Revista Opinión

Los bufones

Publicado el 27 febrero 2013 por Abel Ros

La crueldad del espejo secuestraba a la menina en un llanto sin consuelo hasta altas horas de la madrugaba


Los bufones
as orejas de soplillo y la nariz de tomate servían a Maribárbola  para hacer reír a Felipe en su tedio cortesano. El baile de malabares y los malos chistes de la calle, insuflaban aire fresco a los mentideros del Alcázar. La bufona de la Corte -como así se conocía a la enana de Velázquez-sufría en silencio el deforme de su figura. La crueldad del espejo secuestraba a la menina en un llanto sin consuelo hasta altas horas de la madrugaba. Gracias a que soy enana y fea- se repetía, una y otra vez, en el rum rum de sus adentros – Su Alteza Real puede asomarse a mi ventana y contemplar las miserias de la vida, con los ojos del plebeyo. Los enanos del rey - decía Maribárbola, mientras ponía a remojo los pinceles de Diego - oímos las malas lenguas que se esconden entre las sombras de la Corona. 

La estatua de la Corte – como así se le conocía a Felipe en los silencios de palacio-, citaba todos los días a Maribárbola para que le contase lo que se cocía en los fogones de la calle. Mientras la bufona arrojaba a la corona los residuos de la plebe, el pasmado del XVII leía, mientras oía, a la Filomena de Félix. El encerramiento de los duques de Uceda y Osuna era el tema candente entre las habladurías de la gente. Esta mañana – decía la menina – el obispo de la plaza hablaba de Su Alteza con gran alabanza y maestría. Decía monseñor que usted ha sido el único rey que ha depurado palacio de las corruptelas del Piadoso. También - relataba la alemana – he oído entre las capas de la nobleza que usted ha hecho un inventario y una no sé qué Junta de Reformación para controlar a los pillos y mentirosos. 

También, se habla, se rumorea, de la ejecución de Calderón, marqués de unas iglesias, por el asesinato de un tal Juaras. Dicen las serpientes de la plaza Mayor - concluía la menina – que el hechizo y la brujería están detrás de las fechorías cometidas por este pecador de pasado enrevesado.

Los chismes de Maribárbola servían a Felipe para tratar con Olivares los asuntos de su reino. La herencia recibida de los tiempos del Tercero, era el tema que rompía la rigidez en el rostro del Pasmado. El espíritu reformista del valido felipista insufló los vientos necesarios que anhelaba la monarquía. La contención del gasto público, el inventario real y la reestructuración del sistema impositivo devolvieron el crédito perdido al  hijo del Piadoso. El castigo a los duques de Uceda y Osuna – decía Su Alteza Real, mientras se dirigía a su valido – ha sentado bien en las sotanas del obispado. ¡Me lo ha dicho la bufona!, exclamaba el padre de Margarita. Así un día y otro día, el Conde Duque y el Monarca comentaban las piedras que caían del saco de Maribárbola.

Hoy, varios siglos después, las escenas de Felipe IV, se repiten para los contemporáneos de Juan Carlos. Los bufones del ayer siguen vivos en la España de Rajoy. Las habladurías de la calle acerca de las presuntas corruptelas de palacio, sirven a las Maribárbolas del presente para sacar los colores a los quilates de la Corona. La publicación reciente de las Cuentas Reales nos recuerda al inventario que, en su día, hizo el Pasmado para lavar su imagen en las aguas turbias de su padre. 

En días como hoy, la figura cuestionada de Urdangarín sitúa a los Borbones en el mismo devenir ruinoso que, cuatrocientos años atrás, tuvo la Monarquía Hispánica. Monarquía liderada por el exmarido de la Deseada.

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