Revista Cultura y Ocio
No me gusta mentir, aunque a veces reconozco que se convierte en una necesidad. Sí, a veces tenemos que mentir cuándo las preguntas nos hieren o delatan, o nos arrojan a un pasado que no deseamos revivir. Por eso miento cuando me preguntan por qué llevo los bolsillos cosidos. No me gustan. Les tengo miedo. Es un lugar donde las manos resbalan hasta caer en su interior, como en una cueva oscura sin saber que nos podemos encontrar. Sé que a veces te sorprendes gratamente y te encuentras un billete de 20 euros que lo habías dejado olvidado, incluso lavado y centrifugado. Es en realidad una caja de sorpresas, pero también pude ser la caja de Pandora. Abrir esa caja puede costarte muy caro y tu seguridad y estabilidad venirse abajo, como en un terremoto, sucumbiendo todo a tus pies.Cada vez que cierro los ojos sigo viendo a la misma niña temblorosa y empapada por la fuerte lluvia, sin tener
un lugar donde cobijarse, mientras las gotas de agua se confunden con sus lágrimas, tan sola en la esquina de de aquel edificio desamparado. Decepcionada, triste y asustada. ¿Cómo pueden sus padres dejarla abandonada de esa manera?Nunca me lo podré perdonar, ni olvidar cuando fui a coger la llave de casa y extraerla del bolsillo del pantalón ¿Un euro? ¿Pero si siempre lo deposito en mi cartera? y entonces recordé aquellas palabras “Por favor ,señor profesor, no se olvide de entregarle este dinero a mi hija, dígale que coja la guagua porque hoy no podré venir a buscarla” “No se preocupe, señora” –le contesté– “¿cómo se me va a olvidar una cosa así?, descuide que ahora mismo subo a su clase y se lo doy”.