Como no todo habían de ser malas noticias, Toledo supo que a la ciudad irían llegando la Escuela de Tiro, que entonces residía en el Real Sitio de El Pardo, y un centro de formación de sargentos.
La Escuela llegó a Toledo en el mes de abril de 1869, pero previamente el Ayuntamiento se había obligado a hacer reparaciones en el Cuartel de San Lázaro y a adquirir terrenos para un Polígono de Tiro,los ocupados hasta hace poco tiempo por la Escuela de Gimnasia, en los cuales ha pervivido el espaldón de tiro hasta época reciente. Se instaló en los edificios del extinto Colegio de Infantería, compartiéndolos con una academia creada al tiempo que aquélla, destinada a la formación de los sargentos que deseaban alcanzar el empleo de oficial.
La Academia de Sargentos desapareció en 1872, dejando paso al Colegio de Huérfanos de Infantería, que se inauguró el 30 de mayo de ese año y que se alojó en Santa Cruz. El objeto de este Colegio era acoger a los numerosos hijos de los militares del Arma de Infantería que, tras la muerte de sus padres muchos de ellos en acción de guerra-, quedaban en la más absoluta indigencia.
Al inaugurarse, solamente contaba con seis niños asilados, pero tres meses más tarde eran ya 600 los niños y 100 las niñas a las que daba cobijo, número que la tercera guerra carlista y la colonial se encargarían de aumentar. Una vez disminuido el exceso de oficiales y desaparecido el Colegio de Infantería donde se formaban, hubo que recurrir a implantar un nuevo sistema de enseñanza, y éste fue el de Academias de Distrito, instaladas en 1871 en cada una de las Capitanías y Comandancias Generales.
Todas las academias se fundieron en marzo de 1874 con la de Castilla la Nueva, tomando el nombre de Academia de Infantería. Toledo se aprestó una vez más a recuperar «su» Academia. Nuevas instancias se cursaron a Madrid, se sucedieron los viajes de comisiones de la Diputación, Ayuntamiento y representantes del comercio, y se ofreció cooperación económica para su instalación en el Alcázar. Por fin, por real decreto de 1 de mayo de 1875, se decidió que la Academia de Infantería fuese trasladada a Toledo. Un periódico de la época narraba así la llegada de los cadetes el 17 de octubre siguiente:
Las Corporaciones populares, Diputación y Ayuntamiento, deseando dar una muestra de su adhesión y gratitud a S.M. el Rey, a su Gobierno, al Director General de Infantería, a cuantos se hubieron interesado porque la Academia volviese a Toledo, se dispusieron a recibirla con entusiasmo. El júbilo de sus habitantes por tan anhelado acontecimiento tenía además el plausible motivo de ver restaurado el regio Alcázar. No es pues extraño que la llegada de la Academia a la estación del ferrocarril fuese anunciada con repique general de campanas.
En los edificios públicos se enarboló la bandera nacional; una comisión de diputados y concejales se constituyó en dicha estación para recibir al personal de la Academia; el Gobernador de la Provincia, acompañado de la Comisión permanente de la Excma. Diputación Provincial y el Excmo. Ayuntamiento, en unión de las autoridades y corporaciones civiles, militares y eclesiásticas, de los Colegios de Abogados, Notarios y Procuradores, de los jefes y empleados de la
Administración Provincial y Municipal, de los Alcaldes de Toledo en los últimos diez años, de los señores y de los representantes de la Agricultura, Comercio, Industria y Artes así como de los oficios mecánicos, a fin de que todas las clases sociales de la ciudad estuviesen debidamente representadas en la solemnidad que se celebraba, se reunieron en la Casa Consistorial para trasladarse al Alcázar, donde tuvieron la señalada satisfacción de cumpli-mentar a los Jefes, oficiales y alumnos, y de felicitarse recíproca-mente todos cuantos abrigaban sentimientos patrióticos y estimaban el engran-deci-miento de la ciudad de Toledo y la prosperidad de la Academia de Infantería.
Toledo había apostado por una gran inversión en centros militares, que si en un principio le ocasionó grandes problemas financieros, no cabe duda de que le reportó cuantiosos beneficios, aún por determinar, al no haberse hecho hasta ahora un estudio al respecto. Así, por encima, se pueden adelantar los siguientes datos:
En cuanto al aumento de población, la media anual del número de alumnos de los diferentes Centros fue la siguiente:
- Colegio de Infantería (1850-1869): 450 - Academia General Militar (1883-1893): 1.000 - Academia de Infantería (1893-1909): 900- Academia de Infantería (1910-1924): 1.050- Colegio de Huérfanos (1878-1879): 425- Colegio de Huérfanos (1897-1936): 500 (más 900 pensionados)
PROFESORADO
- Colegio de Infantería (1850-1869): 41 profesores - Colegio de Huérfanos (1872-1879): 80, incluido personal de servicio- Colegio de Huérfanos (1897-1936): 26 profesores - Academia de Infantería (1875-1882): 63 profesores y 220 tropa, incluido músicos
Academia General Militar (1883-1893): 100 - Academia de Infantería (1893-1924): 75 Pero no solo aumentó la población -y por lo tanto los ingresos del comercio- con la elevada plantilla de militares, sino también con las familias de todos ellos, a los que habría que unir los trabajadores de la Fábrica y el personal de servicio de todos los centros. También hay que tener en cuenta las familias de militares fallecidos que se trasladaban a Toledo para estar próximos a los hijos que seguían sus estudios en el Colegio de Huérfanos o en la Academia.
Sin olvidar que cuando el ingreso en la Academia dejó de ser por gracia real y pasó a serlo por oposición, fueron apareciendo en la ciudad numerosas academias de preparación, lo que sería un atractivo para multitud de aspirantes, muchos de los cuales vendrían a Toledo acompañados de sus familias. En cuanto a los puestos de trabajo creados, no cabe duda de que fue muy importante. A los trabajadores empleados en la restauración y construcción de nuevos edificios, explanación de terrenos, construcción de pistas deportivas, etc., hay que añadir los relativos a alimentación, sastrerías, zapaterías, sombrererías, hospederías -hubo tiempo en que las cadetes tuvieron la opción de vivir externos- y un largo etc.
En Toledo se fundieron íntimamente la población civil y militar. Ambas disfrutaron de los mismos actos y diversiones: Juras de Bandera y formaciones, conciertos de la Música de la Academia, veladas teatrales en el Alcázar, festejos en la Plaza de Toros, recibimientos de reyes y personalidades que acudían a visitar la Academia y la Fábrica….
Los cadetes pasaron a ser la compañía inseparable de la Custodia en la procesión del Corpus y se integraron en la vida cultural toledana, llegando alguno de sus profesores a presidir la Comisión de Monumentos de Toledo y la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas, e incluso a regir la Diputación y el Ayuntamiento. Pero continuemos con la historia. La Academia de Infantería siguió desarrollando su labor sin interrupción y sin contratiempo alguno hasta 1882, cuando a través de una nueva reforma de la enseñanza se creó la Academia General Militar, sobre la base de la de Infantería.
Este cambio supuso para Toledo un duro golpe, ya que, de no conseguir que la Academia General se estableciese en Toledo, se exponía a perder también la de Infantería. Hizo nuevos ofrecimientos, entre ellos cooperar a la reconstrucción del convento de Capuchinos, derruir el hospital de Santiago y levantar en su solar un nuevo edificio, y construir un Picadero de estructura metálica, lo que representó un gran esfuerzo económico que le volvió a ocasionar graves quebraderos de cabeza. Hubo suerte. La Academia General pudo comenzar su labor en Toledo en 1893, y en ella pasaron a formarse los oficiales de todas las Armas y Cuerpos.
La General absorbió a la Academia de Infantería y a la Escuela de Tiro. El conseguir el nuevo Centro supuso un beneficio para la ciudad, ya que aumentó el número de profesores y alumnos residentes en ella, pero, a cambio, tuvo que luchar económicamente en dos frentes, pues, por una parte, se había comprometido con la Dirección General de Infantería en cuanto al Colegio de Huérfanos y, por otra, con la Dirección de Enseñanza, de quien dependía la Academia General.
Al final hubo que renunciar a algo, y resultándole imposible al Ayuntamiento el mantenimiento de Santa Cruz, sede del Colegio de Huérfanos, éste no pudo continuar habitando en él y se trasladó a Aranjuez en 1886. Toledo sufrió otro grave revés al año siguiente. En la noche del 9 de enero de 1887 el Alcázar sufrió un pavoroso incendio que lo dejó en ruinas. Afortunadamente se evitó que las llamas se extendiesen a las casas colindantes y que alcanzase la munición que había en la fortaleza. La ciudad se volcó en la ayuda de la Academia, muchos de cuyos alumnos habían perdido todas sus pertenencias.
A pesar de todo, las clases se reanudaron al día siguiente, ocupándose de nuevo el edificio de Santa Cruz, y la tranquilidad volvió a Toledo cuando el Ministro de Estado comunicó que el Gobierno asumiría la reconstrucción del Alcázar. Y así fue, pero las obras se prolongaron durante muchos años por problemas económicos, y no se dieron por terminadas hasta principios del siguiente siglo. Esta desgracia tuvo una compensación. En la memoria presentada por la Comandancia de Ingenieros de Toledo al Primer Congreso de Ingeniería de Madrid, en 1919, se decía:
Al estímulo de la restauración tercera del Alcázar han renacido dos industrias locales que habían perecido un siglo antes: la cerámica toledana y la rejería artística. Artistas consagrados de Toledo tenían estudiadas las formas y composición de los modelos más salientes de la antigua cerámica indígena. Pero a sus actividades latentes les faltaba el impulso activo que pusiera en plan de ejecución tan inspiradas creaciones. A la Comandancia de Toledo se debe el haber escogido unos trozos de modelos de azulejos encontrados en el Alcázar, haberles diseñado en dibujo y color y haber facilitado y acaso creado los medios para reproducirlos.
Una vez en marcha la fabricación particular, aquélla ha podido desenvolverse con vuelos de importancia (Exposición de Cerámica del Círculo de Bellas Artes, diciembre de 1911. Instalación de D. Sebastián Aguado, profesor de la Escuela de Artes e Industrias de Toledo) y, en el día, se reproducen en Toledo las técnicas cerámicas hispano-árabe y la técnica etrusca.
Cuando se efectuaba la restauración -se refiere a la de 1867, pues el Alcázar había estado abandono durante más de medio siglo-, todas las rejas habían desaparecido. Como se deseaba que las que habían de colocarse fuesen, en lo posible, exactas reproducciones de las antiguas, se dedujo la composición de éstas por el número de cajas abiertas en las jambas de las ventanas, por la forma de los balaustres que conservaba la tradición, por el recuerdo de algunas personas y por restos encontrados en un almacén.
No satisfecho aún el ingeniero y restaurador, consultó tan concienzudo trabajo con doctos académicos de Bellas Artes, cuyas observaciones coincidieron en esencia. Por este motivo, con la restauración del Alcázar renacieron trabajos de famoso arte rejeril, como posteriormente y a medida que dicha restauración proseguía, en estos últimos años, labráronse artísticas puertas, construidas con tableraje de nogal y peinacería de pino, hábilmente talladas, reproduciendo labores del estilo renacimiento; y, como esas exigieran herraje adecuado, de nuevo hubo necesidad de estudiar los más clásicos modelos de cerrajería del siglo
JOSÉ LUIS ISABEL SÁNCHEZ http://realacademiatoledo.es/wp-content/uploads/2017/07/01.-Toledo-y-los-centros-militares-por-Jos%C3%A9-Luis-Isabel-S%C3%A1nchez.pdf
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