Traido de Scriptor.org
Marcello Pera, profesor ordinario de Filosofía de la Ciencia y ex-presidente del Senado italiano, es un hombre de cultura, agnóstico y laico. Serio y preocupado por las raíces culturales de Occidente, publicó en 2004 un libro co-escrito con Joseph Ratzinger (Senza radici), sobre Europa:
"Un'Europa affetta dal morbo del relativismo, un Occidente che non si ama, prigioniero ''in quella gabbia di insincerità e ipocrisia che è il linguaggio politicamente corretto'', insomma un grande continente senza radici".
Marcello Pera publicó una interesantísima carta al Director del Corriere della Sera, el pasado 17 de marzo: Un' aggressione al Papa e alla democrazia. Comenzaba así (en traducción al castellano):
Estimado director: La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. (...)
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. (...)
Ayer publicó en Il Tempo, un artículo titulado Tre lezioni sui laicisti e la Chiesa (Chi conduce la campagna contro la Chiesa non mira ai preti. Dietro l'attacco al Pontefice si rivela la guerra culturale ai valori giudaico-cristiani).
El texto, traducido al castellano, que reproduzco entero, dice así:
El objetivo de la campaña contra la Iglesia no son los sacerdotes. Tras el ataque al Papa se pone de manifiesto una guerra cultural a los valores judeo-cristianos. La batalla aún no está ganada y la guerra será larga y sangrienta, pero el primer asalto ha sido rechazado. Sobre el tema de la pedofilia, los cristianos y los católicos de todo el mundo, han comprendido algunas lecciones claves.En primer lugar. La reparación con actos de justicia eclesiástica y civil de los casos comprobados de pedofilia entre los sacerdotes no es el verdadero interés de quienes lideran la campaña. Si fuera así, se hubieran tomado posiciones similares en otros casos parecidos, o habría habido una reflexión sobre nuestras leyes cada vez más permisivas en cuestiones éticas. ¿Porque el maltrato infantil es un crimen horrendo y el asesinato de un embrión con una pastilla es un logro ‘civil? O ambos son crímenes, o quien hace la distinción entre uno y otro no se refiere al crimen en sí, sino que está hablado de otra cosa. Que los acusadores hayan pasado de repente desde la denuncia de casos individuales, a una acusación indiscriminada de la Iglesia como institución, ha mostrado que es precisamente esta otra cosa la que tienen en mente.
Segunda lección. Cristianos y católicos también se han dado cuenta de que la persona del Papa no es el objetivo de la campaña. Ya que si hay alguien que ha tomado en serio estos escándalos y los ha denunciado, ese es Benedicto XVI. No se le puede reprochar descuido, negligencia y mucho menos complicidad. Su predicación desde hace tanto tiempo, sus enseñanzas, su inequívoca doctrina, le han protegido siempre contra cualquier difamación o insinuación. Y la imagen visible de ese escudo protectivo es la ‘celestial sonrisa de Cristo’ de la que ha hablado el Cardenal Sodano, usando una expresión doblemente feliz, ya que reúne la manifestación de confianza que emana del rostro, también sufrido, de Benedicto XVI, con la serenidad interior de su ánimo.
Es un calvario al que el Papa está siendo sometido, pero que está logrando recorrer no tanto como una carga personal, sino mas bien como la prueba que todo verdadero cristiano deben superar cuando el ‘escándalo del crucifijo’ entra en el mundo. Es por eso que incluso aquellos que se aventuraron a pedir su renuncia como jefe de una supuesta ‘Altargate’ como Nixon en el ‘Watergate’, han tenido que admitir que él está libre de culpas. Así pues, incluso por este respeto es claro que el objetivo de la campaña está en otra parte.
Tercera lección. Católicos y cristianos han comprendido finalmente qué es ‘esa otra cosa’. Es la Iglesia y, más precisamente, su predicación y testimonio cristiano lo que molesta e inquieta. Con razón, el cardenal Sodano y otros han denunciado que la verdadera meta de la campaña de los laicistas es contra aquellos que defienden la vida, la persona, el matrimonio, la ética. Esta es la guerra cultural que atraviesa todo el Occidente en este momento de crisis moral. Por un lado, los que predican la libertad sin responsabilidad, la autonomía individual sin restricciones, la relatividad de los valores como fuente de todo valor; del otro lado están quienes sostienen que si la ética no contiene la verdad, entonces el bien es solo una palmadita en la espalda que cada uno se da cada vez que haya alcanzando su propio interés.
La contradicción que ahoga al Occidente es dramática y la espiral en la que se introduce es perversa. No puedes exaltar la libertad sexual, perdonar toda ofensa, bajar el nivel de cuidado, tolerar cualquier transgresión, ensalzar la homosexualidad hasta el punto de querer introducir el delito de homofobia, y luego escandalizarte por la pedofilia.
Si no hay sentido del pecado, lo que es moralmente lícito o ilícito acaba por ser determinado por la ley del más fuerte. Desagrada que estas lecciones no hayan sido bien entendidas por muchos laicos no creyentes. Y que ellos no hayan reaccionado, en primer lugar, contra de una campaña abiertamente anticristiana.
Si tuvieran memoria histórica de lo que representa el cristianismo para nuestra civilización, si tuvieran conciencia cultural del valor fundamental que proporciona a los mismos valores que dicen defender ellos, y si tuvieran la honestidad intelectual para admitir que la misma laicidad es un concepto propio del cristianismo, no extraño o impuesto, entonces, creyentes y practicantes y no creyentes, no se dejarían arrastrar a una guerra que si fuera ganada por quien la dirige, llevaría a la misma destrucción de la laicidad. O no se mostrarían unas veces desatentos y otras indiferentes con respecto a las cosas que están en juego.
También lamento que en estos malentendidos hayan caído incluso algunos miembros del judaísmo. Olvidar que Benedicto XVI ha cortado hasta la raíz cualquier excusa de antisemitismo, porque lo ha negado con la doctrina y no sólo con gestos ante los medios de comunicación; olvidar que Benedicto XVI es de los que más han hecho referencia al concepto de ‘judeo-cristiano’ y olvidarse que si el cristianismo se cuestiona también se hará con el judaísmo, es cometer un grave error de perspectiva histórica y cultural. Se puede pensar que el mundo aún tiene que reparar a los judios, y sobre todo se debe exigir que los actos de apoyo no se deben limitar a ceremonias en las que se derraman algunas lágrimas de ocasión, pero solicitar cada vez excusas a los que ya las han pedido en la forma y limites en los que uno puede excusarse, o pedir revisiones de episodios y personajes, o sentirse ofendidos por una analogía entre discriminaciones, como la realizada por el padre Cantalamessa, inocente y de buena fe ofrecida a personas como los judíos que pueden entender mejor que nadie esas discriminaciones, es una señal de arrogancia intelectual, que no se debería ver entre nuestros amigos, o de confusión entre cuestiones cruciales de civilidad y pequeños intereses de esta o aquella comunidad o de carrera de este o aquel personaje, que sería mejor no cometer.
Los laicos no hacen distinciones, porque no tienen escrúpulos. Si hoy salvan a unos para condenar a otros, es porque mañana se está preparando para invertir los lados del juego. La guerra que han declarado hace tiempo, requiere la unión de todas las fuerzas maduras y conscientes.
No Prevalebunt, ciertamente, pero son peligrosos.