Chile sangra por los ojos, mientras las balas buscan aquel pueblo que mira, que ve, ue siente, para que el status quo continúe beneficiando a los ricos y súper ricos, con una insolencia extrema. Colombia es un volcán social en ebullición (sin duda, el conflicto de Colombia tiene similitudes con la crisis chilena: la violencia estructural): los activistas de la oposición colombiana, los representantes de las comunidades indígenas y afrocolombianas, los estudiantes y los sindicalistas se sumaron a la movilización para exigir que las autoridades aumenten el salario mínimo de los jóvenes trabajadores, que mejoren la financiación de las universidades públicas y que se implemente el acuerdo de paz firmado en 2016. Ecuador, Chile, Bolivia, Colombia. Las calles protestan allá donde los puentes con las instituciones se han roto. Cada protesta tiene una causa específica, pero similares formas de expresión: hombres y mujeres que han perdido el miedo y se movilizan, sin necesidad de líderes, y con una represión policial violentísima: revientan ojos, fracturan cráneos, asfixian pulmones, desfiguran rostros, y cuando no bastan, balas.
Nuestro tiempo tien un enemigo huidizo, difícil de categorizar, sin nombre específico, sin sede definida, solo una ideología destructiva que avanza y ocupa todo.
El totalitarismo del presente, cada día más opresor a escala planetaria, es una tiranía sin rostro que nos borra a todos, quita la posibilidad de disfrutar de una vida que merezca ser vivida, en provecho exclusivo de una casta infame. Una tiranía global, cruel, asesina y abstracta.
Mercado libre para sociedades tremendamente desiguales en que la injusticia social es el hábito de oligarquías que utilizaron siempre las instituciones para defender sus privilegios.
En Chile, Ecuador y Colombia es una revuelta contra la apropiación del crecimiento económico por una minoría que además apenas paga impuestos y deja salud, educación y pensiones a la lógica del mercado. Hay conciencia clara de rechazo a un modelo económico hegemónico en las instituciones.
En Colombia los estudiantes piden acceso a la universidad, mientras disminuyen los recursos destinados a la enseñanza. Pero también las caceroladas y manifestaciones claman contra la crisis permanente de salud y las pensiones miserables que condenan a la indigencia a millones de ancianos. A las demandas sociales se une el clamor por la dignidad y el respeto de los derechos humanos, empezando por las mujeres y la libertad de decidir a quién se ama. Bogotá acaba de elegir alcaldesa a una líder lesbiana ecologista y humanista saludada con entusiasmo por la juventud.
Quizás algún ingenuo no encuentre relaciones entre los hechos.
Quizás algunos no tengan en cuenta que ONG "Igualdad Animal" grabó imágenes que despiertan algunas dudas sobre la posible conexión entre la deforestación y los incendios con la actividad agrícola y ganadera de Brasil, primer exportador mundial de soja: más de mil de camiones con soja saliendo de la Amazonía quemada. Quienes creíamos superada esa etapa hemos de aceptar que cuando hay un cambio del poder social (aunque se respete el económico) el último recurso de las élites es siempre el monopolio de la violencia. Desde los golpes del Estado hasta la quema salvaje del Amazonas.
La violencia en Bolivia tiene un origen distinto y más amenazante. Porque es un país en que el crecimiento económico de la última década ha ido acompañado de una reducción sustancial de la pobreza y una mejora de las condiciones de vida del conjunto de la población. Pero hubo al mismo tiempo una profunda transformación social: los indígenas llegaron al poder, con las cholas en primera línea de la instituciones del Estado y mayoría absoluta en el Congreso. La élite blanca no pudo tolerarlo: el conflicto en Bolivia es fundamentalmente racial. Aunque se apoyara la oposición en los brotes de corrupción en el Estado, la prepotencia del partido MAS y las maniobras de Evo para mantenerse en el poder, incluyendo, tal vez, fraude electoral. Pero Morales ofreció volver a repetir las elecciones y no presentarse. Aun así, la conspiración que ya estaba en marcha, incluidas manifestaciones populares orquestadas por líderes religiosos fundamentalistas.
Contra ese golpe estalló parte de Bolivia, tanto en las regiones cocaleras de Cochabamba como en El Alto, concentración de indígenas en La Paz. El ejército reaccionó disparando y matando, retornando a la siniestra historia de Bolivia, el país con más golpes de Estado en América Latina.
En la raíz del estallido latinoamericano, al que se podría añadir un Perú políticamente desestabilizado y un Brasil socialmente complejo y con un nazi en el poder, hay tres fenómenos entrelazados: una desigualdad social extrema; el fracaso, una vez más, de políticas neoliberales que imponen la lógica estricta del mercado no sólo a la economía sino a la sociedad en su conjunto, y la ruptura de la confianza ciudadana en las instituciones políticas.
Las ondas de choque del estallido actual latinoamericano podrían expandirse en tiempo y espacio, con consecuencias impredecibles (vale ver las noticias de hoy de la huelga en Francia).
Dicen los eruditos que en otrora batalla las fuerzas disgregadas en el campo, expuestas al peligro y la derrota, se reagrupaban al grito de “volver a la bandera”, allí donde flameara el estandarte sostenido con firmeza por los abanderados. Esa señal era el punto de encuentro. De reflexión. Un breve lapso para evaluar y trazar nuevas estrategias.
Vale la analogía, luego de que tanto tiempo nos han estado ganando por goleada y con el árbitro comprado. Valga la analogía para unirse y hacerle frente al antihumanismo con aquello que más teme: la solidaridad, la organización, la rebelión ante toda forma de violencia y opresión.
Existe una sensibilidad solo percibida por quien la experimenta: el amor por un país, por una historia común, por la comunidad, por el hermano.
Eso, los alienígenas lo desconocen. No está dentro de sus leyes de mercado.