El presunto asesino de las niñas británicas Holly Wells y Jessica Chapman es un enfermo mental, producto de una familia desestructurada, cuya madre se hizo lesbiana siendo él adulto, y la familia de su novia y posible cómplice, Maxine Carr, era también tumultuosa.
Lo que parece demostrar que la familia tradicional equilibrada es importante para todos, y que cualquier siquiatra que analice a los componentes de estas células, si se han destruido, puede encontrar traumatizados enfermos mentales.
Se le presenta así un problema a la sociedad: en lugar de cárceles deberían crearse hospitales psiquiátricos, porque desde un horrible asesino hasta el mínimo infractor de una ley serían enfermos: por traumas adquiridos o, también, por causas biológicas o genéticas.
Ante esto, tendrá que revisarse la historia de la humanidad para descubrir, por ejemplo, que Atila no era cruel, sino que, acomplejado por su brutal padre, tuvo que expresarse con su capacidad guerrera haciendo que no creciera la hierba por donde pisaba su caballo.
Hitler cargaba una herida que explicaría sus seis millones de judíos asesinados: es posible que fuera nieto de uno de ellos que rechazó casarse con su abuela; necesitaba vengarse.
Y los etarras, ay los etarras, ¿producto del matriarcado, del clero, de los deportes autóctonos, del matrimonio entre primos, de la genética superior a la del resto de los españoles?..
Hechos diagnóstico y tratamiento, los psiquiatras publican artículos explicando cómo sanan a criminales así, y los jueces tienen que liberarlos de la prisión con tales avales.
Cuando algunos asesinos curados sin cumplir su pena matan nuevamente –algo demasiado común--, deberían encerrar a sus psiquiatras y a los legisladores en una cárcel sin psiquiatras que certifiquen que están curados.