The cove, de Fisher Stevens, era el documental favorito para ganar el Oscar. Centrado en la masacre de delfines que se produce todos los años en una pequeña localidad de Japón, el documental tuvo que rodarse de forma clandestina, ya que algunos de los miembros del equipo tenían prohibida la entrada en la zona. Como si se tratara de una superproducción, el director utilizó todos sus recursos para implicar a técnicos de Hollywood en una suerte de asalto de guerrillas para poder filmar la masacre que se produce en un lugar recóndito cuyo acceso está prohibido por las autoridades japonesas.
The cove funciona desde el punto de vista narrativo con buen ritmo, y aunque tiene algo de demagógico, consigue resultar espeluznante y sobre todo acierta en la denuncia de la hipocresía de la Comisión Ballenera Internacional, donde países africanos o latinoamericanos como Ecuador votan a favor de propuestas de Japón a cambio de ciertas inversiones económicas a pesar de que, como afirma una delegada africana en el documental, ellos ni siquiera tienen ballenas en sus costas.Personalmente hubiera preferido el Oscar para Food, Inc., una certera reflexión sobre lo que comemos y cómo lo comemos, pero el premio para The cove tampoco es inmerecido y puede provocar de nuevo el debate sobre la masacre marítima. Lástima que a uno de los productores se le ocurriera levantar un cartel que invitaba a apoyar la causa a favor de los delfines enviando un mensaje de texto, práctica que todo el mundo sabe (excepto el productor incauto) que está prohibida, lo que provocó que se cortara inmediatamente el discurso de agradecimiento, impidiendo así al director disfrutar de ese momento especial. Más sorprendente fue lo que le ocurrió al corto documental Music by Prudence, ganador en su categoría. Todos vimos cómo salió el director, Roger Ross Williams, a agradecer el premio. Pero de pronto se le coló una señora que finalmente nos enteramos que se trataba de la ex-productora del film, Elinor Burkett. Digo lo de ex-productora porque, al parecer, debido a discrepancias entre ambos, ésta decidió quitar de los créditos del documental el nombre del director, lo que acabó en un juicio que se cerró con un acuerdo amistoso. Y finalmente con la salida de la productora del proyecto, aunque aún figurara en los créditos. De esta forma, en el momento decisivo del premio, a la ex-productora no se le ocurrió otra cosa que salir pitando hacia el escenario sin que el director pudiera hacer nada (yo le hubiera dado con el Oscar en la cabeza) para evitar que le arrebatara el momento más especial de su noche de gloria. Productores que pisotean a los directores. ¿Suena a algo? Menos mal que por lo menos fue el director, Juan José Campanella, quien le arrebató al co-productor, el español Gerardo Herrero, la oportunidad de dar su discurso cuando El secreto de sus ojos se llevó el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa. Campanella se hizo tal lío cuando empezó a hablar que acabó agotando los 45 segundos de rigor y Gerardo Herrero se quedó con las ganas de dar las gracias.