Rock & Roll Actitud
Este 2010 al que estamos a punto de darle esquinazo ha sido un año especial para José María Sanz Beltrán, más y mejor conocido como Loquillo, que está celebrando sus treinta años subido a un escenario, casi nada. Logroño era una de las últimas paradas de la interminable gira que le está llevando por la mayoría de ciudades del territorio español, y allí que nos fuimos dispuestos a disfrutar de la más emblemática figura del rock nacional.
El lugar escogido para el concierto era el polideportivo de Las Gaunas, un lugar que en los últimos tiempos se ha convertido en uno de los puntos más habituales para este tipo de eventos en la capital de La Rioja. El recinto no es muy grande, algo modesto y con una acústica mejorable, pero la verdad es que presentaba un aspecto inmejorable en los momentos previos al show. Entre el público, tres generaciones de rockeros que a lo largo de los últimos treinta años han elevado la figura del Loco a la categoría de leyenda viviente. Chupas de cuero, botas sacadas del armario para la ocasión y, creedme, más de un tupé expectante, deseoso de corear algunos de los himnos más importantes del rock español de las últimas décadas.
Loquillo no se hizo esperar y apareció en el escenario cuando apenas pasaban cinco minutos de la hora estipulada, acompañado por su banda actual y con el mismo -y único- aspecto que le recuerdo desde que yo era un niño. Sin mediar palabra, Loquillo y los suyos se pusieron a funcionar y no les hicieron falta más de un par de canciones para meterse a un público entregadísmo en el bolsillo. Treinta años sobre un escenario son suficientes como para saber lo que su público busca, y desde el primer minuto el Loco no escatima en sonrisas, guiños y bailes de todo tipo que te meten en el concierto al instante. Pocas, muy pocas veces he visto a un músico que consiga llenar el escenario de la manera en la que el de Barcelona lo hace, sabe hacia dónde debe mirar, cuándo y cómo en cada momento, y apenas le hace falta decir un par de frases cada cinco o seis canciones para que todo el mundo sienta que está participando en un concierto especial.
En cuanto a lo extrictamente musical, qué os voy a contar, él tiene una -excelente- banda de rock & roll en la que destacan por encima de todos los demás esos dos pedazo de guitarristas que son el torbellino Igor Paskual y el incombustible Jaime Stinus, que no escatiman en solos y posturas de esas que tanto se agradecen. Todo sonó genial, impecable, pero si he de poner un inconveniente diría que todo parece excesivamente estudiado y medido y que dejan muy poco -o más bien nada- lugar para la improvisación. En las casi dos horas que duró el concierto apenas se tomaron un respiro, como si fueran unas máquinas a las que después de haberles pulsado el botón de play no pudieran detenerse hasta el final, y se echó de menos algo de naturalidad.
Yo, que no puedo considerarme un loquillólogo como la mayoría de los asistentes -entre ellos mis acompañantes- disfruté mucho de la primera parte del concierto, pero reconozco que no fue hasta la parte final del mismo cuando de verdad comprendí el motivo que me había llevado hasta ese polideportivo. Después de la falsa retirada de rigor, Loquillo y los suyos volvieron a aparecer en el escenario con una colección de ases en la manga que llevó al público al delirio absoluto, y es que escuchar La mataré, Rompeolas, Rock & Roll Actitud, El ritmo del garaje y un apocalíptico Cadillac Solitario final es todo un privilegio y motivo suficiente para amortizar la entrada.
En definitiva, un muy buen concierto con momentos de esos que te reconcilian con tu niñez y adolescencia. El Loco es mucho Loco, y sólo hay que ver la manera que tiene de moverse, mirar o simplemente fumar para entender el halo a leyenda que va dejando a cada paso que da. Felices treinta años, caballero, que vengan treinta más...