mi juicio condensa a la perfección la esencia del libro. Puede que lo haya releído unas diez veces, es sencillamente encantador. En él se habla de la señora Crowe, que vive en una perfecta casa típicamente londinense y reúne cada tarde a una variopinta colección de invitados que acuden a tomar el té. Empieza así, y el resto no defrauda:
" Quien no conozca a un auténtico cockney, quien no pueda alejarse de las tiendas y los teatros para torcer por una callejuela lateral y llamar a la puerta de una casa particular, no puede jactarse de conocer Londres.Me encanta cuando explica de esta forma tan sutil el carácter londinense, las maneras en general inglesas, esa forma de proceder en sociedad que tanto difiere de la española:
" Lo cierto es que no buscaba intimidad, sino conversación. La intimidad tiende a engendrar silencio, y la señora Crowe detestaba el silencio. Necesitaba sentirse rodeada de una conversación amplia y general. No debía ser demasiado profunda ni demasiado ingeniosa, pues si se adentraba excesivamente en cualquiera de aquellos derroteros, sin lugar a dudas alguien se sentiría excluido y acabaría sentado con su taza de té sin decir esta boca es mía.Al parecer, Virginia Woolf se documentó bien antes de la redacción de cada artículo, visitando los lugares de los que debía hablar, de modo que captase su esencia de la forma más precisa posible. Está escrito de una forma tan delicada, minuciosa y elegante que, además de transportar al lector rápidamente a todos esos lugares, la lectura supone un paseo por una forma de escribir que ya parece haberse perdido.
He disfrutado mucho de la breve descripción de la casa de Keats en Hampstead ("es preciso concluir que en Hampstead siempre es primavera"), un lugar que aún no he visitado pero algún día lo haré, a pesar de conocer bien los escenarios en los que transcurrieron sus últimos meses de vida en Roma.
Es curioso que sea Virginia Woolf quien haga de cicerone por Londres cuando, precisamente, su nombre es sinónimo de Londres. De quién si no es el carácter que se respira al pasear por Bloomsbury, donde todo gira en torno al maravilloso grupo de intelectuales entre los que Virginia Woolf era el epicentro sin lugar a dudas: una zona donde además podemos dejarnos llevar muchos más años atrás y sugestionarnos con los vestigios de Mary Shelley en St. Pancras.
Y mirad qué hermosa explicación sobre "Londres" a cargo de sus editores: "Londres fluye en sentido contrario a la corriente del Támesis, arrastrando al lector a lo largo de la ciudad hacia el oeste, desde el bullicio de los muelles en su límite oriental hasta las oleadas de los compradores de Oxford Street, en Chelsea, en su parte occidental."
Hay muchos Londres, tantos como cada época, zona y mirada han dibujado. Yo creo que es inabarcable. A veces me ha fascinado y otras me ha dado la espalda, como sin ganas de ofrecerme gran cosa. Hay un Londres para cada uno en cada momento, y sin duda el de Virginia es digno de tener en cuenta y, a partir de él, perfilar el nuestro.