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Los asesinos de la luna, orígenes del supremacismo blanco

Publicado el 20 octubre 2023 por Cineenserio @cineenserio

Las grandes películas saben finalizar con imágenes o diálogos que, con eficiencia propia del genio artístico, condensan sus temas o dan claves para desentrañar sus historias. Así sucede con los dos planos que cierran Los asesinos de la luna. El último es la toma desde un dron que muestra una danza ritual de indios de etnia osage. Carece de articulación narrativa con la historia de más de tres horas que acabamos de ver, pero subraya ante el espectador cuál es el centro de atención de la película: los indígenas del estado de Oklahoma y las agresiones sufridas en los años 20, hace ahora un siglo.

Los asesinos de la luna

En el penúltimo plano del filme aparece, un tanto envejecido, el propio director Martin Scorsese (Nueva York, 1942) concluyendo en un radioteatro la historia representada. El cineasta se hace presente en la pantalla misma y, de ese modo, plasma su compromiso con esa historia basada en hechos reales. No se trata de un cameo o un guiño para cinéfilos a lo Hitchcock: como en obras de la Nouvelle Vague y, en general, de los Nuevos Cines, la huella del autor implícito en el relato responde a una concepción del cine como arte, valores éticos e ideología, en los antípodas de la industria hollywoodiense. El autor se responsabiliza de lo narrado y lo firma porque está comprometido con su verdad moral e histórica.

En el cine de gángsteres a que nos tiene acostumbrados Scorsese y en otros relatos de antihéroes los personajes que cometen delitos vienen revestidos de cierta aura: desde el Travis de Taxi Driver, el Rothstein de Casino y el James Conway de Uno de los nuestros, los tres interpretados por Robert de Niro, al Jordan Belford de El lobo de Wall Street. Todos ellos son tipos fascinantes, seductores natos que se quedan con nosotros desde el primer plano. Este Belford (Di Caprio) ejemplifica el sueño americano de enriquecimiento rápido gracias a la habilidad para manejar los mecanismos del poder. Aunque seamos conscientes de sus imposturas, extorsiones y toda suerte de delitos, como don Vito Corleone, estos tipos exhiben una personalidad atractiva, son dueños de un estilo que cautiva al espectador.  

Pero De Niro también es el viejo Frank Sheeran, el transportista de El irlandés cuya ascensión hasta la cima de una organización mafiosa estuvo cimentada en peldaños de crímenes. En esa historia, Sheeran es un anciano acogido en una residencia que ve próximo su final y, por ello, aspira al perdón y la expiación. Este viejo y criminal encarnado por Robert De Niro tiene continuidad en Los asesinos de la luna con el cacique blanco que lleva años perpetrando asesinatos de indios osage para despojar a la nación indígena de los derechos de explotación de petróleo. Su sobrino Ernest Burkhart (Leonardo Di Caprio) aprende pronto a su lado, aunque el matrimonio —inicialmente de conveniencia— con una de las hijas de una familia osage titular de suculentos derechos económicos parece distanciarlo de las prácticas mafiosas.

Los asesinos de la luna

El mismo Di Caprio encarnaba en Gangs of New York a un tipo de origen irlandés enfrentado a una banda de nativos neoyorkinos. Esa historia ambientada en las décadas centrales del XIX en la costa Este tiene ahora cierta continuidad en Los asesinos de la luna, que transcurre en los años inmediatamente posteriores a la I Guerra Mundial en el Medio Oeste. Ambas hacen crónica de sucesos históricos sobre los que se ha construido Estados Unidos, sucesos que revelan la lucha por el poder y el dinero —con los crímenes anejos y las víctimas expoliadas— como pilares del liberalismo capitalista que ha dado identidad al país. 

En efecto, en esta película Martin Scorsese profundiza en la historia de Estados Unidos y se desplaza en el espacio y en el tiempo para escarbar y sacar a la luz los cimientos de racismo y de violencia que han configurado el país. La tríada crimen-dinero-poder presente en toda la filmografía del cineasta italoamericano no era exclusiva de un sector marginal de gángsteres, sino que ha estado en la base de la supremacía de los blancos (“wasp”) desde el origen de la “conquista del Oeste” en que se expulsa de la tierra a las naciones indígenas y se les recluye en las “reservas”. 

Ese desplazamiento de espacio y tiempo resulta coherente con la mutación en la mirada hacia los protagonistas. Los tipos encarnados por Robert De Niro y Leonardo Di Caprio han perdido el glamur de los mafiosos de trajes caros, ya no son los magos de las finanzas que deslumbran al espectador. Por el contrario, en Los asesinos de la luna se han despojado de toda máscara para asesinar a los miembros de una familia osage y hasta utilizan la manipulación de los sentimientos para someter a una de las hijas (Mollie) y, con esos crímenes, hacerse con el dinero y el poder del petróleo. Esta transformación en la visión moral de los personajes —próxima a una nietzscheana “transmutación de los valores”— termina con toda épica del gangsterismo y conlleva que el único heroísmo sea precisamente el de la mujer excluida, engañada y desposeída, la callada y adorable Mollie, quien revela su estatura moral y su inteligencia con la pregunta que formula a Burkhart quien muestra su verdadera falsedad, eliminada la careta.

Los asesinos de la luna, orígenes del supremacismo blanco

Scorsese excava en la tierra de promisión y con el petróleo salen los cadáveres. Hace un viaje a los orígenes que es, también, un viaje al “western”, el género cinematográfico más singular del cine norteamericano, equivalente a los cantares de gesta del medievo europeo, relatos fundacionales de la comunidad o país que somos. Pero no reitera los lugares comunes del “western” ni se apoya en su reconocida iconografía, sino que se vale de una narrativa compleja que amalgama documentos, falsas fotos históricas, evocaciones y sueños de personajes, “flashbacks” y segmentos imaginarios para construir un relato genuino y prescindir de todo efecto de género. El resultado es una gran película en que se dan la mano el “placer del relato” propio de las grandes narraciones, y la visión del mundo y el juicio de la Historia que ostentan las obras maestras de la literatura, el pensamiento, el teatro o la ópera.

Los asesinos de la luna (Martin Scorsese, 2023)
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Los asesinos de la luna

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