A Apeles Garre Santolaria, las escenas de Afganistán que ve estos días por televisión lo retrotraen a algunas de las vividas por él, en la década de los setenta del pasado siglo, en Beirut, Karachi o Teherán; en este último caso, en los albores de la revolución iraní, cuando los occidentales y los partidarios del derrocado Sha se aprestaban a abandonar precipitadamente el país. Este murciano de Alquerías, de la cosecha del 49, formaba parte de un conjunto musical, Atlantic Band, de gran éxito en la época, que llegó a actuar con asiduidad en diversos países de Oriente Medio.
La Atlantic Band fue una formación pop formada originalmente, a finales de los sesenta, por seis chavales que aún no eran ni veinteañeros; tres de ellos, los hermanos Apeles y Juan Antonio Garre así como Antonio Jaime García Mengual, habían cursado estudios en el Conservatorio Superior de Música la capital murciana. Junto a estos, Ángel de Lara, Martín Páez Burruezo y Jesús Espejo completaban el sexteto. Sin embargo, a los hermanos Garre les tiraba más el pop que lo clásico, más los Beatles que Beethoven. Comenzaron haciendo sus pinitos en las verbenas de las fiestas de los pueblos de Murcia, así como en otros de las provincias limítrofes. Luego pasaron por locales de Madrid y llegaron a acompañar en sus giras a destacadas voces de la canción española, como Manolo Escobar, Lola Flores o Rocío Jurado.
Pero pasado un tiempo, a los Atlantic, con notables cambios y nuevas incorporaciones entre sus componentes, les llegaría su gran oportunidad cuando dieron el salto al extranjero para actuar en locales y salas de fiestas de Francia, el Principado de Mónaco o Italia. Al exclusivo Hotel París de Montecarlo fueron para tocar unos pocos días y aquello se prolongó durante más de un mes. Allí les reclamaban, para tan selecto auditorio, composiciones genuinamente españolas como ‘Granada’, de Agustín Lara. Las salas y discotecas de París, Roma, Turín o Milán fueron otros de los destinos del grupo murciano, donde sus integrantes sí que se podían explayar con otro tipo de música menos convencional.
Pero lo más exótico aún estaba por llegar: quisieron ir más allá y, como consecuencia de su impacto, recibieron la irrechazable oferta de un agente y promotor madrileño para tocar en hoteles y salas de fiesta del Líbano, Pakistán o Irán, cuando este último país aún estaba gobernado por Reza Pahlevi y pretendía ser un vivo ejemplo de occidentalización. Los Atlantic llegaron a participar en una fiesta privada del propio Sha, junto a otros artistas, al tiempo que lo harían también en algunos de los mejores enclaves del país, como el exclusivo Chattanooga, en plena capital, o en el Hotel Abadan, lujoso establecimiento con el mismo nombre que esa ciudad situada en el Juzestán. Aquel grupo lo formaban ya cuatro murcianos, dos oriolanos y dos asturianos: el ovetense Niti Colsa era el cantante, cuya voz recordaba al tigre de Gales, Tom Jones; Apeles Garre, saxo; Juan Antonio Garre, piano; Mariano Gil, bajo; José Pérez Rodríguez, trompeta; Antonio Pérez Rodríguez, batería; Juan Roldán, guitarra y trombón, y Pepe Robles, arreglista y teclados, completaban el elenco.
Lo cierto es que los Atlantic estuvieron actuando varios años en Irán hasta que los acontecimientos se precipitaron. Amplios sectores de la sociedad iraní venían protagonizando sonoras protestas contra el Sha, manifestaciones que sus fuerzas del orden reprimían con dureza y contundencia. Se declararon una serie de huelgas y movilizaciones que, en enero del 79, provocarían que el Sha se marchara al exilio, abandonado por sus aliados británicos y estadounidenses, dejando el gobierno del país, en medio de aquel enorme caos, en manos de un débil consejo de regencia. En febrero, ante el vacío de poder y con la autorización de ese mismo órgano, el ayatolah Jomeini voló desde París, donde estaba exiliado desde hacía años, hasta Teherán, capital en la que fue recibido en olor de multitudes, para convertirse en cuestión de días de líder opositor en auténtico guía político y espiritual de la revolución.
Una de las primeras determinaciones del nuevo gobierno revolucionario de la naciente república islámica fue prohibir la música occidental, con lo que era evidente que los Atlantic tenían ya poco que hacer en aquel país. Tiempo antes de que fuese derrocado el Sha, recibieron la recomendación de su representante en aquel país de que lo mejor sería que lo abandonaran ante lo que se barruntaba, como así hicieron. Acostumbrados a moverse en zonas convulsas, vivieron en primera persona los prolegómenos de la guerra civil en el Líbano, de donde alguno de ellos tuvo que ser evacuado en helicóptero; o los rescoldos de las eternas disputas entre Pakistán y la India por el control de la región de Cachemira. Además, estuvieron a punto de actuar en la capital afgana, Kabul, pero la perspectiva de un nuevo conflicto armado se lo impidió. De Teherán, en vísperas de la revolución islamista, salieron en un autobús alquilado que los llevó hasta la ciudad turca de Estambul. Allí, en su puerto, se enrolaron en un crucero, para el que los pasajes les salieron gratis debido a que pactaron que irían tocando para los turistas durante el trayecto que les trasladó hasta Barcelona.
A comienzo de la década de los ochenta el sueño de los Atlantic se desvaneció y el grupo terminó por disolverse. Cada uno de sus componentes enfocó su vida por distintos derroteros. Hoy, pasado más de medio siglo del comienzo de aquella apasionante aventura, aún se recuerda a aquellos jóvenes melenudos que admiraban a los Beatles o a Chicago y que tocaban un repertorio bastante avanzado para su época, fruto de la amalgama de lugares a los que tuvieron la oportunidad de viajar para interpretar su música. Les quedaron algunas cosas pendientes. Una de ellas, grabar un disco para el que ya disponían de las maquetas pertinentes. De lo que no hay duda es de que los Atlantic tuvieron una historia digna de ser contada y casi podríamos aventurar que también, incluso, novelada.