(JCR)
Me los encuentro todos los días, cuando subo al barrio de Boy Rabe, en Bangui, para coordinar los cursillos sobre mediación que damos a los líderes comunitarios. Allí están, apostados en las esquinas, machete en mano, ataviados con esa extraña combinación miliciana de pantalón militar y camiseta de Born to Kill, muchos de ellos con trenzas a lo “rasta”. De vez en cuando paran a algún coche y lo registran. Cuando llegan los soldados franceses, evitan el enfrentamiento y se van. Todos ellos van cubiertos de ristras de amuletos que, según dicen, les proporciona protección contra las armas. Son las milicias “anti-balaka”, que desde hace varios meses han venido a sumarse a la espiral de violencia y venganzas que no cesa en la República Centroafricana.
“Balaka” significa “machete” in Sango, la lengua nacional centroafricana, aunque en uno de los idiomas del norte del país quiere decir también “veneno”. “Anti-balaka” podría traducirse como “ a prueba de machete”. Esta milicia surgió ya a mediados de los años 1990 en poblados del interior del país para defenderse de salteadores de caminos que constituían un peligro para los campesinos. Hace pocos meses volvieron a reorganizarse, esta vez para combatir a los rebeldes musulmanes de la Seleka que tomaron el poder en Centroáfrica a finales de marzo del año pasado. Echaron mano de las armas tradicionales que tenían en los poblados: machetes, fusiles de caza, arcos y flechas… y de pociones supuestamente mágicas que creen que les protegen de las balas del enemigo, convicción que explica la temeridad y fiereza con que atacan. En septiembre del año pasado comenzaron a atacar a destacamentos de la Seleka y pronto fueron capaces de lanzar ataques coordinados contra ciudades como Bossangoa, Bossembele, Bouar y Bohong. En noviembre se acercaron cada vez más a Bangui y empezaron a circular rumores de que podrían lanzar un ataque contra la capital, cosa que finalmente hicieron el 5 de diciembre. Ese día y el siguiente hubo en Bangui algo más de mil muertos entre los provocados por ellos y los que perecieron en operaciones de venganza perpetradas por la Seleka y algunos de sus colaboradores musulmanes.
Uno de los problemas principales causados por los anti-balaka es que toman a todos los musulmanes como parte de la Seleka, y en muchas ocasiones sus ataques se han realizado contra barrios o poblados musulmanes, llegando a quemar aldeas enteras, destruir mezquitas y masacrar a decenas de civiles. Como durante los meses anteriores la Seleka atacó numerosas iglesias y barrios musulmanes, muchos profesionales de la información han empezado –bastante a la ligera- a llamar a los anti-balaka “milicias cristianas”, expresión que los líderes religiosos tanto católicos como protestantes rechazan firmemente. “Yo, desde luego, no les he dado ningún mandato para que maten a nadie”, ha dicho en numerosas ocasiones el arzobispo de Bangui monseñor Dieudonné Nzapalainga, quien no se ha ahorrado palabras para decirles a la cara que “si matáis, os convertís en animales”. Tampoco tiene mucho de cristiano los símbolos que utilizan, como los amuletos, que tienen mucho más que ver con el animismo.
Otro elemento que ha venido a complicar las cosas es que lo que comenzó siendo una reacción de grupitos de campesinos, con armas de cuchillo y palo, para responder a los abusos de la Seleka, ha pasado en muy poco tiempo a ser una milicia de varios miles de personas que cada vez está mejor armada, ya que a los anti-balaka se han unido también antiguos soldados del depuesto presidente Bozizé que habían escondido las armas. Lo que antes eran ataques con machetes ahora son ofensivas con ametralladoras, lanzagranadas y morteros. Y en un país como Centroáfrica, donde la mayor parte de los jóvenes ni van a la escuela ni tienen ningún futuro, es muy fácil encontrar miles de jóvenes que no tienen nada que perder y que están dispuestos a dar rienda suelta a sus sentimientos de odio y lanzarse a matar a quienes identifican con el enemigo, en este caso la comunidad musulmana. Desde hace varias semanas, en Bangui los musulmanes sufren represalias de estas milicias. Muchos de los seguidores del Islam son extranjeros de países como Chad, Malí, Senegal o Nigeria que llevan muchos años viviendo en Centroáfrica y han perdido sus raíces en sus países de origen. Durante el últimos mes decenas de miles de estos inmigrantes han sido evacuados por sus gobiernos, sobre todo los chadianos, que desde hace muchos años no han sido vistos con buenos ojos por la mayor parte de los centroafricanos. Muchos otros musulmanes de nacionalidad centroafricana se han ido al norte del país para escapar de las represalias. Y no hay que olvidar que en este país han sido siempre los musulmanes los que han tenido el comercio en sus manos, con lo que su partida significa un golpe más que arruinará la economía de este país, ya por los suelos desde hace meses.
El miércoles pasado, 22 de enero, mientras me encontraba realizando una presentación a 60 líderes comunitarios, uno de los organizadores me pidió que dejara unos minutos para que nos saludara “un visitante”. Resultó ser uno de los comandantes anti-balaka del barrio quien, con una gran exquisitez, nos obsequió con un discurso conciliador asegurándonos que querían la paz y que habían dado órdenes a todos sus combatientes de observar un alto el fuego. Hermosas intenciones, sin duda, si no fuera porque ese mismo día, a las dos horas, sus milicias atacaron un barrio musulmán del norte y mataron a diez personas. Ayer mismo (viernes 24) los chicos del machete descendieron sobre otro barrio musulmán, el de Miskine, y estuvieron toda la mañana jugando al gato y al ratón con los soldados franceses y ruandeses de la fuerza de intervención en las calles del barrio mientras atacaron a los musulmanes y saquearon sus comercios. Cuando se retiraron, un antiguo ministro de sanidad, de religión musulmana, que tuvo la mala suerte de bajarse de un taxi justo cuando se daba de bruces con ellos, fue asesinado a machetazos.
La nueva presidenta del país, Catherine Samba-Panza, ha lanzado numerosos llamamientos a los anti-balaka y a los Seleka para que depongan las armas y cesen los ataques. No es ninguna ingenua y ha pedido a la comunidad internacional que ayude al país para que se ponga en práctica una desmovilización en toda regla: “No se puede quitar el arma a un joven y dejarlo en la calle sin medios para ganarse la vida”, dijo el día antes de su toma de posesión. En sus pronunciamientos públicos, los líderes de las dos facciones dicen que están dispuestos a desarmarse y cesar los ataques, pero la realidad de todos los días es una historia muy distinta. Difícil tarea la de esta mujer, de desarmar a los hombres que hacen la guerra y provocan el inmenso sufrimientos del medio millón de personas que siguen desplazadas en Bangui. Ojalá llegue pronto el día en que los chicos del machete y la gorra militar dejen el odio del que están llenos y vuelvan a sus aldeas para ocuparse en algo más productivo.