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Resumen:
Un enano del circo acude al despacho de Elías Gómez
para solicitar ayuda,
dado que sufre
maltratos por parte de dos compañeros de trabajo:
la mujer barbuda y el domador.
—Ha venido usted al lugar
adecuado. Veamos. Necesito saber los nombres de los acosadores y dónde está
situado el circo. Me dijo que el domador se llama Nicolás. Con eso me vale.
¿Cómo se llama la mujer barbuda?
—La mujer barbuda es rusa y se
llama Tatiana. Y el circo es el Universal, que está montado en la Plaza de la
Constitución, muy cerca de aquí. Estaremos todavía un mes o así.
—Creo que tenemos suficiente
tiempo. ¿Cómo se llama el dueño del circo?
—Todos le llamamos Charlie. Él,
además de ser el propietario, actúa de payaso. Por cierto, que hace dos días se
le murió el clown que actuaba con él y ahora, de momento, hace las bromas
él solo.
—Eso lo vamos a remediar
nosotros. Ha dado usted con el sitio adecuado para resolver su problema. De
momento, para sufragar los primeros gastos, me debe hacer un depósito de 350
euros. ¡Ceferino, asómate que tengo tarea para ti!
—Dígame, don Elías—dice el
aludido, esmerándose en el tratamiento para dar más categoría al bufete,
asomando el pescuezo tras la puerta de atrás, la que da a la cocina— ¿Quién es
el peque?
—Pareces tonto, Ceferino. El
señor es don Blas y trabaja en el circo—dirigiéndose al cliente—. Discúlpele.
Es corto de vista, aunque inofensivo. Se lo aseguro.
—No se preocupe. Ya estoy
acostumbrado a que me confundan.
—Perdone usted la confusión— se
disculpó Ceferino, cerrando tras de sí la puerta de la cocina para impedir que
el olor a coles se adueñara del ambiente, ya de por sí algo cargadillo.
—Ahora cuando se vaya el señor,
hablaremos de cuál va a ser tu cometido. Usted, amigo Blas, puede marcharse
tranquilo. Déjelo todo en mis manos. Deme un teléfono y ya le llamaré cuando
haya algo.
—Aquí tiene mi teléfono y el
dinero que me ha pedido. Me voy. Espero pronto noticias suyas.
—Hasta pronto. Le llamaré.
Y dicho esto, salió del despacho.
—¿Qué me querías?— preguntó
Ceferino algo escamado, una vez que el cliente cerró tras de sí la puerta.
—¿Qué tal se te da el
escenario? A ver, repite conmigo… ¿Cómo están ustedeeees?
—¡¿Cómo?!— preguntó el cuñado
abriendo los ojos como platos.
—Comiendo. Vamos que te vas
ahora mismo al Circo Universal, preguntas por Charlie que es el dueño y te
ofreces como clown becario para que te haga una prueba. Mira que si encuentras
al final tu vocación dormida… Si no te contrata de payaso, te me ofreces de lo
que sea: de taquillero, de limpiar la caca de los elefantes, de dar de comer a
los leones, de lo que sea…Tú ofrécete a trabajar por casi nada. Verás cómo te
cogen. Tu misión será vigilar al domador y a la mujer barbuda cuando se
dediquen al acoso de nuestro cliente. Ya sabes: fotos, grabaciones… ¡Venga,
arreando que es gerundio!
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Al final, Ceferino logró un
empleo en el circo. No de lo que imaginaba, puesto que el propietario decidió incorporar
precisamente a Blas, el hombre diminuto, como ayudante en su número de
payasos. Al cuñado del detective le contrató como colaborador del mago y
del lanzador de cuchillos para cuando estos precisaran de su ayuda. Cuando no
realizaba estas labores, se dedicaba a tareas de limpieza, puesto que tanto los
animales como el público solían dejar todo perdido de cagadas, meadas y envases
vacíos. Y era precisamente desde ese menester de donde pudo efectuar su
labor de espía, pues, aparentemente absorto en su faena, pasaba desapercibido
para los demás. Y, con escaso disimulo, mientras barría boñigas de
camello, cagajones de caballo y truños de león, pudo efectuar algunas
fotos con su minicámara acoplada a la escoba con cinta adhesiva. Una de las
chapuzas habituales del amigo Sardón.
Foto nº 1: el domador hace
restallar su látigo a un centímetro de la cara de Blas, quien aparece guiñando
un ojo y torciendo el gesto como para minimizar el posible impacto.
Foto nº 2: la mujer barbuda,
sentada sobre un taburete, aparece azotando el trasero de Blas con una
alpargata de esparto mientras se ríe a mandíbula batiente.
Foto nº 3: la mujer barbuda y
el domador sujetan al Blas en el aire cogiéndolo cada uno de una
oreja, haciendo ademán de colgarle en el tendedero junto al resto de la
colada del día.
Foto nº 4: Blas se muestra
sentado en el suelo, atado de un pie a la jaula del león, mientras el elefante,
de la mano del domador, aparece con la pata levantada en ademán de darle un
pisotón. En la foto se puede apreciar la cara de terror de la víctima.
Ceferino Sardón entró, sonriente y triunfante, en el despacho de su cuñado y le
echó sobre la mesa el sobre con las fotos, como quien pone sobre el
tapete un póquer de ases.
—Fantásticas fotos—comentó el
detective—. Son suficientes. Ya tenemos lo que buscábamos. Misión cumplida. Se
les va a caer el pelo a esos dos. Has hecho un buen trabajo.
—Me costó lo mío—añadió
Ceferino—; pero al final lo logré.
—Genial. Que digo yo que tú
sigas trabajando en el Circo como si nada. Solo el resto del mes. Total son
veinte días más. Es para no levantar sospechas mientras tramitamos la
denuncia. Además, nos vendrían muy bien esos 600 euros que te van a
pagar. Voy a ser generoso contigo: 600 de tu trabajo, más 350 de la provisión
de fondos del señor Blas, más otros 350 que le sacaremos por tramitar la
denuncia y pasarle las fotos… ¡Tocamos a 650 cada uno! ¿Qué te parece?
—Me parece que tienes un morro
que te lo pisas. Si no fuera porque eres mi cuñao y mi hermana es una santa…