En la primera quincena de abril de 1928, cerraba sus puertas el que un tiempo fue concurridísimo Café Español, café enclavado en el entonces paseo de los Mártires, actual Explanada de España, uno de los lugares más emblemáticos del Alicante de entonces y de ahora.
No fueron pocas las alusiones a la clausura de este centro de solaz y recreo del Alicante de finales del siglo XIX y primer cuarto del XX, las aparecidas en las páginas de los diarios de la época. Álvaro Botella escribía en las páginas de El Luchador: «En él, hubo una famosa tertulia de escritores y periodistas que influyeron grandemente en la vida de nuestra ciudad. Últimamente conservaba el carácter de los clásicos cafés alicantinos, con sus jugadores de dominó y peñas de amigos. Cosas muy interesantes se podrían escribir de tan popular café, víctima de las nuevas costumbres y aficiones». Del mismo modo, en El Correo, Manuel de Elizaicin confirmaba todo lo anterior, haciendo hincapié en los mismos motivos de la desaparición del famoso café alicantino.
Este suceso sería, además, el móvil que indujo a Francisco Montero Pérez a plasmar en las páginas de varios números de El Luchador del mes de mayo del mismo año, sendas entregas dedicadas a hacer unjusto recordatorio de los principales establecimientos de este tipo que existieron en Alicante en el siglo XIX. En ellas está basado este artículo.
La instalación de los cafés en nuestra ciudad coincide con la definitiva implantación en España del régimen constitucional, si bien antes de esta época existía en Alicante alguna reducida y antihigiénica planta baja, cuyo mobiliario se reducía a un corto número de modestas mesas con sus correspondientes sillas de anea y servicio de cristal y loza de Manises, y que tomaba el pomposo nombre de «café». Pero está claro que a estos establecimientos no se les podía considerar como tales, especialmente si los comparamos, no ya con los actuales, sino con los que se comentan a continuación, pues se trataba de sitios en los que solo se servía esta bebida y, a lo sumo, para recreo de los que a los mismos acudían, se les facilitaba una baraja.
En un Alicante cuya población rondaba los 15.000 habitantes, coexistían tan solo cuatro o cinco centros de este tipo en todo el casco de la población, no muy bien vistos por la ciudadanía general, y con un escaso número de contertulios, lo que impedía la proliferación de estos mal llamados cafés. Y a ello no contribuía precisamente la manera tan estrecha de interpretarse en nuestra ciudad las atribuciones concedidas a los alcaldes corregidores, por lo que al orden público se refería, pues solo se permitía que los cafés tuviesen sus puertas abiertas hasta las nueve de la noche en invierno y hasta las once en verano, trancurridas las cuales, el infortunado que topaba con la ronda nocturna y esta averiguaba que salía de un café, se hacía acreedor de una considerable multa. Por si esto no era suficiente, las gentes de entonces no miraban con buenos ojos a los tertulianos habituales de los cafés, pues pensaban que «mientras atendían a las expansiones del cuerpo, olvidábanse de rendir culto a las del espíritu».
De esos cafés instalados en la ciudad en esta época de imperante régimen absolutista, uno estaba en la en esos años denominada plaza de Entre Dos Puertas, actual plaza de San Cristóbal; otro en la calle de la Cruz de Malta, predilecto de los tripulantes de los buques nacionales y extranjeros que arribaban a nuestro puerto, dada su proximidad al mismo; coexistiendo dos o tres más, repartidos por los arrabales de San Francisco y de San Antón, y en el entonces naciente Barrio Nuevo, en concreto en la plaza de Santa Teresa, actual plaza Nueva. Llegada la época de la definitiva implantación del régimen constitucional, se crearían, sin obstáculos ni cortapisas de ningún género, sociedades culturales y de recreo, aumentando con ello el número de cafés hasta entonces existentes.
Uno de los más concurridos en el período de tiempo que media desde 1835 hasta 1856, era propiedad de José Martínez «El Panderetes», y estaba situado en el paseo de la Reina, actual Rambla de Méndez Núñez. La concurrencia del Café de Panderetes la componían en su mayor parte afiliados al grupo más exaltado del partido Progresista y, por consiguiente, los que formaban la funesta partida de «la Capa», que tenía sus conciliábulos secretos en la famosa «Cova», sita en la partida rural de Babel, en el huerto llamado «del Pato».
Durante los días que en 1844 imperó Pantaleón Boné en Alicante, en este café recibían los pronunciados las instrucciones del jefe civil del Pronunciamiento, Manuel Carreras y Amérigo, motivo este para que, al entrar las tropas sitiadoras en nuestra ciudad, mandadas por Federico Roncalli, fue buscado «El Panderetes» con insistencia por la policía, para unir su nombre al de los fusilados en el malecón el día 8 de marzo. Pero este logró ponerse a salvo, y la única recompensa que obtuvo en el resto de su vida, durante el mandato de los hermanos Campos y Doménech, fue el modesto destino de segundo jefe de la policía de esta ciudad, entonces dotado con 1.500 pesetas a nuales.
La construcción del Teatro Principal en 1846, influyó en pocos años en la instalación de nuevos y elegantes cafés en las calles de los alrededores del mismo, siendo dignos de ser recordados:- Café de la Iberia, propiedad en 1864 del que sería más tarde político de renombre, Antonio Mas Gil, instalado en el número 3 de la plaza del Teatro, actual de Ruperto Chapí, frente al coliseo alicantino, años más tarde trasladado al paseo de los Mártires, esquina a la calle de la Victoria, después Doctor Esquerdo, que sería absorbida por la prolongación de la Rambla. Eran sus concurrentes asiduos, afiliados al partido Unión Liberal.- Café de Paredes, hacia 1866, situado en la esquina que unía la calle Duque de Zaragoza y la actual Rambla, esquina después ocupada por la que sería farmacia de Planelles. Era el más elegante de los entonces existentes en Alicante, y al mismo acudía la pacífica mentalidad burguesa, pues la más alta sociedad tenía por punto de recreo el Casino, de cuyo café se haría cargo Paredes años después. Le dieron justa fama la leche merengada y los barquillos rellenos. Era cenáculo habitual de los periodistas, así como de los ingenios y artistas alicantinos, siendo apenas visitado durante la mañana y, a la vuelta de las dos de la tarde, se trocaba en bulliciosa algazara hasta altas horas de la noche.- Café de Gorcet, conocido así por el nombre de su propietario, Gregorio Vallejos, que lo creó en los dos o tres años anteriores a la Revolución de Septiembre. Era punto de reunión de los artistas que actuaban en el Teatro Principal, así como de los republicanos moderados, no en vano se situó, durante muchos años, con cambio de propietario incluido, en la misma plaza del Teatro.- Café de Chaumet, instalado en la casa señalada entonces con el número 38 de la actual Rambla de Méndez Núñez, propiedad de Jaime Barrachina. Allí solían reunirse los republicanos alicantinos más acérrimos.
Inaugurada la esperada línea férrea que puso en comunicación nuestra ciudad con Madrid en 1858, la industria y el comercio tomaron un incremento extraordinario, lo que al propio tiempo conllevó la creación de nuevos cafés que, por su esmerado servicio y el lujo desplegado, no tenían nada que envidiar a los más famosos en la corte y principales ciudades españolas. Recordemos algunos:- Café del Universo, en los bajos del pasaje de Amérigo, en la calle de la Princesa —actual de Altamira—. Se abrió al público en 1863, y era de los más elegantes y espaciosos del Alicante de entonces. Tenía un público integrado en su mayoría por liberales que esperaban el triunfo de sus ideales, lo que daba motivo para la más exquisita vigilancia por parte de las autoridades y de la policía. A este café acudían a leer sus tertulianos los periódicos que a la sazón se publicaban en sentido más democrático.- Café de los Dos Reinos —más tarde de las Dos Naciones—, en la planta baja del edificio más tarde ocupado por las antiguas oficinas del Banco de España, en la esquina de la plaza de la Constitución con la calle Doctor Esquerdo, absorbida por la prolongación de la Rambla, a la altura de la actual plaza del Portal de Elche. Comenzó su funcionamiento alrededor de 1864, siendo sus propietarios José Pérez y Antonio Azuar, y funcionó a pleno rendimiento hasta 1882 aproximadamente, debiendo su éxito, sobre todo, a los inquilinos que tuvo en sus dos pisos altos: el Casino hasta 1869 y, a continuación, la Tertulia Progresista Democrática hasta 1873.
- Café Suizo, inicialmente en la planta baja que luego fuera comedor del Hotel Victoria, en el paseo de los Mártires, y después, tras la desaparición del Café de la Iberia, en el local que este ocupaba en la misma vía. Fue su primer propietario Rodolfo Matossi y Compañía, estando al frente del café Domingo Santías, muy querido de todas las clases sociales alicantinas por su bondad. Al estar próximo al mar, era el preferido por los marinos que visitaban nuestro puerto, siendo igualmente frecuentado por afiliados a partidos mayoritarios y al Gran Oriente Español, motivos más que sobrados para justificar, en determinadas épocas, el fuerte acecho a que era sometido a todas horas por parte de la policía.
- Café de Juanico, del nombre de su propietario, Juan Fernández. Instalado en la Rambla, al lado de la que fuera Posada de la Higuera, luego almacén de muebles y decoración de Bernad, junto al desaparecido «Central Cinema». La admiración de su propietario por la doctrina de Allan Kardec, considerado el sistematizador de la doctrina llamada «espiritismo», hizo de este local el centro de recreo y reunión de los que profesaban las mismas ideas filosóficas.- Café del Palamonero, en la calle Cruz de Malta, propiedad de José Maltés, especializado en la confección de exquisitos buñuelos.- Café del Catiu, en la plaza de la Constitución, local posteriormente ocupado por la tristemente desaparecida y muy famosa en su tiempo tienda de tejidos «La Nueva Aduaneta», en el actual Portal de Elche. Fue su propietario José Navarro.- Café del Tío Ramón, en el número 3 de la calle de Bajada del Paseo de la Reina, posteriormente plaza de Castelar, desaparecida con la prolongación de la Rambla, cuyo local sería posteriormente ocupado por la tienda de tejidos de Montahud.- Café del Tío Pino, en el número 26 de la plaza de San Francisco, posteriormente de la Reina Victoria, hoy de Calvo Sotelo. El hecho de existir en los altos del café la sociedad dramática «Cervantes», y muy cercano a este el cuartel de San Francisco, hizo que su concurrencia fuese, en su mayor parte, de militares y aficionados al teatro.- Café del Mellat, instalado en la calle de San Francisco —durante años Sagasta, y luego vuelta a su denominación original—, esquina a la de Castaños, posteriormente sería ocupado su local por la ferretería de Mora. Era famosa su agua de cebada, para muchos alicantinos la mejor que se bebía en la ciudad.- Café del Tío Antonio Navarro, en la esquina formada por las calles del Cid y de Blasco, edificio posteriormente ocupado por las oficinas del Gobierno Civil, estando en sus bajos la imprenta de la viuda de Rovira.- Café del Tío Rico, el primero y único que existió en Alicante al aire libre. Su dueño, José Rico, lo montaba a la entrada de la calle de San Isidro por el paseo de la Reina, durante la temporada estival y, como en esos meses la concurrencia a los conciertos musicales que se celebraban en dicho paseo era numerosa, igualmente numerosa era la que existía a este café.- Café y Teatro de Variedades. Las funciones teatrales por horas comenzaron en Alicante en el verano de 1869, y se realizaron en un teatro al aire libre que se denominaba «de Variedades», propiedad del ya mencionado político Antonio Mas Gil. De importantes dimensiones, estaban instalados, café y teatro, en el solar del paseo de los Mártires posteriormente ocupado por la magnífica casa de Juan Alberola Romero, más conocida como «Casa Alberola», hoy tristemente mutilada, lindante con sendos edificios de Juan Guardiola y Fargas y con el entonces ocupado por las oficinas del Banco de la Industria y del Comercio. La entrada principal la tenían por el paseo de los Mártires y, para los artistas y dependencias, existía otra por la plaza de San Carlos —actualmente calle de San Fernando—. En este coliseo, por el módico precio de 25 céntimos, el espectador tenía derecho a un café o refresco, según la temporada, y a presenciar una obra en un acto, por lo regular una pequeña zarzuela o una pieza de género bilingüe. Durante el invierno se cubría con un techo provisional de madera. Con alguna que otra interrupción, funcionaron hasta 1873.
- Café del Comercio. Se instaló en 1886 en el paseo de los Mártires, esquina con la calle de Bilbao, siendo uno de los más lujosos de todo los abiertos hasta entonces en la ciudad. En el mismo local, ya en el siglo XX, Luis Martínez abriría otro clásico y suntuoso café: el Café Central.
- Café del Barrio de Benalúa. En 1890, en vista del incremento que ya había tomado este barrio, se instaló en uno de los edificios de la plaza de Navarro Rodrigo, un espacioso y cómodo café que pervivió muchos años.
- Café Español, que se creó a los pocos años del Café del Comercio, tan lujoso como lo fuera este, llegando a ser un clásico de nuestra ciudad, y que mantuvo exitosamente sus puertas abiertas en el paseo de los Mártires hasta 1928. Fue tertulia habitual de escritores y periodistas.
Las necesidades y exigencias de la vida moderna, hicieron que la asistencia al café fuera más que un pasatiempo de honesto recreo, una imprescindible necesidad. El café introdujo notables mejoras a favor de sus asistentes, que eran los primeros en reconocer y apreciar: a la hermosura y elegancia del mobiliario, se unía la excelencia del servicio y, a estas mejoras, ya de por sí aliciente suficiente para atraer al público, se unió la celebración de magníficos conciertos a cargo de excelentes pianistas, cuartetos o sextetos, muy del agrado de los entendidos que premiaban con sus aplausos la labor de los artistas.