Revista Cultura y Ocio

Los atentados contra obras de arte, ¿son sólo estupidez o hay algo más perverso detrás?

Publicado el 10 noviembre 2022 por Carlosdelriego
LOS ATENTADOS CONTRA OBRAS DE ARTE, ¿SON SÓLO ESTUPIDEZ O HAY ALGO MÁS PERVERSO DETRÁS?

Sólo los tontos creen que los grandes contaminadores van a verter menos gases gracias a escenas teatrales de este tipo

Los activistas-fanáticos del cambio climático han encontrado una forma de llamar la atención: atacar obras emblemáticas de la historia de la pintura (pronto irán a por esculturas, edificios y piezas históricas). Estos atentados contra el arte han conseguido atraer la curiosidad del público, pero también la indignación y la repulsa. Por eso, no sería raro que las provocaciones (ya que esto es lo que son) desencadenaran entre quienes se siente agredidos deseos de pagar con la misma moneda. Han conseguido llamar la atención, pero tal vez las consecuencias no sean las que los activistas persiguen

Parece una gran sandezpensar que atentar contra una obra de arte contribuye a la lucha contra la contaminación. Esos actos de provocación que en Europa se vienen sucediendo en los últimos meses de 2022 han despertado mucha más irritación que solidaridad, con lo que las consecuencias de tales actos se quedarán muy lejos de las que en realidad persiguen los agitadores y quienes están detrás de ellos, quienes los financian, les indican los objetivos y les proporcionan todos los medios para su ejecución. Es decir, basta que alguien se sienta agredido por una causa para que, automáticamente, opte por ponerse en contra de esa causa; dicho de otro modo: cuando se quiere imponer una idea por la fuerza es lógico que se generen resistencia y rebeldía, y entonces será muy fácil situarse en el bando contrario para combatir esa imposición; y ello aunque el fin sea deseable. Así, no sería extraño que hubiera quien, impulsado por el mismo espíritu y deseos de llamar la atención, tratara de pagar a los activistas con la misma moneda; por ejemplo, acudiendo a alguna de sus reuniones y lanzarles cubos de sangre y vísceras de cerdo (como en la película ‘Carrie’), o incluso llegar al extremo de consumir y contaminar más a propósito para fastidiarlos.

Pero la cosa aún tiene más. Algunos expertos y analistas de este tipo de conductas se preguntan si los eco-terroristas (de atentar contra un objeto a hacerlo contra una persona apenas media un paso) pueden estar beneficiando sin saberlo a los productores de contaminación, si no serán marionetas financiadas y manipuladas por las manos de quienes tienen intereses en los combustibles fósiles y en el consumo más descontrolado. No es un disparate, puesto que si el vandalismo contra el arte irrita y repele a tantos, es hasta lógico volverse en contra de esa idea consumiendo más, contaminando más, vertiendo más…, que es precisamente lo que persiguen los que ganan enormes sumas produciendo y vendiendo sin preocuparse por otras consideraciones. Estos oligarcas sin escrúpulos han visto con qué facilidad se engaña y manipula a jóvenes occidentales sin grandes problemas que necesitan enemigos, malos a los que enfrentarse incluso con violencia, y eso de la acción directa contra quienes provocan el cambio climático les resulta irresistible a chavales de posición acomodada y sin mayores necesidades.

También parece oportuno preguntarse por qué estas ceremonias propagandísticas sólo se escenifican en países europeos, Australia o Canadá, o sea, en lugares donde el estado de derecho permite forzar la libertad de expresión hasta extremos como los vistos. Teniendo en cuenta que China, Estados Unidos, Rusia e India son los causantes de las tres cuartas parte de la contaminación que soporta la Tierra, ¿por qué no se montan escenas de este tipo en esos países?, ¿qué haría el Kremlin si vandalizan en el Museo del Hermitage?, ¿por qué no hay eco-fanáticos que atenten en los museos chinos, indios, estadounidenses o rusos? La respuesta es evidente (e idéntica a la pregunta de por qué no hay manifestaciones contra el machismo en Irán): porque en esos países no habría miramientos, no habría atenuantes y se perseguiría y castigaría duramente a los ejecutores y, si los pillan, a los inductores, que de momento se quedan contemplando cómodamente el espectáculo.

No parece muy inteligente irritar, crispar e indignar a la población para ganarse su apoyo. Al revés, podría parecer que esos actos vandálicos persiguen lo contrario: que el público se ponga en contra del cuidado del medio ambiente.

Hasta ahora han sido obras maestras de la pintura las víctimas de los ataques de los fanáticos, pero seguramente continuará la escalada, es decir, podrían fijar sus objetivos en edificios singulares, infraestructuras, fábricas…, hasta llegar a los atentados personales. El fanatismo no sabe de límites morales.  

CARLOS DEL RIEGO


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