El presente artículo fue escrito por Sarasuadi Ochoa y publicado en Distintas Latitudes. Podéis ver el original en http://www.distintaslatitudes.net/los-caminos-andados-del-zapatismo
“Las respuestas a las preguntas sobre el zapatismo no están en nuestras reflexiones y análisis teóricos, sino en nuestra práctica”
(Subcomandante Insurgente Marcos)
Más allá de toda la literatura que se ha escrito sobre el zapatismo, este documento pretende ser una mirada introductoria, un primer acercamiento, a los cambios sociales que, emanados del zapatismo hace 17 años, han transformado y siguen transformando nuestra realidad.
Y es que después del 1 de enero de 1994 México nunca volvió a ser el mismo. Aquella rebelión de 12 días atrajo la mirada de México y del mundo hacia la situación de extrema pobreza y opresión que padecían –y todavía padecen– los pueblos indígenas. A través de un fuerte discurso que combinaba de igual forma la poesía, la mítica, la sabiduría ancestral y la cosmovisión de las comunidades indígenas chiapanecas con elementos marxistas, se logró sacudir al país y evidenciar la imperante desigualdad existente en México, el racismo, la miseria y el abandono histórico de las comunidades indígenas.
A nivel internacional, el impacto fue igual de significativo y se materializó en las diversas redes de apoyo que se crearon mundialmente, pues una característica de la realidad zapatista es que, a pesar de la particularidad histórica y sus planteamientos étnico-culturales, sus demandas calaron en una sociedad internacional en la que las desigualdades y la exclusión se escriben diariamente en distintas geografías; el mismo guión pero diferente la trama y los actores.
No fue sólo el carácter anticapitalista y antineoliberal de la lucha zapatista; fue también el surgimiento de un nuevo sujeto político que expresaba su rebeldía de una forma sumamente novedosa, a través del rescate de la palabra como arma; fue también su apuesta por la diversidad con el lema Por un mundo donde quepan todos los mundos, lo que logró influir en activistas y organizaciones que, desde su trinchera, luchaban en lugares espacialmente tan distantes como España, Italia, Estados Unidos, América Latina, e incluso India. [2]
Pero uno de los elementos más significativos del impacto del EZLN a nivel internacional fue el cambio de paradigma que representó el levantamiento zapatista respecto al pensamiento único, aquel que explotaba las contradicciones sociales, las cuales aumentaron dramáticamente con la implementación a escala mundial del neoliberalismo y tras el fracaso del socialismo realmente existente como medio de transformación y mejoramiento de la vida de las personas.
Pues todavía resonaba el there is no alternative de Margaret Thatcher cuando la irrupción del zapatismo[2] demostró la existencia de otros actores con posibilidades reales de transformación social, que frente a un discurso individualista con tendencia a la mercantilización de todo, rescataba a través de representaciones simbólicas la importancia de la identidad, la cultura y, especialmente, de la comunidad
De esta forma, los zapatistas evidenciaron que las configuraciones existentes de poder, al igual que los mecanismos de legitimación y dominación se sustentan en las prácticas cotidianas, en la cultura y en los imaginarios sociales. Por lo tanto, forma parte central de su proyecto de emancipación elaborar imaginarios sociales alternativos en distintos espacios de la vida social, que superen el racismo, el elitismo, el machismo y las construcciones existentes de democracia, igualdad, diversidad e incluso de poder.
Sin embargo, más allá de este discurso (que logró hacerse escuchar no sólo a través del subcomandante Marcos, o de la Comandanta Ramona, la Comandanta Esther, y otros tantos…), ¿cuáles son las transformaciones que nos ha dejado el zapatismo a lo largo de su historia? ¿Qué lecciones podemos aprender de sus victorias, las dificultades con las que se ha enfrentado e incluso de sus derrotas?
Existe una gran cantidad de elementos que podríamos enumerar como lecciones o legados del movimiento zapatista, empezando por la recuperación del derecho a la dignidad y a la rebeldía, la capacidad de movilizar a la sociedad civil a nivel nacional e internacional, su demanda por una verdadera inclusión y la generación de una cultura política en nuestro país, haciendo una necesaria crítica desde la izquierda al funcionamiento de la política y el sistema de partidos existentes. Y es que el zapatismo no sólo denunció la inexistencia de una verdadera democracia en México, pues ¿cómo podría existir tal cosa si la voz de cerca de los más de 10 millones de indígenas que viven en nuestro país no eran escuchadas ni tomadas en cuenta? También transmite una fuerte crítica a los cotos de poder y la cerrazón de la clase política, invitándonos a pensar más lejos de los calendarios electorales y demostrando que se puede construir otro tipo de política, cuyo bastión resida en la fuerza de la comunidad.
Posteriormente, el EZLN decidió enfocarse a la creación de espacios de diálogo entre distintas organizaciones, espacios en los que a partir del reconocimiento y respeto muto a sus respectivas diversidades, se ha creado una fuerte vinculación entre distintos colectivos a través de La Otra Campaña[3] (en donde podemos encontrar organizaciones tan diversas como colectivos de migrantes en Nueva York y organizaciones LGTB, entre otras) con el espíritu de desde abajo y a la izquierda. La Otra Campaña surgió ante la coyuntura electoral y como denuncia a la falacia y el espectáculo de las elecciones del 2006 y es considerada por muchos como el último programa de carácter nacional en la agenda del EZLN. Sin embargo, como mencionamos anteriormente, esta amplia red sigue construyéndose día con día.
Tras el arribo de la derecha al poder (cuyo candidato, junto con los demás miembros de su partido, se negó a estar presente cuando en el 2001 los zapatistas acudieron al Congreso de la Unión) y siendo consecuentes con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, el zapatismo tomó la decisión de concentrarse en la construcción de las autonomías –sin pedir permiso– mediante las Juntas de Buen Gobierno, debido a la falta de voluntad política para escuchar a los indígenas y realmente buscar un cambio en su situación (como lo prueba la unilateral reforma del artículo 2° que dejó de lado los acuerdos de San Andrés). Esta decisión no implicó que se desviase el movimiento; al contrario, era el paso natural, sobre todo si tomamos en cuenta que los postulados de los zapatistas no se quedan sólo en una crítica, sino que llevan su pensamiento a la praxis.
La creación de las Juntas de Buen Gobierno significó un repliegue de la estructura político-militar y una mayor capacidad de decisión de la estructura cívica-democrática en las comunidades zapatistas. Demostró también la posibilidad de construir otra forma de relacionarse y organizarse políticamente entre ellos, pues la nueva manera de política que proponen y toma vida en los caracoles zapatistas responde a las verdaderas necesidades de las bases: es una política que descansa en la comunidad, en la horizontalidad, en el consenso, en suma, en el mandar obedeciendo. Se trata de un principio que los zapatistas han llevado a la práctica para construir espacios propios que donde la política se entienda como un servicio a los demás con concepciones de solidaridad, justicia y democracia real, donde se desarrollan propuestas propias de educación, de comunicación, de salud y organización económica alternativas.
Los grandes cambios al interior del EZLN también trastocaron al resto de la sociedad. Se volvieron ejemplo para colectivos e individuos a nivel nacional e internacional la horizontalidad como fundamento de construcción de las Juntas de Buen Gobierno. Los avances en salud de los caracoles zapatistas, las escuelas que rescatan la cultura, valores e historia de las comunidades indígenas y que proponen un modelo pedagógico distinto, el esfuerzo por mejorar la situación de las mujeres mediante, por ejemplo, la ley revolucionaria de las mujeres [4]; la apuesta por un nuevo tipo de economía… En fin, son muchos los ejemplos de la praxis del zapatismo que han trastocado el estado de las cosas tanto fuera como dentro de las bases zapatistas, y todo esto en un contexto de intensa militarización, persecución y criminalización del movimiento zapatista y de sus simpatizantes por parte de las autoridades mexicanas.
El camino por la construcción de las autonomías no quiere decir que el zapatismo se aleje de las problemáticas nacionales ni que deje de tener importancia actual a nivel local y nacional, o que incluso sus bases de apoyo a nivel internacional hayan disminuido. Tenemos como ejemplo la realización entre diciembre de 2008 y enero de 2009 del Festival de la Digna Rabia que, convocado bajo la consigna de compartir rabias creativas, contó con la participación de distinguidos intelectuales y activistas de más de 20 países, incluidos los mexicanos Adolfo Gilly y Pablo González Casanova.
Como muestra del compromiso con el acontecer nacional, el reciente intercambio epistolar entre Luis Villoro y el Subcomandante Marcos, acerca de la guerra contra el narcotráfico, evidencia las constantes posiciones políticas del movimiento. Marcos diserta acertadamente sobre la imposición por las armas del miedo como imagen colectiva y alerta sobre los estragos de la guerra de arriba, que implica grandes ganancias económicas para unos cuantos y la destrucción del tejido social de nuestro país. Marcos sigue siendo un personaje fundamental hacia el exterior, el rostro sin rostro del EZLN. Sí, es el vocero indiscutible, pero la construcción del otro mundo posible recae en primera instancia en las comunidades.
Podemos mencionar también los constantes comunicados que no siempre llegan a los principales medios de nuestro país, como las declaraciones a partir de la muerte de Samuel Ruiz, elaboradas por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, documento que honra la memoria del obispo y su compromiso con la causa zapatista, pero también denuncia los actos de hipocresía de distintos personajes políticos del Estado que desfilaron frente al féretro de Samuel Ruiz, a quien en vida intentaron deslegitimar por distintos medios.
Para concluir con esta breve reseña de la evolución del movimiento zapatista y su relevancia actual, destaco dos nociones: el cambio simbólico que representó en el momento de su levantamiento y su estado actual de fuerza política e ideológica que forma parte de una izquierda que aspira a ser distinta.
Esto podemos entenderlo mediante los ejemplos que el zapatismo nos lega: creación de otras culturas políticas, perspectivas, prácticas e imaginarios sociales que permitan la transformación social a través de la cotidianeidad de nuestras vidas. El zapatismo nos enseña que otros mundos no son sólo necesarios sino posibles, y que ya comienzan a constituirse y se transforman día con día, pues el proyecto que proponen es aún inacabado y se encuentra en permanente construcción.
Por último, rescato como una de las lecciones más importantes la necesidad del retorno de la comunidad como sujeto político. Lo que nos deja el zapatismo hoy es la materialización de aquella promesa que parecía tan lejana: la posibilidad de tejer historias en común mientras se construye otro mundo. Nos dejan también la lección de articularnos con distintas luchas, de intentar construir otra forma de política, creer en un NOSOTROS, de organizarnos, de asumirnos como actores colectivos de la realidad, de actuar para la transformación y llevar a la práctica los sueños y la imaginación.
Sobre hacia dónde puede ir el zapatismo, la respuesta es difícil, pues son amplios y variados los obstáculos a los que se enfrenta día con día, y el camino por recorrer parece aún largo y bastante pedregoso. La respuesta en última instancia reside en ellos, en los zapatistas y sus bases. Para terminar, quisiera hacerlo en el mensaje que está escrito sobre una pared amarilla con letras azules, de un caracol zapatista:
“¿Para qué sirven los sueños, las utopías? Para AVANZAR”.
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