Revista Medio Ambiente
Hay sólo dos lugares en el mundo en los que se puede observar una imagen como la anterior, en la que un buitre leonado (Gyps fulvus) sobrevuela la superficie del mar acosado por una Gaviota patiamarilla (Larus michahellis). Uno se encuentra en la isla croata de Cres y el otro en el Monte Candina, en Cantabria, un macizo calizo de 483 metros de altura cuyas laderas y acantilados caen directamente sobre el Mar Cantábrico. En ambos lugares, los buitres han abandonado sus tradicionales riscos en las montañas para ubicar sus nidos en los acantilados marinos.
El miércoles pasado quedé con mis amigos Jesús Menéndez y Germán Ibarra para visitar esta zona única a la que le tenía ganas desde hacía años, pero siempre lo íbamos retrasando por falta de tiempo o porque la meteorología no acompañaba. Esta vez no había excusa, el tiempo era inmejorable y además tenía que hacer un viaje a Bilbao y me pillaba de camino. Y no podía tener unos guías mejores, ya que Germán, junto a su hermano Javi, habían sido de los primeros ornitólogos en visitar y censar la avifauna de este lugar privilegiado.
Aunque hay varias rutas para subir al Candina, puede que la más sencilla sea desde la localidad de Sonabia, desde donde se asciende por las dunas remontantes que parten desde la playa de Valdearenas. Una de las características geológicas de este sistema dunar es la existencia de cuatro estructuras dunares (primaria, secundaria, terciaria y rampante) muy diferentes entre sí, ya que se depositaron por distintos vientos. Pero tal como me comentó Jesús, un estudio reciente ha revelado que desde el punto de vista granulómetrico, las arenas de la duna rampante y las de la playa son de dos momentos geológicos muy diferentes, de ahí su gran singularidad. La estructura básica de las dunas de la playa (primarias, secundarias y terciarias) son sedimentos del periodo cuaternario mientras que los de la duna rampante tienen una composición que no se corresponde con las citadas del cuaternario sino que son mucho más antiguas, y han sido originadas por transporte en un tiempo geológico en el que las aguas estaban más bajas, en las que la orilla estaba a gran distancia de la actual, desconociéndose el origen de su formación.
Desde la playa se sube por un camino bastante tendido y suave que discurre por la duna rampante y que sido labrado tanto por los montañeros como por las cabras que pastan por la zona.
A medida que íbamos subiendo ya vimos a los primeros buitres volando sobre nosotros. Varias parejas anidan en las paredes calizas que se orientan hacia el este. Sus nidos se pueden ver cómodamente desde el chiringuito playero reformado en observatorio que está cerca del aparcamiento de la playa. Pero nuestro mayor interés era ver a los que habían elegido los acantilados marinos para criar, y para verlos había que seguir subiendo un poco más.
A unos 150 metros para la cima, nos sentamos en el borde del acantilado para admirar las vistas del monte Buciero, en la desembocadura del estuario del Río Asón, que forma parte del Parque Natural de las Marismas de Santoña, Victoria y Joyel.
Desde ese lugar se podían observar dos nidos de buitre pegados a la pared caliza en uno de los cuales un pollo de pocos días era protegido por uno de sus padres. Solo con girar la cabeza teníamos la sensación de viajar en el tiempo y en el espacio, ya que mientras a un lado la imagen era la típica de la alta montaña, hacia el otro se veían bandos de gaviotas patiamarillas peleándose por los descartes de un pesquero mientras eran acosadas por un págalo grande, y un poco más lejos, dos araos comunes flotaban como corchos sumergiéndose cada poco para pescar. Al enfocar los prismáticos hacia el horizonte se veían pasar los alcatraces y a lo lejos, un águila pescadora volaba camino de su nido en el norte de Europa.
A pesar de que el sol ya brillaba desde hacía un par de horas, no hacía demasiado calor y aún no se habían formado las corrientes térmicas que muchas aves aprovechan para coger altura, y la imagen que esperábamos, la de los buitres volando sobre la mar se estaba haciendo de rogar.
No tuvimos que esperar mucho tiempo para que aparecieran los primeros, algunos salían de sus nidos después de pasar la noche en ellos y otros llegaban, probablemente con el buche lleno de comida para alimentar a los pollos. Y tras los buitres, las gaviotas, que ya se encuentran acotando los territorios de cría y no dudan en acosar a cualquiera que se acerque por las proximidades, aunque tenga más de dos metros y medio de envergadura.
Algunos buitres aparecían repentinamente detrás del monte y volaban durante unos instantes sobre la superficie de la mar para girar como grandes aviones comerciales, plegar las alas y sacar los trenes de aterrizaje para entrar directamente a los nidos. Aunque desde la posición en la que estábamos no podíamos ver el lugar exacto donde se ubicaban, siguiendo su trayectoria se interpretaban sin dificultad que estaban en los cortados marinos que caían verticales sobre la mar, a no demasiados metros de la superficie, lo que los hacía únicos.
Esta ubicación de los nidos es la responsable de que todos los años algún pollo de buitre se caiga al agua durante sus primeros vuelos y tenga que ser rescatado por algún pesquero o por las patrullas de salvamento marítimo. Si llegan a tiempo no hay ningún problema, ya que una vez seco y después de pasado el susto es capaz de remontar el vuelo sin problemas.
Ya era la hora de bajar y volviendo sobre nuestros pasos nos dirigimos de nuevo hacia la playa. Los buitres seguían volando sobre nosotros y una pareja de halcón peregrino pasó varias veces a nuestro lado, gritando continuamente. Las vistas desde aquí eran espectaculares; hacia el oeste se apreciaba perfectamente el perfil irregular de este tramo de costa, formado por pequeños acantilados, numerosas calas y pequeños islotes y al fondo el cabo Cebollero, también conocido como la ballena.
Una vez que llegamos a la playa cogimos el coche para ver el monte Candina desde otra perspectiva, esta vez desde la playa de San Julián, al oeste. Desde aquí se puede observar el monte aún más impresionante, divisándose perfectamente los acantilados verticales en donde los cormoranes moñudos (Phalacrocorax aristotelis) y los buitres comparten las repisas para nidificar.
Milano negro volando sobre la playa
Pero el monte Candina no es sólo especial por su colonia de Buitre leonado, que con sus más de 100 parejas nidificantes es la más numerosa de Cantabria. En sus laderas se reproducen otras muchas aves características de los cortados rocosos de media y alta montaña. Y no sólo están presentes, sino que algunas alcanzan en esta zona relativamente pequeña unas densidades inusitadamente altas. Entre estas aves destacan 4 parejas de alimoche (Neophron percnopterus), 4 de Halcón peregrino (Falco peregrinus), que es una de las mayores densidades a nivel mundial, 1 de Águila culebrera (Circaetus gallicus), 1-2 de Águila calzada (Hieraaetus pennatus) y varias parejas de Milano negro (Milvus migrans). Aparte de las rapaces, las dos especies de chovas, la Chova piquirroja (Pyrrhocorax pyrrhocorax) y la Chova piquigualda (Pyrrhocorax graculus), también nidifican aquí, siendo para esta última especie el único lugar costero de nidificación en la Península Ibérica y el que está situado a menor altitud. También se pueden observar las dos especies de roqueros, el rojo (Monticola saxatilis) y el solitario (Monticola solitarius) y una gran cantidad de pequeños paseriformes.
En cualquier lugar del mundo, un lugar como este gozaría de la máxima figura de protección, pero sorprendentemente, el Monte Candina sólo está incluido en el L.I.C Río Agüera, lo que no lo protege en absoluto. La zona esta sometida a una gran presión humana, sobre todo turística y en estos momentos a cualquier empresa se le podría ocurrir abrir una cantera en las mismas laderas del monte y no encontraría demasiados impedimentos.
Como comentaba al principio, solo hay otro lugar en el mundo como este, pero mientras en la Isla de Cres, su colonia de buitres marinos goza de la máxima protección y actualmente cuenta con un importante proyecto de conservación y voluntariado, el monte Candina tiene un futuro preocupante e incierto y no parece que las autoridades competentes estén dispuestas a hacer algo para remediarlo.
Jesús y Germán, muchas gracias por la visita y todo lo que aprendí con vosotros ese día.
NOTA: haced click en las fotos si las queréis ver a mayor tamaño.