Revista Cine
Este sitio ha estado silencioso porque, como jurado FIPRESCI, estoy obligado al prudente silencio hasta que se entreguen los premios mañana sábado. De todas formas, he visto algunas cintas fuera de la competencia de las que escribiré, como sigue:Las dos primeras películas que vi, pertenecientes a la sección Green formada por filmes (más o menos) ambientalistas, resultaron ser un inquietante programa doble terrorífico-documental. Safari (Austria, 2016), el más reciente filme de Ulrich Siedl (Import/Export, 2007, la trilogía Paraíso: Amor, Fe, Esperanza/2012/2012/2013, En el sótano/2014), nos presenta, sin comentario en off alguno, sin editorializar nada, sin necesidad de subrayar lo obvio, a un grupo de cazadores austriacos en algún país africano.Como de costumbre en el cine documental de Seidl, las tomas estáticas de las personas, acomodadas como en una suerte de anacrónico tableau, se alternan con la acción cotidiana, en exteriores, de esta variopinta galería de individuos -hombre, mujeres, viejos, jóvenes, de mediana edad-, que articuladamente racionalizan su gusto por matar animales -hablan de la naturaleza de la muerte, de que la cacería ayuda a eliminar animales enfermos, de que lo que gastan apoya el desarrollo de los países africanos- o, de plano, expresan francamente que no están haciendo nada mal, nada fuera de la ley y que, hombre, no tienen porque disculparse con nadie.Perversamente, Seidl va de menos a más. Al principio vemos cómo los cazadores matan a algún animal, atestiguamos su emoción y vemos cómo se toman la foto bien orgullosos. Nada del otro mundo, por más que podamos sentir rechazo por lo que hacen. Pero después viene lo mejor. O, más bien, lo peor: ¿qué sucede luego que cazan al animal? Le quitan la piel, claro. Pero antes hay que destazar a la presa. ¿Y qué tal si la pieza "capturada" -o sea, cazada- es, digamos, un animalito particularmente simpático? Debo confesar que hace tiempo que no sentía arcadas al ver una película. Y conste que esto lo escribo como un elogio.Rats (EU, 2016) fue la segunda cinta de este sufrido programa doble aunque, a decir verdad, este documental "de horror" -esas fueron las palabras usadas por la joven presentadora de la cinta- no me provocó tanto asco.El más reciente largometraje documental de Morgan Spurlock (SuperEngórdame/2004) es una entretenida visión de la amenaza global que representan las ratas. Aunque, en realidad, cuando Spurlock pasa de una sociedad a otra, de un continente a otro -de América a Asia, de la Gran Bretaña a Vietnam o la India-, vemos que los susodichos roedores no son vistos en todas partes de la misma forma. Mientras en Nueva York un carismático exterminador nos advierte de lo imposible de eliminar estos animales y en otras partes de Estados Unidos o la Gran Bretaña vemos cómo un grupo de científicos estudia con toda seriedad a estos roedores para entender cómo transmiten una interminable lista de enfermedades, en Vietnam las ratas de campo son guisadas y comidas de distinta manera -siempre bien acompañadas de una cerveza-, y en algún templo de la India estos animales son considerados sagrados, de tal forma que la gente convive con ellos, comen del mismo plato, beben la misma leche, comparten la misma fruta picada. Spurlock es un sensacionalista, en el mejor sentido del término: alterna el serio trabajo de los científicos americanos o británicos -impresionante la autopsia de una rata, por ejemplo, y ver cómo extraen y aíslan todos los parásitos que tienen los roedores- con algunos momentos que no agregan mucho de conocimiento pero, ah, cómo son divertidos, como la secuencia en la que presenciamos a una veintena de perritos terrier acabar con una colonia de ratas de campo en Inglaterra, ante la mirada complaciente de los dueños de los chuchos. Honestamente, no sabía que esos perros tan curiositos podían ser tan implacables cazadores de ratas. Por un momento, sentí pena por los roedores. Pero solo por un momento.