Revista Opinión

López Obrador, un "tonto contemporáneo" que puede hacer nuestro mundo más imbécil de lo que ya es

Publicado el 26 marzo 2019 por Franky
El presidente de México, López Obrador, pretende abrir la caja de los truenos al escribir una carta al rey de España, Felipe VI, y otra al papa Francisco exigiéndoles que pidan perdón por los abusos de la conquista de México, realizada con la espada y la cruz. Si el ejemplo cunde, el mundo se llenaría de exigencias de perdón por las invasiones, conquistas y guerras del pasado y se convertiría en un orgía de odio y rencor. Los españoles, franceses e ingleses exigirían a Roma que se disculpara por la invasión del Imperio Romano, los iraníes tendrían que romper relaciones con los griegos por haber sido invadidos por Alejandro Mágno y los españoles deberían exigir al mundo árabe arrepentimiento por haber conquistado España en el siglo VIII y haberla mantenido sojuzgada hasta 1492. Las cartas de López Obrador son más propias de un descerebrado que de un estadista moderno y la respuesta que merece es la que le ha dado España, conteniendo su indignación: La conquista de México "no puede juzgarse a la luz de las consideraciones contemporáneas". Quizás los mismos mexicanos, si no caen en la trampa del odio y el victimismo que su presidente está buscando para hacer más popular su presidencia, exijan a su mandatario que reclame antes el expolio de los Estados Unidos, que arrebató a México territorios del norte como Texas, California y otros, o que condene a los aztecas por su opresión y crímenes sobre otros pueblos mexicanos, como los traxaltecas. --- Quizás antes de exigir al rey Felipe VI y al papa que se disculpen por los abusos de la conquista de México, López obrador debería estudiar con independencia y seriedad aquellos acontecimientos y compararlos con lo que ocurrió en el entorno norte de México.

La arremetida de López Obrrador se produce cuando la leyenda negra antiespañola se está derrumbando en todo el mundo, gracias a que los nuevos investigadores de la Historia reconocen sus errores del pasado y la inquina antiespañola de pueblos como los anglosajones, holandeses, franceses y otros, que al sentirse derrotados y dominados por los ejércitos de España, respondieron tergiversando y falseando la Historia.

El presidente mexicano quiere que "se pida perdón a los pueblos originarios por las violaciones a lo que ahora se conoce como derechos humanos" y el gobierno de España ha respondido con prudencia que la conquista "no puede juzgarse a la luz de consideraciones contemporáneas".

España quizás tendría que haberle respondido otras verdades, como la de que personas como él (López Obrador), de raza indígena, existen porque México fue invadido por los españoles, ya que si hubieran sido otros europeos los conquistadores, como ocurrió en Estados Unidos, los nativos habrían sido exterminados y él, probablemente, jamás habría nacido.

López Obrador y los tontos que quieren ahora resucitar el pasado para sembrar odio entre países que cooperan y comparten idioma y otras muchas cosas deberían leer el artículo que escribió el 11/08/2017 por Kaw-djer, del que reproduzco algunos párrafos:

Si en el siglo XVI los grabados de Theodore de Bry sirvieron para condenar como criminales de guerra a los descubridores y conquistadores españoles, en el siglo XX una nueva técnica de comunicación, el cine, sirvió para darles el título de héroes a los anglosajones que exterminaron a las poblaciones indias de América del Norte.

Cualquier paralelismo que se proponga, o cualquier alusión al recurso fácil de que “todos fueron iguales” no es más que un prejuicio que se encuentra completamente al margen de lo que fue la verdad.

Los conquistadores anglosajones lucharon con una ventaja de 2 a 1 para ocupar América del Norte en 200 años. Los conquistadores españoles sometieron el triple de territorio en cuatro veces menos de tiempo y con una inferioridad numérica de 300 a 1, lo que hubiera hecho imposible la conquista de no ser por las alianzas de los españoles con los pueblos indígenas que era oprimidos, esclavizados e incluso utilizado como comida, por Aztecas, Incas, etc...

Los conquistadores anglosajones no crearon nada, simplemente aniquilaron a los indios y sus culturas, para más tarde recuperar sus territorios, a los cuales trasladaron sus formas europeas de vida. Los conquistadores españoles crearon un nuevo mundo mediante la fusión de las culturas europea e indígenas, algo que no se producía (ni se ha vuelto a producir) desde los tiempos del Imperio Romano. Los conquistadores anglosajones usaron sus armas para destruir una forma de vida. Los conquistadores españoles no necesitaron armas para crear una nueva cultura.

Los únicos indios en territorio de los actuales EEUU que no han sido exterminados ni deportados y que incluso conservan sus mismas tierras desde hace miles de años son los indios pueblas. La razón de este milagro se encuentra en que sus tierras están en Nuevo México, que fue territorio de la Monarquía española, y por tanto estos indios y sus propiedades estuvieron protegidos por las Leyes de Indias que promulgaron los reyes de España. Cuando Nuevo México pasó a formar parte de los EEUU, se hizo con la condición de respetar necesariamente los derechos y libertades de sus habitantes.

No es de extrañar que los indios pueblas, en pleno siglo XXI, gusten de lucir en sus fiestas populares la bandera española, y hasta que presuman de pertenecer al linaje de nuestro pueblo.

Las diferencias abismales que hubo entre los conquistadores españoles y sus colegas anglosajones no fueron diferencias causales, o meramente circunstanciales. La diferencia entre las conquistas llevadas a cabo por España y las de Inglaterra son conceptuales, ya que aunque ambos fueron imperios conquistadores, las intenciones que llevaron cada uno marcaron los modos y usos de la misma.

Mientras que los españoles buscaban la expansión de unos principios religiosos y culturales, los anglosajones se centraron con auténtico acerbo en la consecución de sus proyectos mercantiles, en los cuales quedaron reflejados los principios filosóficos y teológicos del protestantismo, sobre todo en su versión puritana, en estos proyectos mercantiles.

La colonización anglosajona, formada para expatriados protestantes que no eran tolerados por los anglicanos en Gran Bretaña, no pretendió formar una cultura mixta en América.

Para los colonos protestantes, los indios no eran unas almas esperando recibir la Fe, sino unos ingratos pecadores que no habían sabido rentabilizar las tierras y talentos que Dios les había dado. Así Dios, dolorido por tan ingrata actitud, había decidido readjudicarlas a sus fieles hijos anglosajones. En esta línea de pensamiento el mismo T. Roosvelt afirmaba: “Si se hubieran dejado a los indios, por humanitarismo, sus terrenos de caza, ello hubiera significado abandonar amplios contingentes de tierras a disposición de los salvajes; cosa inconcebible. No quedaba otra alternativa; había que desplazarlos…” Por su parte, Sheridan se ahorraba tantas explicaciones y lacónicamente sentenció: “Los únicos indios buenos son los que están muertos.”

Estas creencias se vieron más tarde reforzadas con las teorías científicas de Darwin. En todo el reino animal existían especies superiores y otras inferiores, estando las primeras destinadas por la ley natural a dominar sobre las segundas, y teniendo en cuenta que la ley natural la había creado Dios. Ello equivalía a afirmar que los blancos protestantes tenían la divina responsabilizar de gobernar sobre especies inferiores y paganas.

Estas creencias son la única razón por la que hasta mediados del siglo XX no les han sido reconocidos los derechos civiles a los indígenas de las antiguas colonias anglosajonas de América, Sudáfrica, Australia, etc., e incluso hoy día se les sigue sin reconocer el derecho a sus antiguas propiedades.

Los conquistadores anglosajones consiguieron hacer realidad lo que siglos más tarde no pudo Adolf Hitler: exterminar razas enteras, como ocurrió con los indios de América del Norte, o con los de Oceanía, caso este último, bastante más desconocido. En Australia había una población de unos 3 millones de indígenas, cuando llegaron los primeros ingleses con James Cook.

Un siglo después, su población apenas llegaba a los 60.000. El asesinato del aborigen se convirtió en un deporte de cacería que se podía practicar con fusil, con espada y al galope, o bien abriéndose el cráneo a golpe de estribo. Los aborígenes de Tasmania tuvieron peor suerte, pues fueron todos literalmente exterminados mediante el sistema de “Cordón negro”; una línea de 2.200 soldados cubría todo el ancho de la isla, mientras avanzaba batiendo a los indios, como si estuviesen en un ojeo de perdices.

Estos crímenes no deben entenderse como algo exclusivo de un pasado lejano, pues hasta 1960 era legal y estaba bien visto apartar de sus padres a los niños indígenas para llevarlos a trabajar en tareas domésticas, si eran hembras, o dedicarlos a las labores del campo, si eran varones. Sólo en Australia, en la primera mitad del siglo XX, unos 150.000 niños indígenas “tuvieron la suerte de ser trasladados de la barbarie a la cultura”, y según justificaba un político, “los aborígenes no tienes sentimientos como nosotros. Aunque hacen aspavientos, gritan y lloran, cuando nos llevamos a los niños, enseguida se olvidan y hacen una vida normal”.

LA "GUERRA NEGRA" EN TASMANIA

Esta expresión no alude a ninguna guerra, sino a la agresión cometida en Tasmania, a comienzos del siglo XIX, por los invasores británicos, en agravio de la población aborigen, para adueñarse de su territorio. Este genocidio fue promovido y recompensado económicamente, por el gobierno británico.

Ya en 1772, con el arribo de los primeros colonos europeos, los Tasmanos fueron convertidos en esclavos, tomados como fuente de placer sexual, fueron torturados y mutilados por los colonos invasores. Los colonos ingleses les daban caza y vendían sus pieles, a cambio de una recompensa otorgada por el gobierno. Los hombres eran asesinados; a las mujeres se las dejaba marchar con las cabezas de sus esposos atadas alrededor del cuello.

Los hombres que no morían de esa manera eran castrados, los niños morían golpeados y apaleados.

El inicio de la colonización británica en Tasmania, ocurrió en 1803, cuando los colonos británicos fundaron una colonia penal en la isla. Más tarde, en Diciembre de 1826, aparece en el diario Colonial Times, un artículo intitulado "Tasmanian advertiser", en el cual su autor escribía a la letra: "Lo decimos inequivocadamente LA DEFENSA PROPIA ES LA PRIMERA LEY DE LA NATURALEZA. EL GOBIERNO TIENE QUE RETIRAR A LOS NATIVOS. SI NO, ¡SERÁN CAZADOS COMO ANIMALES SALVAJES Y DESTRUIDOS!"

En 1830, el gobernador Arthur convocó a todos los "colonos" adultos y capaces, convictos o libres, para que formaran una cadena humana, que posteriormente se le conoció como la "línea negra" para batir Tasmania. Al igual que en una partida de caza, los colonos invasores registraron las zonas colonizadas, dirigiéndose al sur y hacia el este durante varias semanas, intentando acorralar a los aborígenes en la península de Tasman, cerrando Eaglehawk Neck, el istmo que conectaba la península de Tasman con el resto de la isla de Tasmania.

Arthur pretendía con esto, concentrar a los aborígenes en la península para que mantuvieran su cultura y lenguaje y permanecieran separados de los colonos.

Con estas medidas, en 1830, el número de aborígenes tasmanos se había reducido de unos 5.000, a tan sólo 220. Los sobrevivientes a este exterminio fueron instalados por los invasores ingleses, a viva fuerza, en las islas del Estrecho de Basss, en un campamento de la isla Flinders.

En el año 1847 los últimos 47 sobrevivientes de Wybalenna fueron trasladados a Oyster Cove, al sur de Hobart, en el sur-ese de la isla de Tasmania. El último sobreviviente nativo de este exterminio fue una mujer: se llamaba Truganini o Trugernanner, que murió en 1876. Entonces el genocidio, como señala John N. Gray, se dio por concluido.

El gobierno inglés jamás pidió perdón por este genocidio. En cuanto a los invasores ingleses, no solamente nunca fueron castigados por sus crímenes, sino que se establecieron, hasta hoy, como dueños absolutos del territorio usurpado a sus víctimas.

La Organización de las Naciones Unidas se muestra indiferente ante este genocidio histórico.

Francisco Rubiales


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