Las entrañas de la tierra volvieron a vibrar. Una vez más, la lógica terrestre venció a las débiles estructuras materiales del ser. Después de dos meses de la tragedia nipona, los grados de Richter volvieron a subir dejando la huella de la tragedia en las estructuras emocionales de un pueblo castigado por el maleficio de la cifra de los “dos unos”.
Con la huella histórica borrada y el dolor irraparable de nueve vidas humanas, el nombre de Lorca se suma al discurso trágico de Haiti y Japón, pueblos alejados en el espacio pero hermanos empáticos en el duelo postraumático de los escombros internos.
Con los cimientos de la pirámide de Maslow en el suelo, miles de lorquianos duermen a la luz de la luna, envueltos en la manta de sus recuerdos con la angustia de recuperar sus sueños rotos.
La falta de cultura preventiva se ha hecho sentir en la leyes de la siniestralidad. La explicación de los accidentes por parte de la doctrina, nos invita a reflexionar sobre la causística multivariable de los siniestros y la necesidad social de establecer las correspondientes medidas preventivas.
La construcción salvaje de los últimos años y la maximización de los beneficios por parte de la ambición promotora, ha puesto de manifiesto la calidad precaria de estructuras jóvenes y seriamente dañadas por las vibraciones terrestres. En contraste con Japón, la cultura constructiva de occidente y la falta de concienciación antisísmica se suma como el principal factor de aquellas grietas evitables mediante técnicas arquitectónicas antisísmicas.
Desde las aulas se debería transmitir de forma transversal una “educación para la siniestralidad”, basada en evaluaciones de riesgos urbanos y prácticas humanas y simulacros de actuación ante posibles escenas de sacudidas sismícas. La salida de miles de lorquianos a la calle fue la principal causa de las vidas perdidas, ante la materialización del principal factor del riesgo de derrumbe.
La protección y refuerzo del patrimonio histórico sería la asignatura pendiente de todo gobierno para perseverar la historia de sus naciones, ante las probables y esporádicas sacudidas de las fuerzas terrestres.
La descoordinación en el reparto de ayuda humanitaria y la ineficacia habida en el terremoto de Haiti del pasado año, contrasta con la coordinación eficaz y masiva respuesta de solidaridad del pueblo español, como rasgo distintivo de la marca España.
La interrupción consensuada de la campaña electoral ofreció una imagen de civismo internacional y unión institucional donde las personas estuvieron unidas por encima de sus ideologías.
Sólamente la señora Aguirre y el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, siguieron con la campaña electoral y las ambiciones de poder en discordancia con el sufrimiento histórico del pueblo desolado.