Revista Historia

Los augustiani, los patéticos "palmeros" profesionales de Nerón

Por Ireneu @ireneuc

Campaña electoral. El candidato (o candidata) del partido X está en pleno mitin en un auditorio, arropado por la militancia y con una gran cantidad de medios de comunicación; se sabe que el noticiario de la tele va a hacer una conexión en directo. Es justo en el momento en que entra en antena que, a una señal, mientras el candidato está en plena arenga, y sin comerlo ni beberlo, se produce una gran ovación: han entrado en acción los conocidos como " palmeros", gente del partido o afines a él cuya finalidad reside en hacer de claque, es decir, a aplaudir cuando el momento lo requiera. Puede parecer algo moderno, sin embargo, esta forma de hacer "ambiente" en un entorno, el político, en que es más fácil que te caiga un tomate que no un aplauso, no es cosa de hace dos días. De hecho, el emperador romano Nerón, allá por el siglo I d.C., ya organizó un grupo de personas dedicado única y exclusivamente a aplaudirle y vitorearle, aunque no hubiera nadie proclive a hacerlo. Se trata de los augustiani.

Que los elogios son siempre más difíciles de arrancar de la gente que los reproches o el descontento es algo que, en el mundo de la farándula, se conoce bien. Es en esos momentos, en que la gente no reacciona ante un chiste demasiado inteligente o demasiado malo, que el actor o actriz de turno se encuentra como delante de la dentadura de un tiburón hambriento ( ver El USS Indianapolis o el peor ataque de tiburones de la historia ). Es, para evitar esos momentos incómodos, en que el fracaso atraviesa el ambiente en forma de estridente estallido silencioso, que llega el capote de la claque en forma de sonora ovación, transformando el desastre más absoluto en éxito rotundo. No obstante, una cosa es que lo haga un artista más o menos mediocre y otra, mucho más patética, que lo utilice un político como si fuera un espectáculo. Aunque, bien mirado, no deja de ser un espectáculo igual...

Sea como sea, el emperador Nerón (37 d.C.- 68 d.C.) según las crónicas de la época, reunía ambas "virtudes", es decir, era un político malo como él solo y un artista aún más malo todavía. La gracia es que en política este problema lo arregló con el " ordeno y mando" y, en el campo artístico, como no podía obligar a la gente a que le gustasen sus versos, pues también. Así las cosas, cuando se presentaba a algún concurso, ya fuera de poesía, de canto, de interpretación o de carreras de carros, además de ganarlos todos por la gracia de Dios (a ver qué juez era el guapo que lo dejaba segundo), daba la orden de que no se fuera nadie del recinto mientras que estuviera él actuando. La mejor forma de asegurar la asistencia, vamos. Pero no tenía suficiente...

Nerón, para asegurarse una ración generosa de halagos y vítores en sus apariciones -difícilmente arrancarás aplausos sinceros si cantas peor que Arrancapinos y obligas a la gente a verte quiera o no- ordenó la creación de un grupo de aplaudidores que se dedicaría a aprender todos los tipos de ovaciones que había (las acclamatio) y que lo acompañaría en todas sus actuaciones, ya fueran artísticas como políticas. De esta manera, formó un grupo de unas 5.000 personas escogido entre melenudos y fermosos caballeros romanos -como eran de estatus superior, su opinión tenía mayor validez- los cuales se turnaban para acompañar al emperador allí donde pusiera sus imperiales posaderas.

Los augustiani, aunque algunos eran incorporados a la fuerza, cobraban por ovacionar a Nerón, por lo que eran auténticos "palmeros" profesionales (los jefes de los diferentes grupos llegaban a ganar 40.000 sestercios) que destacaban por su juventud, fuerza y gallardía en el momento de halagar los oídos del emperador. Oídos que no se cansaban de oír los continuos halagos e insistentes ovaciones a las actuaciones líricas que por lo visto perpetraba y que hacían convencer a los jueces -si no estaban ya bastante convencidos- de las virtudes de Nerón para ganar el primer premio. No obstante, no se limitaban a hacer de " claca" en los espectáculos a los que acudía, sino que también se dedicaban a seguirlo en los discursos políticos (era muy mal orador y Séneca le tenía que escribir los textos) o incluso a ir por la calle en grupos, aplaudiendo y cantando a grito pelado las excelencias del emperador para, a modo de " influencers ", así aumentar la popularidad de Nerón entre la gente.

Sea como fuere, el buen (y siempre excesivo) trabajo de los augustiani no calmó los ánimos a los militares, senadores o al mismo pueblo llano ante las arbitrariedades políticas y las excentricidades insoportables de un personaje como Nerón ( ver Nerón y el trozo que le falta al Coliseo de Roma ). Personaje caído en desgracia y que, aunque los "palmeros" no dejaron de acompañarle en todo momento, no pudieron evitar que los insistentes rumores de revuelta por parte de sus generales, así como de que no era un gran artista -totalmente injustificados, claro- le hicieran suicidarse en el año 68.

Nerón acabó muriendo, y con él sus augustiani, sin embargo, la costumbre de llevar "palmeros" a aplaudir en los espectáculos de dudoso éxito y a los líderes políticos que no lo merecen, quedó, trascendiendo hasta nuestros días. Unos días, los actuales, en que la mediocridad se ha vuelto la norma, los aplausos enlatados una costumbre y donde ignorantes políticos, henchidos de soberbia, con la bandera por única vestimenta y excéntricos como Nerón, necesitan sus propios augustiani ( ver La Devotio Ibérica o la costumbre hispana de seguir al líder hasta la muerte) para que los aíslen de una realidad que, aunque no lo quieran ver, los aborrece profundamente.


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