La filmografía de Pedro Almodóvar había tomado en los últimos tres lustros senderos alejados de la comedia. El primer punto de inflexión fue la maravillosa Todo sobre mi madre que le valió muchos reconocimientos y a la que siguió su gran obra maestra (Hable con ella). Saltó a la infravalorada La mala educación y volvió a coquetear con la comedia en la excelente Volver, la película con más amplio consenso del manchego. A partir de ahí, su carrera volvió a dar otro giro de 180 grados con las incomprendidas y denostadas Los abrazos rotos y, sobre todo, La piel que habito. Ahora, Pedro ha querido regresar a la comedia pura y dura veinticinco años después de la gloriosa Mujeres al borde de un ataque de nervios.
Esos personajes transgresores, las historias inverosímiles y un reparto tan coral como entregado. ¿El problema? Ni estamos ya en los años ochenta ni su carrera estaba yendo por esos derroteros. Aún así, muchos son los que pedían a gritos una nueva comedia del cineasta y ha acertado a medias. Ha creado una buena comedia, pero queda el regusto de que el resultado podría haber sido mucho mayor con más garra y menos gratuidad, con más carcajadas y menos despelote, con más inteligencia y menos topicidad. Los amantes pasajeros se constituirá como una rareza dentro de la carrera de Almodóvar y un paréntesis en su evolución como cineasta. Estaba creciendo a marchas forzadas y ahora ha sufrido un leve tropiezo.
No es un genio en decadencia, ni mucho menos, aunque algunos van a quererlo ver así, más que nada por todos aquellos que no han sabido apreciar la belleza y creatividad de sus últimas obras magnas. Almodóvar se ha puesto la gorra de piloto y ha coordinado un equipo aéreo de alto voltaje: todo ello situado en el aire, pero con los pies tocando la realidad del país (la crisis económica, los casos de corrupción, el descrédito de la monarquía...). El telón de fondo de esta (multi)historia es una sátira de la España actual con la sociedad de a pie dormida y controlada por unos pocos que parecen vivir la vida sin límites; no deja títere con cabeza y, por primera vez, se atreve a lanzar un dardo punzante al mismísimo Rey. Otro de los mayores puntazos es el aterrizaje en un aeropuerto desierto: reflejo de esta España entregada al crecimiento desmesurado y un final de viaje a ¿ninguna parte? Seguramente, sea el momento de dejar esta realidad pasajera y cambiar las cosas.
Almodóvar se sirve de un trío protagonista excepcional: Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo. Saca de ellos lo mejor (merecen nominación a los Goya conjunta) y les entrega los mejores momentos de la película, entre ellos, el ya mítico y número musical de culto I'm so excited. La película gana muchos enteros con ellos, pero no solo por la brillante composición de los tres intérpretes, también porque sus personajes son originalmente fascinantes y se sostienen con unos diálogos frescos , ingeniosos y potencialmente divertidos. La fórmula perfecta para una gran comedia.
Combinación que también se apodera de los personajes de Cecilia Roth (espectacular como siempre) y Lola Dueñas (la chica Almodóvar más divertida de la última década). Esta última, por cierto, con el personaje más realista (si cabe esa acepción en ese avión), el contrapunto entre tanta locura y el único nexo con ese pueblo dormido. El gran problema de Los amantes pasajeros es que el resto de ellos no tienen la misma entereza y palidecen el resultado final; sus situaciones son enroncadas, cortan el ritmo de la película (no pocas veces) y causan hastío en el espectador. Eso sí, estos desbarajustes no impiden el lucimiento del resto del elenco, del primero al último (salvo alguna excepción).
Pedro Almodóvar se lo ha pasado pipa con su regreso a la comedia, los actores también -se percibe en el visionado- y el espectador que quiera -que se entregue libremente- disfrutará tanto como ellos. Los amantes pasajeros no tendrá relevancia en la obra del maestro manchego, pero sí habrá supuesto un entretenimiento tan lúcido como irregular y tan inteligente por momentos como pasado de vueltas en tantos otros. No es la gran comedia que muchos esperábamos, pero es una fiesta cinematográfica ideada por una pluma (en sus dos acepciones) inigualable.
Lo mejor: El monstruo interpretativo y cómico de tres cabezas formado por Cámara-Arévalo-Areces
Lo peor: Esperarse de ella más de lo que realmente es
Nota: 6