Revista Cultura y Ocio

Lorca y Leonard Cohen

Por Igork



Poeta en Nueva York

Ilustraciones de Lorca

Federico García Lorca, en un estado de gracia sin igual, plasmó ese vendaval que es «Poeta en Nueva York». El libro de poemas representa un punto álgido en la poesía de todos los tiempos, aunque su recorrido y mil estancias resulten muchas veces crípticos y recargados de símbolos y referencias extratextuales.
No así en su poema pórtico, Vuelta de Paseo, un abrir la ventana a todo lo que vendrá.

Asesinado por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.
Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.
Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.
Tropezando con mi rostro distinto de cada día.
¡Asesinado por el cielo!


Hacia el final del poemario se encuentra este "Pequeño Vals Vienés", un fin de etapa, un fin de un mundo, un fin del amor. Leonard Cohen lo versionó con gran acierto en su fantástico disco “I'm your man”, bajo el título de “Take this Waltz”. Dejo el poema y el vídeo con la canción. Me encanta esa cítara o lo que sea del directo en Londres, que me recuerda a la música de Dr. Zhivago y a la guitarrilla del Love Will Tear Us Apart de Joy Division.
Pequeño Vals Vienés

En Viena hay diez muchachas
un hombro donde solloza la muerte
y un bosque de palomas disecadas.
Hay un fragmento de la mañana
en el museo de la escarcha.
Hay un salón con mil ventanas.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals con la boca cerrada.
Este vals, este vals, este vals,
de sí, de muerte y de coñac
que moja su cola en el mar.
Te quiero, te quiero, te quiero,
con la butaca y el libro muerto,
por el melancólico pasillo,
en el oscuro desván del lirio,
en nuestra cama de la luna
y en la danza que sueña la tortuga.
En Viena hay cuatro espejos
donde juegan tu boca y los ecos.
Hay una muerte para piano
que pinta de azul a los muchachos.
Hay mendigos por los tejados.
Hay frescas guirnaldas de llantos.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals que se muere en mis brazos.
Porque te quiero, te quiero, amor mío,
en el desván donde juegan los niños,
soñando viejas luces de Hungría
por los rumores de la tarde tibia,
viendo ovejas y lirios de nieve
por el silencio oscuro de tu frente.
¡Ay, ay, ay, ay!
Toma este vals del «Te quiero siempre».
En Viena bailaré contigo
con un disfraz que tenga
cabeza de río.
¡Mira qué orillas de jacintos!
Dejaré mi boca entre tus piernas,
mi alma en fotografías y azucenas,
y en las ondas oscuras de tu andar
quiero, amor amío, amor mío, dejar,
violín y sepulcro, las cintas del vals.

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