Revista Opinión
Parece sorprendente que nos dejemos cautivar por los personajes históricos de la cultura anglosajona y sin embargo seamos tan alérgicos a los de nuestra propia casa, a pesar de contener éstos un potencial extraordinario para convertirse en carne de celuloide. Hemos asimilado con naturalidad los iconos de la cultura estadounidense, pero aún seguimos viendo los nuestros como fantasmas de un pasado añejo. Existen importantes ejemplos de adaptación cinematográfica de obras de la literatura española (El perro del hortelano, de Pilar Miró; Alatriste, de Díaz Yanes; Los santos inocentes, de Camus), aunque no tantos que, a modo de biopic o recreación fabulada, traigan a la luz del cinematógrafo la vida y desventuras de nuestros escritores universales. El cónsul de Sodoma (Sigfrid Monleón, 2009), Teresa (Ray Loriga, 2007) o Miguel y Williams (Inés París, 2007) son algunos de esos exiguos casos, de irregular aceptación popular en taquilla. Más suerte y factura tuvieron los biopics pensados para televisión (Lorca, muerte de un poeta, de Bardem; Teresa de Jesús, de Josefina Molina), que lograrían entrar en los hogares españoles por la puerta grande.
La biografía de algunos escritores nos regala un suculento material de película. Imaginemos una película que ilustre el devenir de Valle Inclán, Antonio Machado o Cervantes. De este último realizó Vincent Sherman un infumable biopic en 1967, Inés París haría converger al manchego con Shakespeare en una comedia romántica sin sustancia ni gracia, y para de contar. En septiembre, llenando un poco este vacío, Andrucha Waddington -realizadora brasileña, autora de la excelente Casa de arena- estrena Lope, un biopic a libre albedrío sobre las aventuras amorosas del monstruo de la naturaleza. Extraña bastante que ningún director o productor haya tenido las luces y la voluntad de emprender el reto de llevar al cine la vida de Lope de Vega, no tanto por su indiscutible valía literaria, sino por la savia que se le puede sacar a su accidentada existencia.
Félix Lope de Vega y Carpio nace en una familia humilde. A pesar de ser un niño superdotado para las letras y estudiar en Alcalá para hacer carrera como clérigo, no se licenció como bachiller y preferiría enrolarse desde Lisboa en el ejército, etapa dudosa de su biografía. Pero donde más carnaza fílmica puede encontrar el espectador es en el catálogo de amores y desamores que el cántabro protagonizó durante su vida y de los cuales daría cuenta a través de sus obras. «Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo,... Quien lo probó lo sabe». De hecho, la obra literaria de Lope es en cierto modo una biografía velada. Lope es real, historia, pero también un personaje fabricado a su imagen y semejanza. No en vano los biógrafos dudan de los datos que él mismo aporta acerca de su origen y devenir. Algunos creen que pudo ser un converso (marrano) obsesionado con asimilar la cultura española con tal intensidad que vida y obra acaban derivando en una hipérbole del español de su época, mezcla de tópicos, lecturas y retazos de taberna.
Su primer amor, Elena Osorio (Filis en su ficción), duraría poco, al preferir casarse ella con un ilustre varón, sinónimo de futuro venturoso. De este fracaso, Lope difundiría unos ácidos libelos por los que darían sus huesos en prisión y su honra en destierro. «Una dama se vende a quien la quiera en almoneda está. ¿Quieren comprarla? Su padre es quien la vende...». A Isabel, su siguiente lance amoroso, prefiere raptarla y hacerla su mujer sin mediaciones, quizá escaldado por su anterior experiencia. «No quiso la lengua castellana que de casado a cansado hubiese más de una letra de diferencia». Pero Isabel muere de un mal parto y Lope regresa de su destierro a Madrid, donde sería acusado de amancebamiento -vivir con una mujer sin estar casados, para ser más claros- y pronto se casaría con Juana de Guardo, una dama basta y poco agraciada, pero de dote generosa. Góngora se reiría de Lope al comprobar cómo el gran genio del amor caía rendido ante el poderoso caballero, don Dinero, con igual pragmatismo que su ya olvidada Elena. Pero Lope no se conforma con Juana y decide también hacer suya a Micaela Luján (la Celia o Lucinda de sus obras), con la que tendrá cinco hijos. A partir de este momento el mito amoroso del Fénix de los ingenios se diluye y amplifica en múltiples leyendas y chismorreos de salón, asociando su persona con varias amantes, actrices casi todas. Este tren de vida le obligó a acelerar su prolífera carrera literaria, en busca de ingresos. No en vano Lope fue el primer escritor en la historia de la literatura española que exige derechos de autor.
Quizá hastiado por su destino -Juana muere después de un mal parto-, decide ordenarse sacerdote, aunque por lo que se sabe, sin oficiar mucha obediencia al voto de castidad. Marta de Nevares (Amarilis), una mujer de belleza exuberante y marido en las Américas, será su nuevo y último amor. Pero la desventura vuelve a cebarse con Lope. Marta queda ciega y muere loca años después, y no lejos en el tiempo un hijo suyo muere ahogado, dejando al escritor derrumbado y sin alicientes, apesar del reconocimiento del que empezaba a gozar. Solo y con una sola hija que le sobreviva, Lope muere en cuerpo para revivir, ave Fénix, en nuestra memoria a través de sus obras. «Quien no ama la vida, no la merece».Ramón Besonías Román