Los atributos de mi marido han ganado la batalla de la herencia genética. Contra todo pronóstico mis hijos son 2 pequeños tiroleses de preciosos ojos azul verdoso.
Una servidora, nació con los ojos marrón común. Mi madre se empeña en decir que son de color miel, pero la verdad es que son marrones. No me mal interpretéis, me gusta como soy. Pero mi marido y yo somos muy distintos por lo que a rasgos físicos y de carácter se refiere.
La gente nos ve como una pareja pintoresca:
Estoy dejando el meollo de la cuestión para el final pero vale la pena que os prepare para ello.
La cuestión es que mi hija ha heredado la belleza clásica de mi marido y es ahora que empieza a soltarse con la simpatía a raudales que le ha proporcionado su madre, pero hasta ahora era una niña seria. Igualica que el padre.
Un día, con mi segundo embarazo a cuestas mi hija Julia y yo fuimos a comprar ropita para ella. Ya en la tienda, la dependienta, loca por entablar conversación:
—¡Qué guapa es tu niña!.
—Muchas gracias— respondí yo con asertividad.
—¿Esperas una niña o un niño? — insiste la chica, curiosa por naturaleza.
—Un niño. Espero que sea tan guapo como la nena, que si no…— Es lo que tiene la mi simpatía desbordada, que hablas por hablar.
—Sí claro. ¿Es tuya la niña o no? — Suelta a bocajarro.
—¿Cómo? Por supuesto que es mía. ¿De quien va a ser? — respondí con asombro.
—Es que como tiene estos ojos azules— respondió con un hilillo de voz.
¿Qué hará, entonces con los padres que entran en la tienda con un pequeño chinito? ¿O con las madres de piel oscura que entran con un niño blanco? ¿Llamará a la policía no sea el caso que los hayan raptado?
No es mi intención indignarme ahora. Esta tienda ya paga bastante penitencia. Está remunerando con un sueldo a una dependienta que en lugar de generar clientela la des-genera.
Eso sí, si algún día cuelgan el cartel de “se traspasa” yo sabré que no fue la crisis si no la incompetencia.