Los árboles pueden vivir durante miles de años pero, ¿pueden hacerlo indefinidamente? En colonias clonales, los organismos conectados pueden sobrevivir miles de años, pero ¿y en aquellos individuos únicos?
Los árboles más grandes no son los más viejos, incluso dentro de una misma especie. Las características de la copa, la corteza y las raíces expuestas son indicadores más fiables de su edad. En las coníferas, que son los árboles más longevos en contraste con las angiospermas o plantas con flor, las ramas son más grandes, con una mezcla de ramas vivas y muertas, hojas dispersas y posiblemente con chupones y copas planas o puntiagudas. Tanto en las coníferas como en las angiospermas dicotiledóneas, la corteza es un testigo del paso del tiempo, mostrándose irregular, con fisuras, torsiones y zonas donde está ausente.
Como con los supercentenarios, hay lugares propicios para que los árboles cumplan miles de años. La mayoría crece en zonas templadas, tanto húmedas como áridas. Los enebros ( Juniperus) son una excepción, creciendo en el Tíbet, a más de 4000 metros de altura, con frío y sequedad. En general, sobreviven en refugios glaciales que quedaron mayormente libres de las capas de hielo en la época glacial. Como suelen permanecer en lugares donde no se producen cíclicamente incendios, catástrofes atmosféricas, plagas de insectos o actividad humana, que destruyen o debilitan a los árboles, esto les permite sobrevivir y señala hace cuánto tiempo han ocurrido esos hechos en la zona. No obstante, algunos sucesos puntuales de poca gravedad, como la quema de las copas o la pérdida de la corteza en las coníferas, parecen favorecer la longevidad.
Entre los árboles, las gimnospermas son más longevas que las angiospermas, destacando en el primer grupo a las coníferas y en el segundo a las plantas con flor dicotiledóneas. Entre las angiospermas, normalmente no superan los 300 años de edad, salvo en algunos géneros. Aunque se considera que los olivos ( Olea europea L.) pueden vivir más de un milenio, aún no se conoce ninguno que lo haya hecho. Además este tipo de árboles se pudre desde dentro, por lo que es difícil datar con exactitud su edad. Por ejemplo, en el jardín de Getsemaní hay olivos centenarios, pero por esta razón solo han podido datarse por radiocarbono aquellos del siglo XII d.C. En otros casos, como los baobabs ( Adansonia digitata L.), esto no es impedimento para encontrar que alcanzan hasta 2 milenios en la sabana africana.
Curiosamente, los individuos más longevos suelen vivir en las zonas más improductivas, con menos nutrientes, como cerca de las cumbres o acantilados. Dado que el crecimiento de un árbol se da mayoritariamente en su juventud, esto puede favorecer su longevidad. Esta relación entre tamaño y longevidad es perceptible en las especies que toleran la sombra de los árboles más grandes del bosque, especialmente cuando la competición por los recursos es más intensa. En esta relación intervienen las redes de micorrizas de los árboles más grandes y la regeneración clonal.
Además, crecer en entornos desfavorables puede favorecer a los árboles porque, aunque inicialmente les perjudique, también lo hace a sus amenazas, como los insectos. Es por esto que se plantea la hipótesis de que, si no se encuentra una amenaza que debilite o mate a los árboles, estos tienen la capacidad de vivir indefinidamente. Para ello, deben ser capaces de mantener su crecimiento durante un gran periodo de tiempo.
- Piovesan, G., & Biondi, F. (2021). On tree longevity. New Phytologist.