Revista Cine

Los Cabos 2013/I

Publicado el 14 noviembre 2013 por Diezmartinez
Los Cabos 2013/I
La selección competitiva Los Cabos está formada por ocho películas provenientes de los países de América del Norte (Canadá, Estados Unidos y México), sin importar que sean ficción o documental. Curiosamente, las dos primeras cintas en competencia que revisé juegan con estos modos de producción: una, se trata de un documental con elementos autoasumidos de ficción; la otra, se mueve entre el "mockumentary" y el muy gastado formato de la "found-footage movie". La mejor de las dos es ¿Quién es Dayani Cristal? (EU-GB-México, 2013), opera prima documental de Marc Silver. En los créditos inicial y finales, sin embargo, la cinta se identifica como "una película de Gael García Bernal y Marc Silver". Es decir, el involucramiento de Gael en la realización del filme es total: aparece no solo como coproductor sino que, además, es la voz en off narrativa del filme y, más aún, aparece en pantalla en el papel de una suerte de guía reflexivo. En el prólogo, Gael está en algún sitio leyendo "la oración del migrante", listo para cruzar al otro lado. Interpreta a alguien que se llama Yohan. Alguien lo busca por su nombre y él se levanta, listo para ir al gabacho. Estas primeras imágenes contrastan con las siguientes: en un tono claramente documental, vemos cómo la policía de Pima, Arizona, encuentra un cuerpo en el desierto cuya única identificación resulta ser un nombre tatuado en el pecho: "Dayani Cristal". Se trata del cadáver anónimo de un indocumentado, uno más, uno de tantos. El Dr. Bruce Anderson, médico forense, una de las muchas cabezas parlantes que aparecen en el filme, presenta las cifras: la oficina del sheriff recoge unos 200 cuerpos al año. En la última década, más de 2 mil personas han muerto tratando de cruzar el inclemente desierto de Arizona.  "Dayani Cristal" -así le llaman mientras se averigua quién era y de dónde vino- entra entonces, a un meticuloso protocolo forense-migratorio-policial-consular. El personal de la oficina del sheriff contacta a los consulados de México y otros países centroamericanos, busca a través de las huellas dactilares del cadáver si esa persona fue detenida antes y trata de encontrar algún dato -el que sea- que les haga poner nombre y apellido a ese cuerpo, uno de tantos que pasan por sus planchas. Cada cuerpo, se nos informa. es guardado hasta que, llegado el momento, pasa a la incineración. Sin papeles ni identificación cruzan la frontera; sin papeles ni identificación los encuentra la muerte. Poco a poco, el documental nos va dando pistas quién fue "Dayani Cristal". Las cámaras del propio Silver y Paul Esteve Birba se ubican en un pueblito de Honduras llamado El Escanito. De ahí salió, al parecer, el hombre que ha muerto. Conocemos a su familia -su esposa, sus hijos, su madre, su padre, su muy articulado hermano- y vemos las difíciles condiciones en las que vivía y sus sueños para lograr una mejor condición económica. Otra cabeza parlante contextualiza estas escenas: la necesidad de mano de obra barata de los gringos, la movilización inevitable en busca de mejores horizontes de parte de una población rural acorralada, los efectos de la globalización en zonas agrícolas como esa de Honduras. El documental, bien informado y con una narración tan clara como convencional, avanza sin problemas. Pero he aquí que, desde el inicio, Gael ha aparecido interpretando el papel de ese hombre, "Dayani Cristal". Es decir, lo vemos partir de Honduras, cruzar Guatemala, atravesar el Suchiate, llegar a México, montarse en "La Bestia", platicar con otro migrantes montados en el tren, ser atendido por el heroico Padre Solalinde, llegar a Altar en Sonora, estar a punto de cruzara Estados Unidos... Es decir, la información documental del caso real de "Dayani Cristal" -de quien sabremos su verdadero nombre en los últimos minutos del filme, además de la razón para ese tatuaje- se va intercalando con el periplo que Gael hace de Honduras hasta Arizona, mientras él mismo, voz en off de por medio, reflexiona sobre ese hombre que ha sido encontrado muerto y sobre otros tantos con los que se ha topado en el camino.  Esta elección, me temo, es discutible. Entiendo la idea de Silver y su guionista Mark Monroe de sacarle la vuelta al documental tradicional usando a Gael como guía y sustituto del desafortunado "Dayani Cristal". De hecho, el propio actor admite que está jugando ese papel: en algún momento, entra en conversación con verdaderos migrantes en un camión y hasta les muestra los hijos que él, Gael/Dayani, dejó atrás, en Honduras. La voz en off de Gael afirma, ¿acaso con un poco de pena?: "me dejan hacer el personaje". Es decir, él está actuando mientras la gente que le rodea está viviendo un drama verdadero y real. Y a veces, trágico. Por supuesto, no me atrevo a dudar de las buenas intenciones de Gael y la presencia de él en la película ayuda a que se haga ruido alrededor de ella, a que sea mandada y recibida en festivales -como Los Cabos 2013- y, al final de cuentas, a que la cinta se logre ver más allá de los circuitos especializados. Y esto es bueno, porque la historia de Dilcy Yohan Sandres Martínez -ese es el nombre de "Dayani Cristal"- merecía ser contada. El asunto es que, ni modo, cuando una celebridad se coloca frente a la cámara buscando hacer presente un tema -por ejemplo, la ocupación del antiguo Sahara español, tema del documental Hijos de las Nubes: la Última Colonia (Longoria, 2012), con Javier Bardem como productor/narrador/Michael-Moore-hispano- no puede evitarse que, además del tema, la propia celebridad se convierta en protagonista. Con todo, ¿Quién es Dayani Cristal? es bastante más meritoria que Los Dirties (The Dirties, Canadá-EU, 2013), opera prima del egresado de la Toronto Film School Matt Johnson. La película tiene su gracia, sin duda, pero su torpe y arbitraria ejecución me terminó por distraer demasiado. Dos preparatorianos, Matt (el director/coguionista/coproductor/coeditor Matt Johnson) y Owen (Owen Williams), quienes no pueden hablar dos minutos sin soltar una referencia cinefílica -que si Irreversible, que si Los Sospechosos Comunes, que si Pulp Ficition, que si Malcolm X, que si Los Excéntricos Tennenbaums- están haciendo un vídeo como parte de un proyecto escolar. En ese vídeo, los dos muchachos -que son abusados un día sí y otro también por los bullies que no faltan- son los protagonistas de una violenta venganza en contra de todos los "malosos" que dominan en esa high-school. El asunto es que Matt se toma en serio la película y, más aún, la venganza. Su idea es documentar, cámara de por medio, los planes y la ejecución de la masacre real que pretende hacer.  La premisa es inquietante, pero la realización, insisto, es tan torpe como arbitraria. Desde el principio, una leyenda nos informa que lo que veremos son imágenes reales de algo que, por desgracia, sucedió. Es decir, estamos en los terrenos del ya muy choteado "found-footage". Y, en efecto, desde el principio, cuando Matt y Owen están haciendo su película escolar "The Dirties", hay una cámara omnipresente que los sigue dentro y fuera de sus respectivos papeles, es decir, como los preparatorianos que son y como los personajes que encarnan en su cinta pseudotarantinesca. En algún momento, incluso, se dirigen al de la cámara, le ofrecen palomitas, hablan con él, aunque él (o ella) nunca contesta. El primer problema es que el cineasta debutante Johnson no respeta en ningún momento su propia premisa. En más de una ocasión es obvio que lo que vemos en pantalla no pudo ser hecho por una sola cámara: hay distintos emplazamientos, ángulos diversos simultáneos, además de la aparición de una narrativa más convencional con ralenti y música de fondo incluidas. Hay otros momentos en el que Matt y Owen actúan como si no hubiera cámara frente a ellos, es decir, como si de repente, el amigo/compañero camarógrafo hubiera desaparecido y fueran personajes reales en una película tradicional. Alguien podría alegar que esto se trata de un ambiguo juego de espejos entre la "realidad cinematográfica" y una parodia de la misma, pero más bien me parece el resultado de una confusión en el planteamiento de la puesta en imágenes. Lo mismo puede afirmarse con respecto a la posición que tiene el cineasta frente al tema de la violencia y el cine: es obvio que Matt vive en un mundo propio, cuyo principio y fin ocurre en el cine que ha visto y en ciertas películas que idolatra. De ahí, del cine, él obtiene la inspiración para su venganza final. Es cierto que Owen, el otro muchacho, tan cinéfilo como Matt, no tiene esas inclinaciones psicopáticas, pero quiérase que no, el argumento más fuerte y que queda en la memoria es cómo el cine -y la cultura popular que le rodea- ha provocado las muertes que veremos al final. De nuevo: se podría decir que también es una posición ambigua y provocadora. Más bien, de nuevo, creo que a Johnson tampoco le quedó claro qué es lo que quería decir. Eso sí, los créditos finales son magníficos: un juego cinefílico que Matt (el personaje/el cineasta), seguramente, disfruto mucho. Las referencias son interminables: de Woody Allen a Leone, pasando por Coppola, Rosen, Curtiz, Hitchcock, Kubrick, los hermanos Coen y muchos más. Para eso sí demuestra bastante talento el joven Johnson: para homenajear/saquear a los grandes maestros. Para lo otro, para hacer buen cine, le queda mucho por aprender. 

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