Revista Libros
Los amigos españoles de Oscar Wilde
Publicado el 12 febrero 2013 por Santosdominguez @LecturaLectoresJosé Esteban.Los amigos españoles de Oscar Wilde.Reino de Cordelia. Madrid, 2013.
La gracia de Benavente es la del maricón que murmura de los demás. ¿Usted no ha leído las comedias de Oscar Wilde? Pues bien, Benavente ha aprendido mucho en ellas. A no ser que el espíritu fraternal de los dos autores, la comunidad de vicios, les haya hecho pensar lo mismo.
Así utilizaba Pérez de Ayala la figura de Wilde para atacar a Benavente en una de las conversaciones que Alberto Hidalgo agrupó en 1920 bajo el título Muertos, heridos y contusos.
Lo recuerda José Esteban en el prólogo de Los amigos españoles de Oscar Wilde, que publica Reino de Cordelia, un recorrido por los testimonios, las evocaciones y los juicios que provocó la polémica figura de aquel dandy decadente y escandaloso en algunos escritores españoles que lo conocieron en París, lo leyeron o se cruzaron con él por la calle o en un café y fabularon sobre su presunto encuentro.
Los textos que se recogen en este volumen son un reflejo de aquel variopinto y contradictorio fin de siglo en el que convivían tantas tendencias, desde los últimos coletazos decimonónicos hasta los primeros indicios de las vanguardias.
Entre un inverosímil encuentro con Galdós descrito por Gómez Carrillo y las despectivas necrológicas críticas que cierran el libro, aparece el testimonio de Alejandro Sawa, que lo evocaba como un amigo y difundía apostólicamente su fama en Madrid como paradigma del bohemio; el desprecio de Baroja, tan poco complaciente con el decadentismo, que lo recordaba como un hombre envejecido, de cara de caballo e indumentaria vulgar; el elogio de Rubén, que lo llamó admirable infeliz y ensalzaba su poesía, su aire distinguido y la sutileza chispeante de su conversación; el recuerdo de Manuel Machado, que confraternizó con Wilde –nosotros los parisienses, decía con algo de exceso- mientras compartía ajenjo en la barra del bar Calisaya; o Gómez de la Serna, que lo llama Oscar con una familiaridad ridícula en la que resuena la impostura de la camaradería y empedró de anécdotas el prólogo de la versión española de las obras completas de Wilde.
Y así hasta González Ruano, que lo definió como un frívolo inmoral al que no leen más que cuatro estudiantes de Derecho y cinco ridículos decadentes.
Todo un mundo de sensaciones, como se ve.
Santos Domínguez