Tras subir una pequeña cuesta, todo terminó. Cesó el camino terroso, desaparecieron las torturantes piedras y hasta la nube de polvo dejó de atenazarnos la garganta. Teníamos delante una explanada de hierba y la hoz formada por los troncos de dos árboles chamuscados. A través de ella vislumbramos a lo lejos una solitaria casa de madera de tejado verde con unos mugrientos cuernos de bisonte coronando la entrada.
Apagamos los motores y salimos sigilosamente de los vehículos. Yo avancé unos pasos con el megáfono en la izquierda, la pistola en la derecha y escoltado por los fusiles de mis tres compañeros. De repente, abrió la puerta el viejo. Se puso a liar un cigarrillo sentado sobre un viejo tronco a pocos metros de nosotros. Nos lanzó una mirada fulgurante, como una centella y percibí el fugaz magnetismo del hombre entregado a sí mismo. Después de una calada y un soberbio escupitajo, se decidió a romper el silencio:
- Caminan como lobos hambrientos, amigos. Deben de haber oteado una buena pieza. -había chulería en su voz.
- Una pieza legendaria, señor...¿señor? -respondí mientras tiraba al suelo el inútil megáfono.
- Ahorrémonos presentaciones, ustedes ya conocerán mi seudónimo. En realidad lo conocen muchos. Lleva mucho tiempo en demasiadas bocas. El misántropo desconectado ¡Qué pesadez de mote!
- No debe ser fácil ser un mito viviente.
- Hasta hace un momento era un mito solitario y feliz, pero ustedes me han atrapado. Esto les va a hacer famosos en sus redes sociales. No todos los días se atrapa a un hombre que no usa smartphone, ni tiene ni cuenta ni correo en Internet. -sonaba sarcástico.
- Puede seguir con su vida y su misantropía si le place, pero tenemos que tenerlo localizado y debe aceptar entrar en el sistema. Aunque sea de forma pasiva.
- ¿Pasiva? No me haga reír, todos son pasivos en el sistema. Menos los que enriquecen con él. --era ya contundente.
- No vamos a discutirlo, piense lo que quiera, pero es necesario que acepte estar comunicado con sus semejantes.
- No tengo semejantes. Estoy fuera del rebaño. Soy un tipo libre y autosuficiente -soltó orgulloso.
- Venga, sabe de sobra que eso ya no está permitido. Acepte este smartphone, cree una cuenta y lo dejaremos tranquilo. No nos obligue a usar la fuerza o llevarlo a un lugar donde no va a estar nada cómodo.
- ¿A dónde me llevarían?
- A Villa Rabia, por supuesto. Si estuviera conectado sabría que nos llaman, los cazainsociables de Villa Rabia. Lamentablemente, usted no es el único misántropo que no quiere estar conectado.
- ¿Hay otros? -dijo con cierta alarma.
- Cientos como usted y tenemos que atraparlos uno a uno, como hacen los laceros con los perros vagabundos.
- ¿Y en esa villa están todos juntos?- se le notaba preocupado.
- Todos juntos, uniformados de gris y viviendo en sana comunidad como en un convento, un cuartel o un internado. Cada uno con su número bien visible en la pechera, porque al raparles el pelo son difíciles de identificar. Si queremos reeducarlos adecuadamente para ser útiles a la sociedad hay que saber quien es cada cual.
- No me acaba de convencer ese sitio -repuso en tono muy nervioso
- Coja este smartphone, abra una cuenta de correo y lo dejaremos en paz.
- Está bien. ¿Al menos tendrá WhatsApp y Wikipedia para estar informado?
- Por supuesto, no le quepa duda.
Al retirarnos a los coches, les rogué a mis compañeros que bajasen sus fusiles de juguete ya que no eran necesarios. Tampoco pude esconderles mis dudas.
- Tengo la impresión de que esta campaña de venta es un poco violenta.