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No soporto a los independentistas catalanes, y no es precisamente porque sean independentistas. Cada uno tiene derecho a preferir lo que quiera y pensar como le dé la gana. Y partiendo de ahí, cada uno tiene derecho a manifestarlo, como otros tienen ese mismo derecho de oponerse.
No soporto a los independentistas catalanes porque para conseguir sus fines, no solo se han servido del engaño y la manipulación durante décadas. Porque han exacerbado el independentismo entre varias generaciones cultivando la mentira y la sinrazón. Porque el germen de sus ideas proviene de un sentimiento xenófobo y racista, supremacista y excluyente. Porque no han dudado en sembrar el odio y enfrentar a los propios catalanes entre sí. Porque no pocos de ellos son demostrados corruptos y delincuentes que se arropan en un ideal para no afrontar las consecuencias de sus delitos. Y porque son tan hipócritas, tan hipócritas, que se parapetan tras una estudiada estrategia de victimismo cuando ellos son los culpables definitivos de lo que viene sucediendo en Cataluña durante décadas.
Pero, si bien algunos han demostrado ser, además de todo lo anterior, verdaderos cobardes-como los que huyeron de la justicia y viven del dinero de los contribuyentes, tratando de dar al mundo una ridícula imagen de héroes disidentes-hay otros que, aunque engañados por los anteriores, permanecieron en sus puestos y ahora se enfrentan a sentencias que pueden enviarles a prisión por mucho tiempo.
Uno de estos últimos es Oriol Junqueras. Aunque no deja de parecerme un verdadero patán, le reconozco un cierto valor. Pero aún más que un valiente, lo que definitivamente me parece es un verdadero caradura.
Junqueras ha tenido hoy turno de palabra en el juicio en el que él y otros están encausados. Los titulares en prensa coinciden en una frase que resume el alegato del independentista:
“Creo que lo mejor para todos sería devolver la cuestión al terreno de la política, de la buena política, de donde nunca debería haber salido, al terreno del diálogo, la negociación y el acuerdo”
Sí. Oriol Junqueras, al igual que el resto de indepes encausados en este juicio, y como el resto de los que están en libertad y siguen expoliando dinero público para sus fines y enfrentando a toda una sociedad de millones de ciudadanos, es un verdadero caradura.
Que el independentismo y nacionalismo catalanes-valga la redundancia-hablen por boca de sus sicarios y use términos como “negociación” y “acuerdo” es insultante. Durante años y años, cualquier negociación con ellos ha sido cesión tras cesión por parte del resto de España hacia ellos, y cualquier acuerdo se ha convertido en parte del engaño sistemático del que estos golpistas han hecho su modo de vida.
Tanto Junqueras como el resto de acusados han tratado de ofrecer durante el juicio una imagen de civismo y diálogo que jamás se ha correspondido con la realidad que todos hemos podido ver en los medios durante todos estos años de presiones, manifestaciones y declaraciones contra el resto de España. Y desde el inicio de toda esta estrategia de demolición de una sociedad catalana con el objetivo de construir otra, diferente y cimentada en los peores ejemplos de la historia reciente, quienes han sido disidentes con el régimen independentista no han tenido muchas oportunidades de apelar a la negociación y al acuerdo. No pocos de ellos han sufrido violencia contra sí mismos, vandalismo en sus propiedades, vacío social contra sus familiares, acoso de docentes contra sus hijos, dificultades de promoción en sus trabajos…, un ambiente que recuerda mucho al descrito por disidentes del fascismo y el nazismo en los inicios de ambos movimientos totalitarios y criminales.
Las víctimas del independentismo catalán, que no son un número menor, no han recibido ni acuerdo, ni diálogo, ni negociación. Solo conocen el temor y la indignación de vivir en su propia tierra bajo la presión del neonazismo catalán que ha quedado perfectamente retratado en las pruebas que la acusación ha presentado en el juicio por el golpe de estado del 1-O. Un golpe de estado con el que llevaban soñando sus líderes durante mucho tiempo, y que ahora ha sido posible porque ya disponen de generaciones de catalanes criados en el aleccionamiento antiespañol y en un profundo odio que se extiende incluso hacia sus paisanos no independentistas.
Que los principales artífices de semejante locura apelen ahora al diálogo es el peor desprecio que pueden dirigir contra aquellos contra los que no dialogaron; contra lo que viven en Cataluña y contra los que se exiliaron -éstos sí que son exiliados de verdad-de su propia región para apartarse de la presión fascista que les ahogaba a ellos y que está estrangulando el futuro de millones de catalanes.
El turno de palabra del resto de acusados ha oscilado entre la insistencia de algunos en cuanto al carácter “pacífico” del proceso, hasta sugerir otros al Tribunal Supremo que tenga “valentía” para reconocer a los acusados como inocentes de todos los cargos, dialogantes y demócratas. Pero quizás el colmo de la esquizofrenia en la que parecen vivir todos estos golpistas lo marcan dos argumentos. Uno, de otra insigne caradura, Dolors Bassa, planteando que la proclamación de la república catalana simplemente obedeció al “mandato del pueblo”, refiriéndose así a aquél ilegal y fraudulento referéndum en el que tantos votaron las veces que les dio la gana, metiendo sus papeletas en urnas parecidas a fiambreras gigantes; y dos, el de Jordi Cuixart, que asegura no arrepentirse de nada en absoluto y que volvería a hacer exactamente lo mismo una y otra vez.
Lo que desde luego no se ha oído por parte de ellos, ni hoy ni hace años, es el más mínimo comentario de condena contra los disturbios promovidos por el independentismo, los daños causados a la propiedad privada y pública, o el inmenso perjuicio que no pocos han venido sufriendo por la persecución del neonazismo catalán.
Estamos a la expectativa de lo que vaya a suceder con los acusados. Hay quien espera una sentencia justa y valiente que condene a los golpistas por todos los delitos que hayan podido cometer, que no parecen pocos. Otros, no sin razón, temen que los jueces sean al final obstaculizados y dirigidos por un gobierno socialista deseoso de hacer el menor ruido posible contra un independentismo del que, al igual que el indecente expresidente Rajoy y sus secuaces peperos, ha sido habitual cómplice. Para cualquier persona coherente Los acusados cometieron un golpe de estado en toda regla. Un golpe de estado que, en realidad, sigue sucediendo a día de hoy, y que fue acompañado por numerosos presuntos delitos sobre los que dictaminará el tribunal. Mientras tanto, el presidente Torra, desde Cataluña, advierte que si los resultados no son satisfactorios, llamará a la desobediencia civil. Y cualquiera puede figurarse lo que significan estas palabras dichas por otro tarado racista y supremacista que no vaciló en sugerir que Cataluña debería ir a la independencia mediante un enfrentamiento contra el resto de España.
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