Revista Solidaridad

Los 49 escalones de Chemita

Por Aparcamientodiscapacitados
Uno, dos, tres... Y así hasta 48. Los 48 escalones que separan a José María, Chemita, de la calle. Tiene 9 años y vive con sus padres, José Luis Boullosa y María José Barreiro, de 39 y 40, en un tercer piso de una finca sin ascensor, en Esparreguera. El caso de esta familia es tan duro que intentaremos explicarlo como lo haría Chemita. Sin adjetivos.
Los 49 escalones de Chemita
Porque una de las enfermedades de Chemita es el síndrome de Moebius, que le produce parálisis facial y ocular. No puede sonreír, parpadear, enarcar las cejas o mover los ojos. Siempre mira al frente. Impasible, sin mímica, su rostro no puede poner adjetivos.
El historial de este niño es un vademécum. También sufre hipotonía y disfagia. No tiene fuerza y debe comer por un botón gástrico. A los 6 años le detectaron un trastorno neurológico caracterizado por la debilidad progresiva de piernas y brazos. Apenas camina y debe ir en una silla de ruedas. Él pesa 22 kilos. Y la silla, una de las más ligeras del mercado (se importan de EE.UU. y cuestan 4.200 euros), 16.
En total, 38 kilos.Y 48 escalones.
José Luis y María José se enamoraron cuando eran unos críos. A pesar de su juventud, ya llevan 21 años juntos. En el 2001 se casaron y compraron un piso en el número 13 de la calle Beat Domènec Castellet, junto a la parroquia de Santa Eulàlia, en esta localidad del Baix Llobregat. No les importó que tuvieran que rehabilitar a fondo la vivienda, que estaba en muy mal estado. Ni que el inmueble careciera de ascensor. Ambos estaban acostumbrados a subir y bajar a pie porque proceden de familias que también viven en inmuebles sin ascensor (los padres de él, en una segunda planta de Cornellà; y los de ella, en una cuarta de Sant Vicenç dels Horts). Aún no había estallado la burbuja inmobiliaria. Pidieron una hipoteca de 110.000 euros. Les quedan 90.000 por pagar. Nunca se han retrasado en las mensualidades, aunque José Luis estuvo tres años en el paro. María José tuvo que abandonar su trabajo como administrativa porque desde que nació su hijo tiene que dedicarle las 25 horas del día.
El parto se produjo en Martorell el 19 de octubre del 2005, tras una gestación normal. A las pocas horas trasladaron al bebé en una UCI móvil al hospital Sant Joan de Déu de Esplugues de Llobregat. Cuando la pareja comenzó a descubrir los males de su hijo (todos físicos, no psíquicos), la falta de ascensor era la menor de sus inquietudes. Pero Chemita ha ido creciendo y...
Y aquí comienza el verdadero drama. Tantas subidas y bajadas han pasado factura a María José, que tiene una enfermedad degenerativa en las rodillas y artrosis en la cadera. Tres empresas especializadas han visitado la finca, pero la escalera es tan estrecha que es imposible instalar un ascensor interior. Tampoco uno exterior, porque la calle no lo permite.
La familia puso en venta el piso hace cinco años, pero ahora nadie está dispuesto a pagar lo que pagaron ellos. Han acudido a la caja de ahorros con la que suscribieron la hipoteca, la oficina 189, en la carretera de Barcelona, 12, en Sant Andreu de la Barca, para proponer una dación en pago. Quieren regalar el piso al banco y empezar de cero, pero sin arrastrar de por vida la hipoteca. Buscan una planta baja o, como ellos dicen, "un botón mágico". El botón de un ascensor.
De momento, la sucursal ha rechazado la dación en pago y les ha propuesto que vendan la vivienda por debajo de su valor. La única oferta que han recibido es de 70.000 euros. El dinero sería para la entidad, pero aún quedarían pendientes otros 20.000 euros de hipoteca. El subdirector de la oficina ha alegado que es demasiado dinero para autorizar una quita y ha pedido a la familia todos sus informes médicos para remitir el asunto a sus jefes.
Pasa el tiempo y Chemita sigue yendo a su colegio de Sant Boi de Llobregat, a terapia en Igualada, al médico... María José y su marido temen que el comprador se cansé de esperar y retire la oferta de 70.000 euros por un piso en la última planta de una finca vieja y sin ascensor. Uno, dos, tres... Y así hasta 48. Todos los días contando los escalones para descubrir que no son 48, como creían, sino 49. Se olvidaban del banco.
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