Voy a hablarles de Toledo y de su relación con los Centros Militares que a lo largo del tiempo se establecieron en la ciudad. Diversas circunstancias han servido para alejar en los últimos tiempos el contacto de Toledo con todo lo relativo a «lo militar», hasta llegarse a olvidar, en mi opinión, gran parte de la historia que compartieron íntimamente durante los dos últimos siglos.
La destrucción de edificios de uso militar al comienzo de la Guerra Civil, el abandono de otros y últimamente la dilapidación en el espacio de unos pocos años del inmenso patrimonio que el Ejército había acumulado durante siglos, ha hecho que poco a poco hayan caído en el olvido la historia de edificios y lugares vinculados al elemento castrense.
Las sucesivas desapariciones del Colegio de Huérfanos, Cuartel de San Lázaro, Fábrica de Armas, Escuela de Gimnasia, Gobierno Militar, etc., no cabe duda de que han ido rompiendo poco a poco la relación que Toledo mantenía día a día con los centros militares.
El abandono del Alcázar por la Academia de Infantería y su traslado al otro lado del Tajo, unido a la situación que se vivió en los momentos 8 más álgidos del terrorismo etarra que hizo que se prohibiese a sus alumnos salir de la Academia de uniforme, imposición que también fue aconsejada a sus profesores, no cabe duda de que sirvió para que una brecha se abriese entre ambas instituciones, al dejar de verse en Toledo a los cadetes ataviados con su habitual vestimenta.
Recordemos cómo fue la relación entre Toledo y los diversos centros militares que desde el siglo XIX fueron abriendo y cerrando sus puertas en la Ciudad Imperial y, aunque brevemente, lo que ello supuso para la vida de la Ciudad en todos sus aspectos. Etapas de encuentros y desencuentros, de ausencias y retornos, de ofertas y renuncias…, pero etapas vividas en común y con fidelidad mutua. No mencionaremos a las unidades del Ejército ni de la Milicia que vivieron en Toledo cuando la falta de cuarteles obligaba a que las unidades se trasladasen de una a otra población ocupando edificios en muchas ocasiones abando-nados y contribuyendo con ello, no cabe duda, a su conservación. Hay innumerables ejemplos de ello en toda España y aquí en Toledo se nos viene a la memoria el Alcázar, el hospital de Santa Cruz, el convento de San Pedro Mártir, el Palacio de Fuensalida, el Taller del Moro y el cuartel de San Lázaro, entre otros.
El más antiguo de los Centros Militares fue la Fábrica de Armas Blancas, cuya vida en la ciudad ha seguido una trayectoria rectilínea, con altibajos pero sin grandes cambios a lo largo de sus más de 225 años de existencia dedicados a una fabricación diversa: sables con su vaina, cartuchería, herramientas, instrumental quirúrgico, espoletas, cohetes, etc.
La Fábrica influyó enormemente en la vida de la Ciudad, no sólo por dar trabajo en sus mejores tiempos a cerca de dos mil personas sino también por la formación que dio a los toledanos a través de la Escuela de Aprendices, en la que se formaron grandes artistas, cuya obra se repartió por todo el mundo. La empresa Santa Bárbara permitió su decadencia y provocó el posterior cese de su producción a finales de los años 80 del pasado siglo, en 1994 se cerró definitivamente y en 1998 el Ministerio de Defensa la enajenó. Los últimos años fueron propicios, a pesar del cuidado de sus responsables, de la desaparición de parte de su patrimonio.
La vinculación de Toledo con el resto de los centros militares se inició durante la Guerra de la Independencia, cuando a finales de 1808 se organizó un batallón con alumnos estudiantes de la Universidad toledana, que al ser tomada Madrid en el mes de diciembre fue obligado a salir de la ciudad, trasladándose a Sevilla a través de Extremadura, para desde allí pasar a Cádiz.
Se cree, lo que entra dentro de la lógica, que el batallón sirviese de escolta de los tesoros de la Catedral, entre ellos la Custodia de Arfe, pero el traslado a Andalucía se llevó con tal secreto que no nos ha llegado información alguna al respecto. Cuando el batallón estaba en Sevilla llegaron los restos del Colegio de Artillería de Segovia, profesores y alumnos expulsados también por los franceses. En aquellos lamentables momentos España estaba organizando unidades a marchas forzadas, pero si resultaba sencilla la recluta de la tropa no sucedía lo mismo con los oficiales que debían mandarla.
Uno de los profesores llegados a Sevilla fue el teniente coronel de Artillería Mariano Gil de Bernabé, quien propuso a la Junta Central la idea de formar oficiales con los alumnos de las universidades. Aceptada la propuesta, la Academia comenzó a funcionar en Sevilla en diciembre de 1809 con alumnos procedentes del Batallón Universitario toledano, y allí continuó hasta que el avance francés obligó a disolverla en el mes de febrero siguiente, consiguiendo Gil de Bernabé que se le permitiese reorganizarla en Cádiz en el mes de abril.
La que fue conocida como Academia Militar de la Isla de León continuó su trabajo hasta el término de la contienda, dejando de ser útil cuando se tuvieron que disolver gran parte de las unidades formadas durante la guerra, lo que provocó un exceso de oficiales que hizo innecesario continuar formándolos. Fue entonces cuando surgió la idea de trasladar el Colegio a Toledo, pues no se había olvidado que procedía del Batallón de Honor de su Universidad.
Con ese fin, fueron reconocidos aquellos edificios que podían albergarlo: Alcázar, Hospital de Tavera y cuartel de San Lázaro; pero el proyecto cayó en el olvido. Habrá que esperar a que una vez aplastado el levantamiento de Riego y disuelto el Ejército para proceder a la depuración de los oficiales 10 liberales, en 1824 Fernando VII se plantease la creación de un centro de formación común para todas las Armas y Cuerpos (Armas Generales: Infantería y Caballería; Cuerpos Facultativos: Artillería e Ingenieros).
Nació el Colegio General Militar en 1824 y se estableció en el Alcázar de Segovia, heredando de la Academia Militar de la Isla de León su bandera, plan de estudios y algunos miembros de su profesorado.
La actividad del Centro se interrumpió en 1837 cuando los carlistas ocuparon Segovia y lo obligaron a trasladarse a Madrid, donde su vida transcurrirá los siguientes años en no muy buenas condiciones. Toledo aprovechó la ocasión para reclamar una vez más el Colegio, ofreciéndose la Diputación a correr con los gastos que ocasionase el acondiciona-miento de los edificios que se eligiesen.
Con ese motivo fueron reconocidos por el ramo de Guerra varios de ellos, pero todo quedó en suspenso debido a la guerra civil que asolaba España, y hubo que esperar a su término en 1839. En ese año se examinó el estado de la Casa Profesa de los Jesuitas, del hospital Tavera, del convento de San Pedro Mártir y del hospital de Santiago.
El Alcázar no se tuvo en cuenta debido al lamentable estado en que se encontraba tras años de abandono y de haber sido incendiado en 1810. La Diputación solicitó el apoyo económico del Ayuntamiento apoyándose en que el Colegio contribuiría a aliviar en parte la miseria que por efecto de las circunstancias trababa en sus habitantes, pero el lamentable estado financiero de éste le impediría prestar ayuda, con lo que el proyecto volvió al olvido y el Colegio continuó en Madrid.
En 1846 el Centro tuvo que cerrar sus puertas debido a una epidemia y se volvió entonces a resucitar el proyecto de traslado a otra población, compitiendo esta vez con Toledo, Valladolid, Granada, El Escorial y Alcalá de Henares. La Ciudad Imperial ofreció hacer frente con sus medios a la reconstrucción del Alcázar. En la visita realizada por el Director del Colegio en el mes de julio de 1846 se acordó la cesión de los hospitales de Santa Cruz y Santiago, y la Casa de Caridad.
La restauración de todos ellos correría a cargo de Toledo y del Ministerio de la Guerra, quien cedería a cambio el edificio de San Pedro Mártir, propiedad suya. Más tarde, fueron cedidos al Colegio el convento de Capuchinos y los terrenos adyacentes al Alcázar.
Resuelto todo satisfactoriamente, se ordenó al Colegio que se trasladase a Toledo para que las clases pudiesen iniciarse el 1 de octubre de dicho año. Al no estar para entonces finalizadas las obras previstas, los 600 cadetes tuvieron que alojarse en el hospital Tavera y cuartel de San Lázaro (duque de Medinaceli-boletas), mientras el material se almacenó en el vecino convento de Trinitarios.
Como tenía que ser, el 1 de octubre dieron comienzo las clases. Los años siguientes se dedicó Toledo a restaurar los edificios prometidos y a tratar de buscar el dinero que necesitaba para ello, algo realmente difícil al encontrarse el Ayuntamiento endeudado, teniendo el Colegio que invertir sus propios fondos en realizar algunas de las reparaciones imprescindibles.
Por fin, en mayo de 1848 se pudo realizar el trasladado a los edificios cedidos, pero la alegría de Toledo por haber conseguido lo que ansiaba durará poco, pues en noviembre de 1850, modificada la enseñanza militar, desapareció el Colegio General Militar, aunque el daño causado a la ciudad no sería mucho pues fue reemplazado por el Colegio de Infantería, que con uno u otro nombre se mantendrá en Toledo hasta el momento actual. Al reducirse el número de alumnos se pudieron trasladar todos ellos al hospital de Santa Cruz, dedicándose la Casa de Caridad a oficinas, administración, servicios y residencia de profesores.
La idea de ocupar el Alcázar no se había abandonado, por lo que en 1848 se procedido a elaborar un presupuesto para su restauración, que se elevó a cerca de tres millones de reales, que deberían ser sufragados por el Colegio y los Cuerpos. En 1853 la fortaleza fue cedida al Colegio por el Real Patrimonio y poco a poco se comenzaron a realizar en él obras de escasa envergadura, pero los sucesos políticos del año siguiente paralizaron las obras y el Alcázar fue devuelto al Real Patrimonio.
El Colegio se integró muy pronto en la vida de la ciudad, con la que colaboró en 1853 para la construcción de la calle que debía unir el Miradero con Zocodover, cediendo un carro y pagando salarios a los obreros. Al año siguiente se ofreció a restaurar el castillo de San Servando, que pensaba destinar a capilla y cementerio de cadetes, pero parece ser que el proyecto no cuajó.
En 1865 corrió a su cargo la construcción de un arco para la procesión del Corpus, que se colocó en la calle Ancha. Muy pronto los edificios que ocupaba el Colegio resultaron insuficientes para albergarlo y enseguida se propalaron los rumores de su traslado a otra población. Para evitar esta pérdida, la ciudad llegó a ofrecer el convento de Santa Fe. En 1867 quedó abolida la clase de cadetes y se creó la Academia de Infantería, en la que se determinó que se ingresase por oposición, pero la revolución de 1868 y la posterior guerra civil impedirían materializar este proyecto. El 13 de abril de 1869 la Academia de Infantería cerraba sus puertas.
Pero antes de que esto sucediese, en 1867 había tenido lugar un importante acontecimiento: la inauguración de las obras del Alcázar, que continuaron durante los años siguientes, permitiendo que la Academia de Infantería retornase a Toledo tras su renacimiento en 1874. A la reconstrucción del Alcázar contribuyó la Diputación con millón y medio de reales, de los que 150.000 fueron satisfechos por el Ayuntamiento
JOSÉ LUIS ISABEL SÁNCHEZ http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2017/07/01.-Toledo-y-los-centros-militares-por-Jos%C3%A9-Luis-Isabel-S%C3%A1nchez.pdf
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