“Todos somos candidatos a asquerosos. Pero puesto Manuel de espaldas a todo, de culo ante el mundo entero, no sería ilegítimo considerar que el verdadero asqueroso puro de toda esta feria fuera él. A muchos hombres y mujeres, el Manuel del exilio cerrado y ciego les resultaría un asocial, un indeseable. No un asqueroso más, sino el que más.”No se equivocarán.
Pero él será el asqueroso singular cuya asquerosía nadie tendrá que sufrir. A Manuel, metido en su celda estanca, no le va a padecer nadie. El vicio se trocará en virtud porque solo computará beneficiados (él) y ningún perjudicado. Su apartamiento no ocasionará damnificados ni acarreará perjuicios, por causa de fuerza mayor.
El efecto que su asquerosidad despliegue, será el mismo que el causado por una broca sin taladro, sin toma de corriente, sin operario ni pared que agujerear. Con lo que su carga estará siempre desactivada, por no tener campo humano contra el que expandirla. Él será quizá otro asqueroso. Pero la suya, sin destinatario, es la forma menos indigna de serlo”
Manuel acuchilla a un policía antidisturbios que quería pegarle. Huye. Se esconde en una aldea abandonada. Sobrevive de libros Austral, vegetales de los alrededores, una pequeña compra en el Lidl que le envía su tío. Y se da cuenta de que cuanto menos tiene, menos necesita.Santiago Lorenzo nació en Portugalete (Vizcaya, 1964). Además de escritor es guionista, director y productor cinematográfico español. Estudió imagen y guión en la Universidad Complutense, y dirección escénica en la RESAD de Madrid.
Un thriller estático, una versión de Robinson Crusoe ambientada en la España vacía, una redefinición del concepto «austeridad». Una historia que nos hace plantearnos si los únicos sanos son los que saben que esta sociedad está enferma. Santiago Lorenzo ha escrito su novela más rabiosamente política, lírica y hermosa.
Los libros que ha publicado son: "Los millones" (Mondo Brutto, 2010), "Los huerfanitos" (BlackieBooks, 2012), "Las ganas" (BlackieBooks, 2014), "9 chismes", ilustrado por Mireia Pérez (Autsaider Comics, 2017), "Los asquerosos" (BlackieBooks, 2018)
En 1995 produce "Caracol, col, col", premio Goya al Mejor Corto de Animación. En 1999 estrena el largometraje "Mamá es boba" un clásico del cine subterráneo que fue nominado al Premio FIPRESCI en el Festival de Cine de Londres y que ganó el Festival de cortos como director de Alcalá de Henares.
En 2007 estrena "Un buen día lo tiene cualquiera", una comedia centrada en la doble imposibilidad (inmobiliaria y afectiva) de encontrar un hogar.
¿De qué va la novela?
Pues como se puede leer en la sinopsis oficial, la novela trata sobre un grave altercado que Manuel, el protagonista, tiene con un policía antidisturbios en el portal de su casa cuando salía a comprar churros. Por ello se ve obligado abandonar la ciudad y huir en busca de algún lugar deshabitado donde nadie pueda encontrarle para intentar rehacer su vida en solitario, al menos hasta que dejen de buscarle y el suceso caiga en el olvido. Realmente no sabe si el policía ha muerto o está vivo, ni si la cámara de seguridad que había en el portal le ha podido grabar durante el percance, pero tiene claro que lo mejor de momento es quitarse de en medio.
Su tío, la única persona en la que confía y al que ha contado su secreto, le ayuda en su huida y le proporciona el coche con el que Manuel se lanza a la carretera en busca de algún pueblo fantasma, cualquiera de los muchos que hoy permanecen despoblados en España. Y llega hasta Zarzahuriel, una aldea deshabitada donde tendrá que empezar de nuevo, ejerciendo de ocupa en una casa abandonada y aprendiendo a subsistir con lo que tiene.
Tiró hacia el norte, inducido por lo que tenía oído sobre grandes bolsas de despoblación y aldeas abandonadas en la submeseta septentrional, la cabecera del Duero y la Serranía Celtibérica.Una vez asentado y a pesar de que su tío le envía de vez en cuando algunos víveres y enseres imprescindibles para la supervivencia, Manuel descubre con júbilo que disfruta viviendo como un ermitaño proscrito y que no necesita nada ni a nadie para ser feliz.
La carencia era su gran saciante patrimonio. Se estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria. El ascetismo ese suyo era divertido, saludable, activador y benefactor. No necesariamente por el ahorro. Sino por una suerte de ejercitación que lo dejaba colmadito de júbilo de piel para adentro.Y así andaba él, “alucinado de paz” y disfrutando enteramente de su soledad y del silencio en un principio impuesto, pero gozoso y deseado al poco de estar allí, hasta que aparecen unos domingueros ocupando la casa de al lado desde el viernes por la noche hasta el domingo. Él los llama de varias maneras: “unos ricos urbanitas”, los “sopazas”, una “pila de micos adobados en imbecilicia que más que personas son secuelas", pero sobre todo son ellos, “La Mochufa”, los que le obligan a mantenerse escondido para no ser descubierto durante esos dos eternos días semanales, robándole sus ansiados momentos de tranquilidad.
Era un silencio de dimensiones siderales, una elisión de vibraciones como la que se ha de sentir metido en un bloque de aluminio de tres metros de lado. Un silencio exactamente neto, como si a Manuel le hubieran descosido las orejas y se las hubieran dejado posadas en el fondo de un cráter de Júpiter. Le entusiasmaba una ausencia de sonido como esa, y luego le entraba miedo al pensar que igual era que se había quedado sordo.Una compañera del trabajo me la recomendó. Original y distinta, me dijo que le había parecido y así ha sido para mí también, por dos motivos principales: primero por la forma en la que está escrita (después os contaré más detenidamente) y segundo por su peculiar argumento, la historia en sí y las ideas que aborda como por ejemplo la importancia de aprender a estar solo con uno mismo y su silencio.
Hacía acopio de silencio, en vez de acopio de bienes, felicitaciones, billetes, besos o compinches. Buceaba en él y quedaba sobresaltado cuando lo rompía un poco de pájaro medio diciendo pío, un trocillo de rescoldo apagándose o el rumor entrevisto de una mosca frotándose las patas.El que nos dé a entender que una vez probado, cualquiera puede incluso llegar a desear el completo ostracismo y una vida austera sin disponer de ningún tipo de comodidades ni tecnología y sentirse totalmente feliz y libre, libre sin sus preciadas pertenencias, sin nada, y haciendo lo que se desea en cada momento, ¿no os parece una idea curiosa?
Vivía en un estado totalitario de libertad, en un régimen autoritario de pleno albedrío, todo lleno de edictos y decretos ordenándole hacer lo que le diera la puta gana y cuyo incumplimiento acarrearía penas de multa y cárcel. Sanciones que no tendría que ingresar en ninguna cuenta y condenas por las que no tendría que ingresar en ningún presidio. Pero que nunca hubieron de imponerse, porque nunca incumplió con las leyes de su dictadura al revés.La manera de escribir de este autor impacta nada más comenzar la lectura. Sin duda hay que reconocer que estamos ante un auténtico maestro de las palabras, del vocabulario, tiene su mérito y esos es algo que a mí como lectora, en principio me gusta. Peroooo, también reconozco que me ha resultado algo excesivo el uso de tanto vocablo raro, de algunos términos de esos que jurarías no haber oído en la vida y que te obliga a estar buscando significados en un diccionario (aunque con el contexto la mayoría de las veces te puedas hacer una idea).
Sí, ya sé . . ., la riqueza en el lenguaje es algo elogiable, está claro, pero en exceso quizás pueda llegar a agotar a algún que otro lector (no ha sido mi caso, ya que a pesar de una prosa que en varias ocasiones durante la lectura he etiquetado mentalmente de "excesivamente rebuscada", ese aspecto no me ha disgustado y he disfrutado de la novela). Para que os hagáis una idea, por ejemplo mirad este párrafo:
Quien fuera, había esquinado lo folk en pos de un poco de comodidad tras siglos de aspereza habitacional, y había dado entrada a su poco de plástico, a su cachillo de baquelita y a sus metritos de formica, de melanina.O este otro:
Llevaban encima las marcas de su raigambre, las señas físicas del secular hispano que tres o cuatro generaciones atrás se desplazó a la capital a buscarse la vida
¿Qué me ha parecido? ¿Me ha gustado?
Sí, la novela en general me ha gustado a pesar de lo anteriormente expuesto. Ignoro si con un lenguaje más sencillo y unas frases menos enrevesadas, me hubiera gustado más. Puede que sí, o puede que no, porque de esta manera pudiera perderse parte de su esencia, la gracia del libro, que es en definitiva el “cómo está escrito”.
El casero era propietario de todo el inmueble. Aunque no llegué a tratarle, y por lo que me contaba Manuel, debía de ser uno de estos tíos raros a los que parece que les huele mal un pie y el otro no. Pero era ante todo un vivales y un gorrón. Un rácano clínico. Se decía que pasó un fin de semana de marzo en un hotel y pidió rebaja en la factura porque en la madrugada del domingo se adelantó la hora. Era lo que se llama un cacas, un tacaño y un gañotero. Un asqueroso.Destaca también ese toque de humor que utiliza el autor al contar lo que cuenta, me ha hecho reír, aunque a veces algunas palabras utilizadas me hayan parecido un poco de mal gusto.
Era la suya la puta música para las alimañas del coño y del cojón, pachangadas pensadas para la gentuza de cualquier clase social¿Lo recomendaría? Depende..., no a todo el mundo, porque soy consciente de que habrá a quienes esa forma de expresarse no les guste en absoluto, pero también habrá como en mi caso, quienes disfruten con tanta riqueza narrativa. Yo no me arrepiento de haberlo leído, todo lo contrario.
Resumiendo: “Los asquerosos" es una novela escrita de una manera tan peculiar que la hace distinta, única, con cierto tono irónico y humorístico que me ha provocado risas y que viene cargadita de bastante crítica social. "Los asquerosos" supone también una reflexión hacia adentro, que me ha hecho pensar en lo que le sucede a Manuel y plantearme cómo viviría yo su situación.
Porque imaginad que de la noche a la mañana os encontráis aislados del mundo en un pueblo solitario, una casa que no es la vuestra, sin vuestras cosas, sin ninguna compañía con la que poder hablar. Y campo, mucho campo a vuestro alrededor y tiempo, todo el tiempo del mundo para hacer lo que queráis, pero sin televisión, sin móvil, sin internet. ¿Cómo lo llevaríais? ¿Creéis que os pasaría como a Manuel, que le cogeríais el gusto a la soledad? Suele decirse que cuanto menos se tiene, menos se necesita, y puede que sea cierto…
Mi nota va a ser la máxima: