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Los Amantes Pasajeros - Crítica.

Publicado el 24 marzo 2013 por Linkk @linkk_81
Es tan grande la tentación de imaginar qué ha querido hacer realmente Almodóvar en su última película, que no es difícil olvidarse de lo que realmente ha hecho. Centrémonos en lo primero: ¿Metáfora del estado actual de España, o tal vez break relajado en medio del momento de mayor intensidad dramática de su carrera? ¿Parodia de una sociedad erosionada por el desgaste, o regreso al cine que le hizo salir del anonimato? Es plausible imaginar el avión de la compañía Península como un reflejo de España, con la clase turista narcotizada por la tripulación, la élite entregada al hedonismo y el ridículo, y los pilotos llenos de mediocridad y secretos inconfesables.
Los Amantes Pasajeros inicia su metraje evocando todo aquello que incomoda a gran parte de los españoles. Con un cameo intrascendente de Penélope Cruz y Antonio Banderas en el aeropuerto, no tardan en aparecer el aroma cutre, la chapuza, la incompetencia y el tono ligero. Tono que, dicho sea de paso, es el elegido por Almodóvar para hablar de su país. ¿Reminiscencias o recurso fácil? Da la sensación que Almodóvar envía un difícil mensaje a los espectadores: el país, hoy por hoy, no da para más. El director manchego establece infinidad de -tópicas- conexiones con la realidad (una caja de ahorros quebrada, un directivo a la fuga, una vedette llena de secretos sobre el monarca, un aeropuerto vacío), y acaba construyendo una película desconcertante, cuyas principales limitaciones nacen en un punto que podría ser equidistante entre el resultado fallido de un propósito mejor, y la propia voluntad del director.
Agotamiento. Éste podría ser el término que mejor refleje Los Amantes Pasajeros. Son muchos de los momentos en los que la película se atasca, perdida en microhistorias que no funcionan -mención especial para el episodio de las ex-novias de Guillermo Toledo-. Ante un escenario tan pedregoso, Almodóvar se refugia en su yo más histriónico, y deja en manos del delirante trío de azafatos -Javier Cámara, Raúl Arévalo, y un inconmensurable Carlos Areces- los mejores momentos de la película. Es cierto que ya no sorprenden los comentarios sexuales, las salidas de armario, y la bofetada a la España más conservadora, pero no es menos cierto que es terreno conocido -y dominado- para el director manchego.
Es fácil imaginar Los Amantes Pasajeros como aquella película que olvidaremos al recordar la filmografía de Almodóvar. La mirada lanzada sobre España es la del pasajero de un avión: distante, a años luz de la calle, y con el periódico en la mano para ver de qué se habla en el país. Sólo el tiempo dirá si fue un capítulo fallido, un momento de descanso, o el intento de recuperar un tono transgresor cuando la vida te ha llevado por un sendero en el que ya no eres capaz de serlo.

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