Fortuna, Murcia
A los pies de lo que hoy se conoce como la Sierra del Baño, inmersos en pleno proceso de romanización durante el siglo I d.C., se monumentalizará un nacimiento natural de aguas siguiendo los cánones de tipo oriental-helenístico. Sería este un balneario que, desde antaño y motivado por sus propiedades especiales, siempre fue aprovechado por la población nativa del lugar.
Desde el punto de vista edilicio, podríamos estar hablando de un balneario romano como tantos otros que se erigieron en pleno periodo de la colonización romana; desde la perspectiva salutífera de sus aguas, podría tratarse de otras termas naturales del sureste peninsular – caso de Alhama o Mazarrón, por poner varios ejemplos -, ricas en propiedades curativas. Pero la cuestión que realmente tendríamos que plantearnos sería la siguiente: si en el término municipal de la actual Fortuna no se ha detectado presencia alguna de poblamiento romano que obligara a embellecer y sacralizar este nacimiento de aguas curativas, ¿qué pudo empujar a ello teniendo en cuenta que las ciudades más cercanas se encontraban a medio centenar de millas de distancia?
Como punto de partida, y para intentar aclarar la cuestión planteada, mostraremos el origen del problema que ciertamente se desconoce. Veremos cómo los propios autores clásicos, exaltando las virtudes de la populosa Carthago Nova, ocultaron o, mejor dicho, minimizaron las verdaderas debilidades y amenazas de este importante puerto del Mediterráneo.
Vista general del complejo balneario romano. Fortuna, Murcia.
Cuando Polibio, acompañando al cónsul Escipión Emiliano en su camino a Numancia, visita Carthago Nova a mediados del siglo II a.C., deja constancia de una descripción excepcional, un documento escrito realmente único. No es nuestra intención recoger en las siguientes líneas este pasaje al completo, extenderíamos demasiado nuestro artículo. En cambio, sí aprovecharemos aquellos extractos del mismo que nos serán imprescindibles para entender la otra cara de la ciudad en este periodo de tiempo en concreto:
“… El casco de la ciudad es cóncavo; en su parte meridional presenta un acceso más plano desde el mar. Unas colinas ocupan el terreno restante, dos de ellas muy montañosas y escarpadas, y tres no tan elevadas, pero abruptas y difíciles de escalar. La colina más alta está al Este de la ciudad y se precipita en el mar; en su cima se levanta un templo a Asclepio. Hay otra colina frente a ésta, de disposición similar, en la cual se edificaron magníficos palacios reales, construidos, según se dice, por Asdrúbal, quien aspiraba a un poder monárquico… Se ha abierto un cauce artificial entre el estanque y las aguas más próximas, para facilitar el trabajo a los que se ocupan en cosas de la mar. Por encima de este canal que corta el brazo de tierra que separa el lago y el mar se ha tendido un puente para que carros y acémilas puedan pasar por aquí…”.
Niveles de terraza superior e inferior, con nacimiento de aguas a la derecha sobre la que se construyó exedra en la parte baja y capillas flanqueándola. Baños romanos de Fortuna, Murcia.
Resulta bastante obvio entender el carácter defensivo que presentaba Carthago Nova según la descripción que nos facilita el historiador griego en su obra Historias (Libro X). Pero, en contraposición a las virtudes estratégicas que ofrece la ciudad de manera natural, su paisaje también estuvo ligado a la gran problemática que acompañó a sus pobladores desde antes de la llegada del procónsul Publio Cornelio Escipión. Nos referimos a las carencias de aguas corrientes.
Para que nos hagamos una idea, fueron tales las necesidades de un abastecimiento hídrico (piense que se acarreaba el agua desde los alrededores) y la evacuación de aguas residuales que obligó a la ciudad a llevar a cabo un plan integral de reformas sólo un siglo después de que Polibio describiera esta ciudad del Mediterráneo; las élites locales se verán obligadas a la construcción de infraestructuras y entramados de cloacas subterráneas, así como al control de su suministro y consumo en el interior del perímetro urbano. ¿Cuándo se decide la construcción de estos acueductos y cloacas? La respuesta a esta pregunta se encuentra en el incremento demográfico provocado por la llegada de contingentes itálicos atraídos por las minas y la rica actividad comercial portuaria a finales del siglo I a.C.
Como comprobará, siempre nos moveremos por el espacio temporal vivido en esta ciudad entre los siglos I a.C. y I d.C., pero sigamos.
Circuito del agua desde su nacimiento en la parte superios hasta llegar a las picinas inferiores. Baños romanos de Fortuna, Murcia.
Con anterioridad a este hecho, la población vivía concentrada en un pequeño espacio resultante de la propia disposición de las colinas que protegían el recinto urbano (descripción de Polibio). Siendo esta su ordenación, cuando daban lugar los periodos de altas precipitaciones, a menudo de forma torrencial, las aguas corrían por las laderas de los cerros y acababan provocando importantes inundaciones en el valle del interior, por no citar las acumulaciones de barros y lodos que se generaban. Todo ello provocaba el estancamiento de las aguas, es decir, el estuario o estanque que cita el autor griego.
Por un lado tenemos la continua llegada de contingentes militares para hacer frente a las distintas sublevaciones de los pueblos hispanos, según el periodo, y la temprana instalación de una guarnición militar en la ciudad. Por otro, el desembarco de un nutrido número de colonos itálicos (empresarios, artesanos, comerciantes, etc. atraídos por los importantes recursos económicos de la zona). En conclusión, esta nueva realidad vivida en la antigua Cartagena no hizo más que ahondar en el problema del hacinamiento poblacional que venía arrastrando la urbe.
Ausencia de corrientes de aguas permanentes y escasez de suministro potable; concentración de la población en un espacio limitado; e ínfimas condiciones higiénicas provocadas por las acumulaciones de basura, barro y lodo. Irremediablemente, todos estos factores darán lugar a la aparición de enfermedades de tipo gastroenteritis, fiebre tifoidea o salmonelosis entre sus habitantes. Por supuesto, a esto último habría que sumar la llegada a puerto de embarcaciones cargadas de gentes que contribuían a las epidemias existentes con sus nuevas enfermedades fruto de su largo viaje.
Vista central de las terrazas superiores o Ninfeo. En el centro, nacimiento de las aguas salutíferas flanqueadas por ambas capillas. Justo en la parte baja, la exedra donde se talló la roca en forma de grada, la cual quedó dividida por la conducción de aguas. Bañor romanos de Fortuna, Murcia.
Pero, sobre todo, lo que más va a influir en la aparición de enfermedades endémicas será la proximidad de la laguna o estuario que actuaba como foco de infecciones. En las aguas estancadas del estero, los mosquitos (realmente, los huevos incubados por la hembra del mosquito anopheles) serán la principal causa de transmisión de enfermedades mortales entre la población de Carthago Nova, especialmente la infantil. Fiebres palúdicas, disentería, cólera, morbo, etc., surgirán, con bastante virulencia tras las épocas de lluvia.
Es, precisamente, en este contexto endémico donde harán su aparición algunas divinidades sanadoras y protectoras en la cultura antigua, una religiosidad siempre vinculada a las creencias salutíferas de las aguas. Carentes de cualquier conocimiento científico, la solución parecía simple: para lo que no podrán sanar los médicos, se buscará el amparo de los dioses.
Estatua de Asklepios. Museos del Vaticano, Roma. En la mitología griega, Asclepio o Asclepios, Esculapio para los romanos, fue el dios de la medicina y la curación, venerado en Grecia en varios santuarios.
Sin salirnos aún de la antigua capital cartaginesa en Hispania, y continuando con la descripción geográfica tan detallada que realiza Polibio de esta ciudad, en la cima de la colina más alta se levantaba un templo dedicado a Asclepio. Muy probablemente, cuando el joven Escipión arrebatara el control de Qart Hadast a los bárquidas, en lo que hoy es el Cerro de la Concepción, se encontraría un templo púnico dedicado a Eshmun, el dios médico de tradición fenicia. Con el paso de los años, la divinidad norteafricana será identificada como Asclepio, dios griego de la medicina y la curación, protector y titular de la ciudad.
El templo mencionado se levantaba en la cima más alta de Carthago Nova. Al tratarse de un establecimiento sagrado, tal vez se pensara en dicho emplazamiento con la idea de contemplarse desde cualquier punto de la ciudad. Pero al ser un santuario terapéutico, sus sacerdotes bien buscaron alejarse de los focos de infección para asegurar a sus visitantes ciertas garantías o probabilidades de sanación.
Debemos de entender, pues, al Asclepieion que contempló Polibio como una especie de hospital donde los remedios hipocráticos se conjuntaban con un contenido religioso y psicosomático en los procesos de curación y donde el agua, como factor purificante, formaría parte imprescindible dentro de su ritual de culto.
Otro ejemplo lo encontramos en la segunda colina más alta de la ciudad: el Arx Asdrubalis o cerro donde el general Asdrúbal ordenó construir sus palacios, hoy Cerro del Molinete. En este altozano se excavó un templo dedicado al culto de Atargatis, la gran protectora de las aguas. Atendemos, por tanto, a la convicción de que lo sagrado solía residir en el elemento hídrico.
Espacios del Santuario de Atargatis. En la zona central del cerro se construyó en época púnica un santuario, seguramente vinculado al Palacio de Asdrúbal. En su parte central, inscripción a la diosa Atargatis. A finales del siglo II a.C., junto al santuario, se construyó un templo romano de tipología acorde a los modelos arquitectónicos de la República. Se desconoce su advocación. Cerro del Molinete, Cartagena.
Con todas las cartas sobre la mesa, es el momento de relacionar los baños romanos de Fortuna y la cuestión que planteábamos en un principio: ¿qué importancia pudieron tener estas termas naturales para que se decidiera su monumentalización en un lugar tan apartado de cualquier ciudad? Más o menos ya nos vamos haciendo una idea.
Sabemos que la gente viajaba desde los puntos más distantes convencidos de las cualidades sobrenaturales de estas aguas por su alto contenido curativo y protector; dejaron testimonio impreso que a la postre nos referiremos. Debemos de entender este balneario de Fortuna como la única esperanza de curar ciertas enfermedades o mitigar sus dolencias. Para ello, los peregrinos pasaban largas temporadas de reposo en las hospederías acondicionadas en estas instalaciones, sobre todo si se encontraban a más de una jornada de trayecto, dando gracias a los dioses por los favores recibidos en el santuario próximo.
Aunque el balneario de Fortuna quedaba alejado de cualquier eje de comunicación con cierta relevancia, ciertamente se localizaba en una posición central con respecto a los centros urbanos más importantes de la época: algo más de treinta millas de Illici y unas treinta y siete millas de Carthago Nova.
Espada de frontón de pomo compuesto y punta de lanza que lleva adherido un cuchillo afalcatado procedente de Castillejo de los Baños, Fortuna. Siglo V-IV a.C. Museo Arqueológico de Murcia.
Pero no sólo acudían a estas termas salutíferas la población pudiente del sureste peninsular, lo hacían también gentes venidas de cualquier parte del Mediterráneo que atracaban sus navíos en el puerto de la antigua Cartagena. Téngase en cuenta que este manantial excavado en la roca fue aprovechado, en un primer momento, por los pueblos íberos de los alrededores (por ejemplo, Castillejo de los Baños en la misma Fortuna) con fines también termales, así como para el abastecimiento de aguas y el regadío de sus campos. Tras el proceso de colonización púnica, tanto los cartagineses que controlaron el territorio como los comerciantes griegos que llegaban a puerto, acabaron beneficiándose de las propiedades curativas de estos baños y de la protección de sus dioses, espacios naturales donde rendían culto. De hecho, el estilo y pervivencia de los baños de Fortuna siempre estuvo vinculado con las tradiciones griegas y el norte de África.
Durante el siglo I a.C., fecha coincidente con el plan integral de reformas llevado a cabo en Carthago Nova, el manantial de aguas rupestre sufrió una primera transformación con claras intenciones de explotarlo a modo de balneario y santuario.
Griteta en roca y nacimiento del manantial de aguas salutíferas. Ninfeo. Baños romanos de Fortuna, Murcia.
En un primer momento, el agua brotaba directamente desde la gran grieta horadada en la roca y la práctica del baño se realizaba en el mismo afloramiento acuífero. Debido a la presencia de un importante número de bañistas que aquí acudían, se decidió construir las hospederías para dar descanso a los viajeros. Por supuesto, aprovechando la gran afluencia de gentes, harán su aparición los mercaderes y comerciantes dedicados a la venta de productos y prestación de servicios relacionados o no con la actividad balnearia. Por ejemplo, eran muy comunes los pequeños puestos dedicados a la venta de cerámicas, figurillas o estatuillas de elaboración local y relacionadas con los dioses de la salud.
Pero es en torno al siglo I d.C., coincidiendo con el periodo de mayor edilicia en Carthago Nova y la construcción de su Teatro, cuando se monumentalizan las termas naturales recreando una especie de ninfeo alrededor del afloramiento de aguas. Se trató, pues, de un culto a las Ninfas que perdurará durante los siglos I-II d.C.
El complejo balnear quedará articulado en dos terrazas superpuestas. Desde la terraza superior manaban las aguas sanadoras cuyo caudal caía en cascada por la ladera del monte. Los arquitectos decidieron encauzar estas corrientes a través de respectivas canalizaciones que arrastraban las aguas a un lado y a otro de un segundo nacimiento situado en la terraza inferior.
Ninfeo en la terraza superior y exedra con gradas tallada en la roca de la inferior. Una losa cubre el canal por donde emanaban las aguas desde la zona sacra del balneario. A sus pies, restos de las piscinas que definían el resto del complejo termal. Baños romanos de Fortuna, Murcia.
Alrededor de este segundo nacimiento se construyó una exedra tallada en la propia roca, definida en forma de gradas, las cuales quedaron divididas en dos mitades por la propia grieta del nacimiento. Dicha grieta fue salvada con una losa bajo la cual discurría el agua hasta alcanzar la gran piscina o estanque situada en la parte central del complejo. A un lado y a otro del templo se prepararon sendas capillas levantadas, junto al resto del edificio, con sillares extraídos de las canteras cercanas. El agua encauzada por los canales pasaba bordeando ambos espacios cuadrangulares, conduciéndolas hacia una zona de balsas.
El acceso a todo esta área se realizaba a través de un pórtico, elemento arquitectónico encargado de delimitar la zona sacra del resto del conjunto balnear. Al santuario de carácter salutífero accedían los fieles para estar más cerca de la divinidad y beneficiarse, por tanto, de las condiciones milagrosas de estas aguas con propiedades curativas. Cuando los enfermos eran sanados, mitigados de sus dolencias o, incluso, cuando el problema de salud persistía, regresaban a Fortuna para cumplir con los ritos sagrados pertinentes. Este depósito de ofrendas a las divinidades salutíferas se realizaba en el santuario vinculado al balneario, situado a menos de dos millas de distancia.
Santuario rupestre La Cueva Negra. Fortuna, Murcia.
Hoy a este santuario rupestre, cuyo carácter sacro también se tomó de los pueblos íberos predecesores, se le conoce con el nombre de La Cueva Negra. En sus techos y paredes los devotos plasmaron versos y menciones a los dioses a modo de grafitos. Sobre todo fueron las Ninfas, divinidades menores nacidas de la lluvia, quienes serán citadas en los distintos textos latinos documentados, invocadas siempre para pedir un deseo relacionado con la salud.
Se sabe también que la población que visitó esta cueva era culta y procedente de un entorno urbano, bien de la propia ciudad, bien llegada a ella. Los poéticos tituli picti recogidos sobre sus paredes poseen una clara influencia de la epopeya latina Eneida escrita por Virgilio, durante el siglo I a.C. y por encargo del emperador Augusto. También llama poderosamente la atención la visita a la Cueva Negra de un sacerdote de Aesculapi (Asclepio), de nombre Annio Crescente, lo que no hace más que aumentar las posibilidades de Fortuna como balneario y santuario elegido por los ciudadanos de la Cartagena romana.
Tituli Picti recogido en el santuario La Cueva Negra. Fortuna, Murcia. Fotografía cedida por gentiliza de mi viejo amigo Rafael del Pino, gran amante de la cultura antigua de estas tierras.
El uso de estas instalaciones, balneario y santuario, dedicadas a las divinidades salutíferas desaparecerá en el siglo III d.C. coincidiendo con el declive de Carthago Nova. Durante el siglo IV d.C. se constata una leve recuperación en el complejo termal, precisamente cuando Diocleciano designa la Cartagena tardorromana como capital provincial y se revitaliza su puerto.
Pero la adopción por parte del Estado romano del cristianismo como nueva religión oficial, unido a la progresiva desaparición de los antiguos cultos paganos, terminó por acentuar la crisis de los baños romanos de Fortuna. A finales del siglo IV el templo dedicado a las Ninfas será saqueado y el complejo incendiado; con ello llegará su abandono. Sus aguas dejarán de sanar más enfermedades y desaparecerá el uso de escribir en la cueva. Las termas sólo volverán a revalorizarse en la Edad Media, durante el dominio islámico.
Interior del santuario La Cueva Negra donde los devotos rendían culto a las Ninfas después de haber sanado de sus enfermedades. Fue declarada Bien de Interés Cultural. Fortuna, Murcia.
Los baños romanos de Fortuna fue un lugar sagrado donde, básicamente, se rindió culto a las Ninfas. Los devotos rogaban a estas diosas menores la curación de sus dolencias y enfermedades, demandándoles salud. Su templo, levantado en la parte central del complejo termal, acabó convirtiéndose en espacio de devoción, ya que, por su especial temperatura y composición, sus aguas fueron especialmente indicadas para tratar un amplio abanico de enfermedades. Si en el mundo romano el agua potable tenía la misma consideración que un regalo de los dioses, el agua termal, que aliviaba dolencias o las curaba, era entendida como una auténtica salvación. Por tanto, tampoco ha de extrañar que el nacimiento de este manantial fuera considerado por la población de Carthago Nova como la manifestación más cercana con su divinidad debido, básicamente, a la gran cantidad de enfermedades que acechaban la ciudad desde antes de la llegada de Roma.
Notas:
Ninfa en la Roca. Periodo Flavio para modelo tardo helenístico (Siglos II-I a.C.) Museo del Palatino, Roma.
Aunque el balneario de Fortuna fue dedicado a las Ninfas, el culto a Asclepio disfrutó de gran popularidad durante el siglo I a.C. Es más, la implantación de dioses salutíferos fue común en aquellos lugares de tradición claramente púnica. Las divinidades de carácter sanadoras (Asclepios, Atargatis, Serapis, Isis, Salus, etc.) pudieron o no coincidir en el tiempo y contaron con más o menos seguidores según la época, pero siempre reemplazados por otros si las plegarias de los devotos no eran finalmente escuchadas.
Bibliografía:
- Agua sagrada y agua ritual en los cultos urbanos y suburbanos de Carthago Nova (Alejandro Egea Vivancos)
- Guía didáctica de Carthago Nova
- El santuario romano de las aguas de Fortuna. El balneario de Carthago Nova (Gonzalo matilla Séiquer, Juan Gallardo Carrillo, Alejandro Egea Vivancos)
- El balneario de Fortuna y la Cueva Negra (Antonino González Blanco, Manuel Amante Sánchez, Ph. Rahtz, L. Watts)
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