Si alguna vez tienes la oportunidad de correr los 101 Kilómetros de Ronda, recordarás la mayoría de los momentos vividos con el paso de las horas y los días. Pero habrá algo que se te quedará grabado para siempre: las sensaciones en la Cuesta del Cachondeo y la llegada a meta.
Comienzo hablando de la conocida cuesta. Tras abandonar el A20, el último avituallamiento, seguí avanzando a paso de tortuga. Cada vez miraba más el reloj. Eran las 9:45 y no paraba de preguntarle a todo el mundo, si quedaba mucho para la dichosa subida.
En el horizonte, el acantilado de la montaña y encima de este Ronda. Erigida majestuosa y bella, pero no inalcanzable. Buscaba alguna hilera de corredores, alguna señal que me indicase la distancia y el camino que me restaba, pero no lo veía por ninguna parte.
El sendero, no paraba de bajar y de girar alejándose de la ciudad. Me preocupaba, ¿hacia donde íbamos? ¿tiene sentido lo que estamos haciendo? Evidentemente, iba por el buen camino, pero sólo quería llegar. Una chica pasó por mi lado, le pregunté por la cuesta y me respondió lo siguiente: "la bajada termina en unos minutos, después toma fuerzas, llega la cuesta y después Ronda te lleva en volandas, venga ánimo". Me dedicó una sonrisa y siguió adelante.
Yo seguí con mi peculiar forma de bajar de lateral, buscando el famoso cruce que daría pie al "cachondeo". Unos diez minutos más tarde, llegó la bendición. El terreno se aplanó, pasamos junto a unas casas donde unos señores nos animaron y al fondo, el sendero subía.
Pero no sólo me aguardaba la bendita cuesta. Bajando por ella, a todo trapo, y con la "cabrita de la legión" de peluche, bajaba Marta sonriéndome. La campeona no sólo me acompañó durante el recorrido, sino que estaba dispuesta a hacerse la cuesta conmigo. Con dos ovarios.
¡Venga cariño, que lo consigues! Fue una maravilla y me facilitó muchísimo la subida. Los primeros metros, fueron de mentirijilla, porque volvimos de nuevo a bajar y volvimos a encontrarnos con un llano.
Le dije a Marta que me echase reflex de nuevo, y un corredor se paró también para pedirnos un poco. Estaba bien (dentro de lo malo). Hasta el punto de que Marta me preguntó que tal estaba, y empecé a remontar la cuesta agradeciendo que la rodilla doliese menos al subir.
Sentía los cuádriceps entrando en amago de acalambramiento. Seguí subiendo, charlando y contándole a Marta parte de los desniveles que habíamos afrontado. Contándole que la cuesta del cachondeo, no era nada en comparación con lo que habíamos dejado atrás.
El avance era lento pero constante. Eran las 10 de la mañana, y el ánimo de estar acompañado, junto a la certeza de que sería capaz de llegar a tiempo, me daban las últimas fuerzas. Marta me instó a llevarme la maleta o a que me apoyase en ella. Le dije que no. Quería lograrlo por mi mismo, con mis fuerzas, con mi cabezonería y asumiendo el esfuerzo que yo mismo elegí.
A mitad de la cuesta, empezamos a oír un grito que rasgaba el aire. Un grito con voz extranjera pero que te inundaba el alma. Que te hacía sonreír: "!La moral arriba, esto ya esta hecho. Venga la moral arriba, que esto ya esta hecho!".
Situado en una de las curvas, proyectando la voz hacia el infinito, un legionario con la piel negra como el tizón y una sonrisa de oreja a oreja, nos coreaba ese mantra cada pocos minutos. Su acento extranjero, la fuerza con la que imprimía las palabras, nos sacó una sonrisa. No sé si este señor estará ahí todos los años, pero sin dudas, fue lo más #epic de toda la cuesta.
Ya llegábamos. Cada vez las murallas, la zona cercana a la ciudad estaba más cerca. Agarrados de la mano, Marta y yo tomamos la última curva y entramos en Ronda. La gente animaba. Los marchadores, íbamos llegando a la zona en cuentagotas. Eran las 10:15, lo iba a lograr.
Llegados a este punto, te sientes aliviado, tranquilo, en paz contigo mismo. Te sientes satisfecho, orgulloso, impresionado. El avance por las calles de Ronda fue como el de un auténtico héroe. Disfrutaba de cada paso. En parte quería llegar y en parte quería beberme el momento.
Al pasar el Puente Nuevo, fue como ser recibido por un arco de meta majestuoso, plantado bajo mis pies. Pasar el ayuntamiento, la gente aplaudiéndote, dándote la enhorabuena y esos ojos con los que me miraban...esas miradas de orgullo, de emoción y de impresión hacia mi persona.
El pasillo final fue impresionante. Familiares, amigos, vecinos volcados con el evento y aplaudiéndome. Un grupo de legionarios sonriéndome, dándome la enhorabuena y animándome, "que ya estaba ahí". Las vallas de meta en el horizonte. ¡Que llego joder, que llego!
Le pasé la cámara de vídeo a Marta, le di la mano y le dije: "¿vamos a correr un poquito, no?". Ya no me importaba el dolor. Ni los pies, ni la rodilla, ni el cansancio, ni las más de 24 horas sin dormir. Eché a correr y la calle explotó en vivas. A pocos metros de la llegada, una voz familiar: "Vamos nene, que ya estás ahí, venga campeón". Era mi padre.
Me fui directo hacia él, me fundí en un abrazo intenso que se me hizo muy corto. Estaba ahí, mi padre estaba ahí, después de tantas horas, dispuesto a verme lograr este reto. Le pregunté por mi madre, y me dijo que me esperaba dentro. Le ví correr y perderse en el parque.
Seguí trotando y ya no pude más. La cara congestionada, el pecho dando espasmos, un suave lamento y las lágrimas brotando de mis ojos. Estaba llorando como un niño pequeño. Tantas emociones reprimidas, tanto dolor acumulado, tanto sufrimiento, explotó.
Entré en Alameda del Tajo, agarrado de la mano de mi compañera, trotando, entrando como se merecía esta carrera. Mostrándole al mundo que Ronda no había podido conmigo. Llegué junto al tercer y último control legionario. Pude tranquilizarme, pude parar.
Busqué raudo el pasaporte, perdido entre la mochila que me había acompañado durante más de 100 kilómetros. El legionario, orgulloso me lo firmó y me soltó un firme "enhorabuena, conseguido". ¡Que grande sois los legionarios joder!. Saludé a mi madre, y continué andando.
El speaker me animaba desde meta. Iba cojeando, y con cada cojeo se escuchaba por megafonía "vamos, vamos, vamos", al compás de mi pisada. Le dije a Marta que esperase. Llamadme loco, pero al ver el reloj, quise entrar en 23:27:10. Con sentido del buen humor y ya ilusionado, troté un poco y entré justo cuando el crono marcaba ese tiempo.
Al final, el speaker me paró y al preguntarme por la prueba, es curioso ver en el vídeo cómo paso de sonreír a ponerme totalmente serio. Se lo dije claro, la prueba es muy bonita, pero muy dura. Me dijo que si era muy hardcore, sonreí y le dije que sí. Me dió la enhorabuena y continué.
Al final del pasillo, más legionarios. Uno de ellos fue el que me colocó la medalla y un poco más adelante tras retirarme el correspondiente resguardo del pasaporte, me entregaron la codiciada sudadera de la prueba junto a la camiseta finisher.
Por último, fui hacia uno de los laterales donde estaba mi madre echándome fotos. Le di un fuerte abrazo, charlamos un poquito pero tuve que seguir adelante y salir de la zona de meta. Una vez fuera pude abrazar a mis padres con tranquilidad y respirar agusto: ¡Era Cientounero!.
Con estas entradas que he relatado, busco ayudar a los futuros participantes que tomen la decisión y tengan la suerte de participar en los 101 Kilómetros de Ronda. Cuando terminé la prueba, se lo dije muy claro a mis padres: no pienso volver.
Unos minutos más tarde, mi opinión cambió y les dije que volvería en unos años. A los pocos días, comencé a decir que me lo pensaría a corto plazo. Una semana después, me estoy planteando volver el año que viene. No me arrepiento de lo que hice. Jamás.
Pero también quiero dejar algo claro. Lo que hice, fue una absoluta locura. Dediqué muchísimo tiempo a entrenar para Ronda, dediqué muchísimas horas para buscar información. Pero ni mucho menos entrené lo suficiente, ni me documenté lo suficiente, ni tenía la experiencia como marchador suficiente como para ser capaz de lograr este reto.
Personas mucho más preparadas que yo. Personas que entrenaron más, con mejor equipación y planificación, con más experiencia que yo en el mundo del trail, cayeron. Por suerte, y por un par de cojones que le eché, conseguí llegar. Aprendí a conocer mis limites, y que puede superarlos si me esfuerzo y aprendo como deportista.
Así que: ¡Cuidado!. Los 101 kilómetros de Ronda no se parecen en nada a cualquier carrera que hayas podido realizar hasta la fecha. No es como correr "dos maratones y un poco más". No es apta para corredores que lleven poco en el mundillo. Es una prueba de montaña de dificultad muy alta. Y eso, no lo cambia ni el "where is the limit", ni los cojones, ni la ilusión por terminarla.
A nivel personal. Me llevo una experiencia impresionante. Aprendes mucho como persona y como deportista. Experimentas una montaña rusa de emociones. Vives un sinfín de paisajes y de lugares que por ti mismo, probablemente no visitarías.
Sufres, sufres mucho. Pero es una carrera digna de ser repetida. Es una carrera, cuya demanda está completamente justificada. Una carrera perfectamente organizada, cuidada al más mínimo detalle y que empapa del espíritu legionario. Sufrimiento y Dureza.
Volveré. No sé cuando. No sé si será el año que viene o el siguiente o dentro de 10. Pero volveré. Lo haré para volver a sentir el orgullo y la satisfacción de haber logrado algo impresionante. Lo haré para entrenar mucho más, y ser capaz de sufrir menos y disfrutar más. Volveré porque soy cientounero, porque correr es mi pasión y porque sé...que soy capaz.
Muchas gracias a todas las personas que durante meses me han apoyado en esta aventura. Gracias a los compañeros y amigos que me dejaron mensajes en los días previos, durante la carrera y que me dieron la enhorabuena después. Gracias a los legionarios, a las personas que conocimos en Ronda y nos ayudaron, a los marchadores que se preocuparon por mi.
Gracias a Marta, apoyo indiscutible sin el cuál no sé si habría sido capaz de terminar en buenas condiciones. Gracias a Juan, por sus consejos al igual que a todos aquellos cientouneros que también me proporcionaron información (Havié por ejemplo). Gracias a mis padres, que me esperaron durante horas en Ronda, ilusionados con ver cómo su hijo lo lograba. Gracias a todos.
Esta es mi historia. Una más, entre las miles de experiencias que viven los marchadores en los 101 de Ronda. Espero que te haya gustado. Si lees estas palabras y puedo ayudarte de alguna forma, no dudes en hablar conmigo. Sufrimiento y dureza compañero. Sufrimiento, y dureza.
Jamás un legionario dirá que está cansado hasta caer reventado. Será el cuerpo más veloz y resistente” y el Espíritu de Disciplina: “Cumplirá su deber. Obedecerá hasta morir.
Capítulo 1. Los 101 Kilómetros de Ronda. El Novato.Capítulo 2. Los 101 Kilómetros de Ronda. Dureza.Capítulo 3. Los 101 Kilómetros de Ronda. Sufrimiento.Capítulo 4. Los 101 Kilómetros de Ronda. Humildad.