Publicada en 1959, Los Altísimos es obra de Hugo Correa, periodista y escritor chileno que se centró en la Ciencia-Ficción, adelantando en sus ideas y planteamientos a vacas sagradas del género como Arthur C. Clarke, Larry Niven o Stanislaw Lem.
Es una historia de Ciencia-Ficción dura y de Anticipación, con componentes de aventuras e intriga, con una profunda reflexión filosófica sobre la humanidad, de inspiración platónica, y lo que se podría interpretar como una evidente crítica hacia las sociedades comunistas y su maquinismo.
Destaca la originalidad de su idea central, su planteamiento de complejidad creciente, su carácter pionero y su estilo expresivo y que alterna narración en pasado y presente.
Los Altísimos e se publica en 1959, tras revisar y ampliar una primera versión de 1951. Esto convierte a Hugo Correo en un pionero (es coétaneo, por ejemplo, del mismísimo Isaac Asimov) y nos mostrará una notoria capacidad para la Anticipación y para concebir historias y escenarios a gran escala.
Y es que la mejor forma de definir la estructura de Los Altísimos es decir que está escrita en capas. Es como una muñeca matroska, como una cebolla, pero en la que comenzamos por la capa más baja, para ir descubriendo, a medida que la trama avanza, que las implicaciones de la misma son cada vez mayores, y que partiendo de una escala local, los acontecimientos concluyen a escala intergaláctica, universal, con un alcance cada vez más amplio, complejo y ambicioso.
Todo comienza cuando Hernán Varela, operario en una empresa llamada Acomsa, tras ser ascendido a un cargo directivo por mediación de un misterioso empresario brasileño llamado Fernando Mendes, se despierta en una clínica sin saber como llegó a ella. Se le informa que está en la Clínica Polaca de Santiago de Chile. Tras confundirle continuamente sobre los motivos y el tiempo que lleva allí, se le dice que está en Polonia, para finalmente revelarle que en realidad está bajo tierra, en unas colosales instalaciones secretas. A partir de ahí las dimensiones de la nueva realidad de Hernán, ahora llamado «X.» no cesarán de aumentar, ampliarse y sorprendernos. «X.» sólo sabrá que Fernando Mendes era, en verdad, el anterior «X.», y que él debe, en lo sucesivo, ocupar su lugar para encubrir la incompetencia de los encargados de encontrar a «X.» y llevarlo de vuelta al lugar en el cual se encuentra él ahora.
Así, cuando la novela comienza, la Ciencia-Ficción tarda en llegar, y durante un tiempo parece una novela de intriga y espionaje, interpretable como una crítica al oscurantismo y la deshumanización de los regímenes comunistas, con el habitual argumento kafkiano del hombre que es secuestrado y se mantiene aislado e incomunicado para ir revelándole poco a poco la información de los motivos de su retención. Esta impresión es precipitada, y es necesario dejar que la novela transcurra para ir desvelando las citadas «capas» y ver como crece en ambición y en alcance. Es aconsejable darle tiempo porque todo va encajando y, una vez la Ciencia-Ficción irrumpe, es a lo grande.
Decir que la descripción del mundo subterráneo en el que transcurre la acción es magistral, y Hugo Correa crea todo un planeta dentro de otro, jugando con la hipótesis de una tierra hueca que alberga otra en su interior (de ahí la citada filosofía platónica, pues se juega con la idea de que no conocemos realmente el mundo en que vivimos, y que tal vez, sin saberlo, estemos dentro de otro mundo y no en la superficie como pensamos). Pero dijimos que Los Altísimos es una obra de Ciencia-Ficción dura y esta idea, que haría las delicias de los partidarios de la Tierra hueca, pronto cede paso a otra mucho más interesante y atractiva.
En este mundo, en el que Hernán - «X.» deberá vivir, a su pesar, es una perfecta transposición de las sociedades comunistas, donde prima el colectivo sobre el individuo, y todas las necesidades materiales están sobradamente cubiertas, pero se han sacrificado los sentimientos, las relaciones amorosas, familiares y de amistad, creando una forma de vida despersonalizada, desapasionada, deshumanizada y al servicio de la productividad. El maquinismo es evidente, y la dependencia de las máquinas y de la tecnología es total. La persona no importa, hasta el punto que han desaparecido los nombres, y los personajes se llaman simplemente «A.», «D». o «L.». El sexo ha perdido su carácter afectivo y es un mero acto físico sin significación. Las personas no necesitan trabajar (sólo hay una serie de Técnicos, con tareas especializadas asignadas) y no existe el dinero ni el ánimo de lucro, pero tampoco hay motivaciones ni incentivos para vivir.
Según los acontecimientos avanzan, iremos conociendo más y más detalles de este particular mundo, llamado Cronn, y de sus habitantes, que responden al nombre de Cronnios y que están supeditados al gobierno y designios de las máquinas, y no son dueños en absoluto de su destino, pues obedecen a la soberanía de Los Altísimos, quienes dan nombre a la obra y de los que tampoco hablaré para no destripar lo más jugoso del libro.
En el aspecto formal, está narrado en primera persona, alternando el tiempo pasado y el presente, y en sus reseñas de GoodReads se observa que esto produce rechazo en muchos lectores, que lo consideran confuso y árido (pese a que luego le otorgan puntuaciones muy altas). Se puede afirmar que es un estilo efectivo y para nada pesado. Muchas veces emplea frases cortas, separadas por puntos, con pocas conjunciones copulativas y muchas descripciones. Tiene un tono lírico, casi poético en ocasiones, poco habitual en la Ciencia-Ficción dura, y para mi gusto la forma de narrar le hace ganar enteros.
«A la distancia, otra ciudad corre en pos de Ernn. Las ciudades, dentro de los anillos, giran como en un carrusel que da la vuelta al mundo.»Estas descripciones son necesarias, y son precisamente lo que permite que nos hagamos una idea tan clara, tan vívida, del mundo que presenta Correa, de su composición en anillos, de sus ciudades unidas por trenes magnéticos, de sus multitudes avanzando en masa por enormes avenidas, de sus diferentes niveles...
«Mar adentro. Vuelo horizontal. Rodeado de lánguidas olas, aparece uno de los cráteres. Surge del océano como un caño trunco, con sus paredes externas verticales. Nuestra esfera emboca en él, y nos sumimos en la noche. Sólo los ágiles puntos de los magnetones perforan las tinieblas. Bajamos varios kilómetros. La esfera cambia de rumbo. Avanza en sentido horizontal y al hacer una curva, penetra en un túnel colosal, con un techo combado. Simétricos arcos luminosos lo dividen. Arcos que se achican a lo lejos y que irradian una luz azulina. Una multitud de vehículos de diversos tamaños —algunos enormes— se suceden por el piso de la caverna, que debe ser un gigantesco aeródromo.»El mundo de Cronn no tiene nada que envidiar, en magnitud y complejidad, al Mundo Anillo de Larry Niven (posterior en el tiempo), ni su sociedad de masas alienadas y dividida en castas inamovibles a Un mundo feliz de Aldous Huxley. Es gracias a sus descripciones, que tampoco son tan extensas, que nos lo podemos imaginar de una forma tan nítida, como si lo estuviésemos viendo. Abunda también en diálogos, y es a través de ellos que obtenemos las revelaciones sobre Cronn y los cronnios, casi siempre por boca de «D.», el particular Cicerón de Hernán - «X.» y encargado de introducirlo en su nuevo mundo y sus nuevas obligaciones como Técnico, a las que no puede sustraerse:
«¿Qué había sido de aquel Hernán Varela que, a los veintiséis años de edad, se aprestaba a conquistar el mundo? Helo aquí, contemplando un atardecer polaco, preparándose para representar el papel de otro. Sí, señor: Hernán Varela, X. ahora por obra y gracia de X., en la actualidad Hernán Varela por ingenuidad e inexperiencia de Hernán Varela, será un intrépido vigía. ¡Un centinela de la ciencia!»Pero no debemos quedarnos en los aspectos técnicos-científicos de la obra, porque tiene una profundidad filosófica muy notable, con la formulación platónica, la recuperación del mito de la caverna (que más tarde nos traerían una vez más obras como Matrix, Nivel 13 o Dark City), en la que Hernán - «X.» debe ir descubriendo la realidad poco a poco, ganando conciencia y entendimiento de forma progresiva (pero no hay «revelaciones», desvaríos misticistas o metafísicos). No conviene descuidar tampoco la reflexión del autor sobre las sociedades totalitarias y las consecuencias de supeditar la felicidad al crecimiento económico, a la tecnocracia y al maquinismo. La tecnología, para Hugo Correa, no tiene el carácter redentor, de panacea, que vemos en algunos otros autores.
Esta preocupación por las implicaciones sociales y la repercusión en el ser humano del uso indiscriminado de la tecnología, y el aspecto «mental» o «interior» de la historia, propios de la rama blanda de la Ciencia-Ficción, en combinación con sus abundantes ingredientes de la vertiente dura, hacen que este Los Altísimos sea, y más considerando la época en que fue publicada, una obra redonda y todo un ejercicio de Anticipación.
Datos de interés:
La primera versión, de 1951, fue revisada y editada en 1959. La segunda edición es de 1973, y se convirtió en una pieza de culto, difícil de encontrar, hasta su reedición en 2010.
Hugo correa no gozó del reconocimiento masivo en su país de origen. Pero el aval de, ni más ni menos, Ray Bradbury, que se deshizo en elogios hacia Los Altísimos le abrió las puertas del mercado internacional y, además de ver sus obras traducidas y leídas en muchos países, le permitió publicar en revistas como la Fantasy and Science Fiction o la española Nueva Dimensión (que, ahora desaparecida, llegó a ser reconocida en su día como mejor revista europea de Ciencia-Ficción), que le dedicó un número completo.
[Entrevista en Guioteca]
[Obituario en Emol]
[Documentos sobre el autor y otras obras suyas en Memoria Chilena]