El otro día cenando en Cádiz el camarero nos sirvió unos esféricos de moluscos marinos con forma de anillo de compromiso. Fue en ese preciso instante cuando tuve claro que tenía que terminar de leer la historia de Manuel, el protagonista de Los Asquerosos, porque le veía en todas partes. Le sentía conmigo criticando a los que se hacían selfis sin fin a la orilla de la playa de La Caleta, en las ferreterías del Barrio de la Viña donde vendían destornilladores de estrella y huyendo de las marabuntas que se preparaban en la plaza al paso de las procesiones de Semana Santa.
Si os digo que tenéis que leer este libro porque os vais a echar unas risas os estoy mintiendo. Porque para reirse hay que entender el chiste, ir por detrás de las palabras redundantes pero necesarias que se trabaja Santiago Lorenzo para darle voz a tantos manueles que escondemos dentro, a tantos de nosotros que quisiéramos huir de la realidad sucia y clavar un destornillador en donde sea para respirar aire de verdad y caminar y caminar sin rumbo hasta sentir que hemos llegado a un lugar que nos pertenezca de verdad, aunque no sea nuestro. Tampoco son nuestros los móviles ni los trabajos ni los amigos ni la familia: son solo algo que tenemos hoy, que cuidamos con ahínco para no perderlos, pero no son nuestros.
Manuel es un pseudolute, un Robinson Crusoe moderno, y también es un poco yo y un poco tú, que estás leyendo esto. Es esa parte asocial que nos gusta esconder porque no queda bien, y también ese punto de locura que por segundos nos nubla la mente pero siempre nos sobreponemos y lo dejamos a un lado, porque no procede, no está bien, qué loco pensar ese, quién pudiera pero yo no puedo.
Teneís que leeros este libro para ser un poco Manuel, para daros el placer de ser otros, menos perfectos, menos cuerdos y mas libres; para ocupar la España vacía y llenarla de palabras líricas, políticas y hermosas a la vez. Y mira que es difícil pero no hay nada que no se pueda conseguir entre las páginas de un buen libro.
Y me despido aquí de Manuel pero no de Santiago Lorenzo. Aquí comienza una bonita y delirante amistad, estoy segura.