Revista Opinión

Los chalecos amarillos, la primera gran crisis de Macron

Publicado el 09 diciembre 2018 por Juan Juan Pérez Ventura @ElOrdenMundial

Todo empezó donde otras tantas cosas en este siglo XXI: en internet. El pasado mes de mayo una ciudadana francesa llamada Priscillia Ludosky lanzaba en la web Change.org una petición de firmas —que ya lleva más de 1,12 millones de respaldos— en la que exigía soluciones a las continuas subidas de los carburantes en Francia. Varios meses después, este asunto comenzó a hacerse viral en Facebook y dio el salto a los grandes medios de comunicación. A través de esta red social y de forma bastante autónoma, el 17 de noviembre casi 300.000 franceses se manifiestan por todo el país portando los ya icónicos chalecos amarillos, obligatorios en los vehículos en caso de incidente.

Pero no es en París o las grandes ciudades donde se dan las protestas y los bloqueos de carreteras, sino en la Francia rural y semiurbana. La subida al combustible que plantea Macron, en un intento por combatir la contaminación y el cambio climático, es un gasto añadido importante para muchas familias en cuyas vidas el coche es un instrumento crucial. Fuera de las grandes urbes del país, la escasa densidad de los pueblos y vecindarios en los que vive la mayoría de los manifestantes dificulta tener servicios cerca: para trabajar, ir al colegio o hacer compras, deben desplazarse en coche.

Sin embargo, esta protesta ha abierto la puerta a que otras desafecciones afloren junto con las del carburante. Las manifestaciones, que ocurren cada sábado desde aquel 17 de noviembre, tienen un carácter transversal, aunque en su mayoría afecten a clases trabajadoras, desempleados o pensionistas, unos perfiles ya de por sí molestos con las políticas fiscales y sociales de Macron. A medida que se han sucedido las semanas, se han empezado a escuchar, además, demandas variopintas que van desde la subida de las pensiones a la dimisión del presidente. Y, aunque el Gobierno ha acabado retirando provisionalmente la propuesta de subir el precio del carburante, esto no ha hecho que los manifestantes regresen a sus casas; todavía esperan presionar más amparándose en un movimiento horizontal, sin líderes claros —lo que hace muy difícil negociar—, y con buena imagen entre la opinión pública.

El resto de los partidos, mientras tanto, han quedado a la espera; buscan aprovechar el momento de debilidad de Macron y no quieren contaminar la horizontalidad del movimiento para que, en el intento por hacerse con él, se les vuelva en contra. Otro de los miedos existentes en el Gobierno está relacionado con la posible infiltración de elementos violentos dentro de los chalecos amarillos; los disturbios ocurridos en París tienen poco que ver con la naturaleza del movimiento y pueden suponer un elemento de desprestigio para la protesta si continúan sucediéndose. Lo que sí parece es que ha servido de oportunidad para que la desafección política que llevó a Macron al poder se le vuelva en contra.

Los porqués de un Macron debilitado

Razones, desde luego, no les faltan a los franceses. Macron ha caído en las encuestas tan rápido como sus antecesores en el cargo más próximos —Hollande y Sarkozy—. Hay varios motivos que explican este malestar con el joven presidente. La más clara es el nivel de apoyo del que gozaba cuando llegó al poder y las expectativas que se formaron a su alrededor. En la primera ronda de las presidenciales, recibió un 24% de los votos, menos de tres puntos por encima de su rival en el balotaje, Marine Le Pen; en esa segunda vuelta sí fue arrolladora su victoria con casi dos tercios de los votos. El apoyo en la primera votación es el que podemos entender como natural, cargado además con importantes dosis de optimismo urbano al verse representados en un candidato socioliberal, joven y europeísta. En la segunda ronda, sin embargo, buena parte de los apoyos que obtuvo no fueron por sus planteamientos o perfil, sino por quien tenía delante. Así, tanto votantes de Los Republicanos —derecha conservadora— como de la maltrecha socialdemocracia y parte de los insumisos —izquierda— acabaron optando por Macron para frenar la ultraderecha de Le Pen. Buena parte de esa Francia que vio en Macron un mal menor es la que ahora se manifiesta en su contra.

Pero también es cosa del propio Macron. Prometió llevar a cabo las reformas que hiciesen falta para dinamizar la estancada economía francesa costase lo que costase, y lo ha hecho a costa de soliviantar a buena parte de la población, que ha visto en su figura más a un presidente para los ricos con aires de grandeza que a un reformista. La supresión del impuesto a la riqueza ha tenido bastante que ver; lejos de suponer un cambio fiscal importante para la ciudadanía, ha beneficiado especialmente al 1% más rico del país. Tampoco ha ayudado definirse como un “presidente jupiterino”, apelativo con el que fue bautizado el expresidente François Mitterrand, pero que el propio Macron ha querido revitalizar en referencia al enorme poder que ostenta y a su voluntad de estar por encima de las circunstancias mundanas. Abroncar a un adolescente por llamarlo “Manu” —diminutivo de Emmanuel— o calificar las estaciones de tren de lugares llenos de “gente que no es nadie” no lo han ayudado a generar una imagen de cercanía con los ciudadanos, menos todavía con aquellos que viven más allá de París.

Para ampliar: “Lejos de la grandeur: los territorios franceses de ultramar”, Pablo Moral en El Orden Mundial, 2017

Francia, el problema de Francia

París, la ciudad cuyas protestas de chalecos amarillos reciben más atención a pesar de tener poco que ver con el fenómeno, es también una fuente de los problemas. Lejos de revertirse la tendencia, cada día que pasa la capital absorbe más la actividad económica y la población de cientos de kilómetros a su alrededor, lo que amplifica la macrocefalia que padece el país. Precisamente esa Francia que pierde población y mengua día tras día es la que reclama —aunque sea a través del combustible— atención. Porque esa sobredimensión parisina empuja a los políticos a un sesgo urbanita: Macron, que se ha posicionado como adalid de la lucha contra el cambio climático, tenía ese horizonte en mente cuando planeó la subida, porque, efectivamente, los problemas de movilidad y contaminación en París son evidentes. Pero en la capital, al contrario que en el centro de Francia o la Normandía rural, hay metro, servicios para compartir coche o patinetes eléctricos. El centro de ese mundo olvidado es el coche.

Este ha sido el primer toque de atención al estilo y las políticas de Macron. Por suerte para él, no parece un movimiento que tenga mucha mayor proyección ni que vayan a poder capitalizar otros partidos, como Reagrupación Nacional —la refundación del Frente Nacional—, que encabeza las encuestas de cara a las europeas de mayo. Pero tampoco debería desdeñarlo en su intención de gobernar a contracorriente; de lo contrario, puede acabar viéndose con el chaleco amarillo y un Gobierno accidentado en la cuneta.

Los <em>chalecos amarillos</em>, la primera gran crisis de Macron fue publicado en El Orden Mundial - EOM.


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