Revista Insólito

Los bolos, afición y deporte en nuestros pueblos

Publicado el 18 octubre 2023 por Monpalentina @FFroi

Si había un deporte, popular a más no poder, en muchos de nuestros pueblos en aquellos años 60 de feliz transcurrir, en el que participaba una buena parte de sus gentes -varones primordialmente en aquel entonces según lugares, es cierto-, además de ser una de las competiciones que tenían su hueco indiscutible en el programa de las fiestas con motivo del patrono del pueblo, éste era el juego de bolos. Y que, en el juego participasen las mujeres en igualdad, vendría ya posteriormente andando los años.

Los domingos y fiestas de guardar, tras la salida de misa mayor, que alguien apuntase de pronto que quién estaba dispuesto a jugar una partida de bolos, era motivo de fiesta por sí solo hasta la hora de la comida. Y allá tras él, se iba la flor y nata de los hombres del pueblo, para disputarse entre sí unos cuantos juegos, en tanto el reloj de la iglesia no señalase la hora convenida para la comida. Y llegados a la plaza, donde los chavales hacía rato ya que habíamos llegado, se sacaban los bolos del cajón donde se guardaban junto a las pertinentes bolas de madera, y se comenzaba a "pinarlos" en un rincón cuyo suelo estuviese de tierra. En este juego, había uno de esos bolos en concreto, el más pequeño del conjunto de los diez que componían el mismo, al que se conocía con el gracioso nombre de "miche", que a nosotros, los chavales, nos hacía especial gracia. Y es que nos caía simpático, quizás por su pequeño tamaño, por el nombre con el que se le designaba o por el valor en cuanto a puntos que el mismo representaba en el juego. Así que muchas de las veces, durante el conjunto de lances de la partida de bolos, allí estábamos nosotros al lado, esperando conocer las vicisitudes por las que pasaba nuestro amigo el miche y los puntos que otorgaba a quien lo derribase con las bolas. Bolas éstas al respecto, hechas de madera y que nos parecían excesivamente pesadas; y que si alguna vez las tomábamos en la mano para intentar alguna tirada de soslayo, rápido la volvíamos a depositar en el suelo; entendiendo así que no eran todavía para nosotros.

Claro que, aparte de este momento de las fiestas, había igualmente otros períodos del año en los que también se practicaba el juego, sobre todo los domingos y días de fiesta como ya queda dicho; llevándose a cabo incluso pequeñas competiciones entre los vecinos. Eso sí, con el añadido de que, debido a los tiempos que corrían, se jugaba independientemente y por separado el grupo de hombres y el de mujeres, una vez que el juego pasó a ser ejecutado también por ellas.

Competiciones de bolos que, cuando coincidían con las fiestas patronales, abarcaban pequeños campeonatos contra algunos de los pueblos más cercanos, que resultaban muy animados y de una gran vistosidad. Y que, en justa correspondencia, un grupo del pueblo acudía también a esas otras localidades cuando eran invitados con motivo de sus fiestas.

El escenario donde se desarrollaba el juego, no era siempre necesariamente una bolera como tal al efecto, la construcción de esta vendría posteriormente; sino que valía también como perfecto a tal menester un tramo de alguna de las calles del pueblo; eso sí, que estuviese completamente llano para que los bolos se sostuviesen en pie, incluido el más pequeño de ellos, el miche, que tanta gracia nos hacía a los chavales.

Aún hoy, a pesar del tiempo pasado desde aquel entonces, si cerrásemos los ojos y nos concentrásemos durante unos segundos pensando en aquellas partidas de bolos, puede que todavía llegase a nuestros oídos el sonido tan característico que producía la bola de madera al chocar contra los bolos y derribarlos al suelo.

Un sonido que, de cuándo en cuándo, se vería mezclado con los continuos chillidos de las golondrinas en lo alto del cielo sobre la vertical del pueblo.


Los bolos, afición y deporte en nuestros pueblos

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