Revista África

Los chicos de Cincuenta Cincuenta

Por En Clave De África

Los chicos de Cincuenta Cincuenta(JCR)
-Cincuenta cincuenta, escúchame bien. Mañana ire a verte con un señor importante. Diles a tus chicos que no fumen porros, que da mala imagen.

Cuando oí a mi compañero hablar así con su móvil tuve que hacer esfuerzos para no reírme. “Cincuenta cincuenta” era el nombre del jefe de un grupo armado del barrio musulmán, con quien hablaba. Lo de los porros me recordaba a mis años en la cafetería de la Facultad de Periodismo, y el señor importante… era yo. Le dije que no exagerara.

Al día siguiente, por la mañana, llegamos a su base, un barracón abierto situado en el barrio “”Camerounais” de la zona conocida como el Kilometro Cinco, una zona de Bangui de mayoría musulmana. El jefe nos recibió muy cordialmente mientras a su lado un chico de quizá no más de 15 años, su guardaespaldas, portaba con gesto serio un fusil Kalashnikov. Detrás de él, una leyenda de “No a la Violencia” presidia la reunión, a la que acudían algunos de sus milicianos. Otros se quedaron afuera, al lado de nuestro coche. Nadie fumaba, pero el olor a marihuana se resistía a dejar el recinto. Nos ofrecieron café y tomamos varias tazas durante la reunión, que duro algo más de dos horas.

El jefe se llamaba Isa Kapi y tendría tal vez unos 30 años. El apodo de “cincuenta cincuenta” dicen que viene de una vieja reivindicación de muchos musulmanes en la República Centroafricana que, sintiéndose discriminados, reclaman una representación de la mitad de todos los cargos en órganos de gobierno. A los pocos minutos, apareció otro joven –después nos dijeron que de 26 años- llamado Abdoul Danda, líder de otro grupo armado del Kilometro Cinco conocido con el nombre de “los Muyahidín”. Con ellos departimos durante el resto de la mañana.

Durante mis años en el norte de Uganda, cuando acudí a varias reuniones con comandantes del LRA en el bosque, aprendí varias cosas: que para tratar con grupos armados rebeldes lo primero que tienes que hacer es realizar un esfuerzo por mirarles como seres humanos que, aunque hayan cometido crímenes horribles, muchas veces están en estas milicias por haber tenido una vida en la que han carecido de padres, de educación y de oportunidades, y que al haber absorbido tanta violencia se encuentran a menudo en un agujero del que, si pudieran, saldrían para tener un vida normal. Conocerlos en su ambiente ayuda a entender su mentalidad, y escuchar con calma es el primer paso para ganarse su confianza. En el Kilómetro Cinco hay ya 250 jóvenes milicianos de otros grupos armados que han aceptado el desarme y hoy llevan una vida que podríamos llamar normal. Los que aun no han aceptado este camino, en este caso los “cincuenta cincuenta” y los “muyahaidines” podrían también dejar un dia las armas. El primer paso es establecer una relación.

En el Kilómetro Cinco de Bangui, las milicias de autodefensa se formaron a principios de 2014, cuando la barriada –de mayoría musulmana- se encontraba acosada por los grupos anti-balaka que además de rebelarse contra el gobierno de la Seleka descargaron su odio contra todo lo que sonaba a musulmán en el país. A pesar de la presencia de fuerzas internacionales, los musulmanes de la zona se sentían poco protegidos y tomaron la opción de organizarse en grupos armados para defenderse de las incursiones enemigas. Se trata de una historia repetida en muchos otros conflictos armados. El problema de las milicias formadas por civiles es que, al estar por personas que no han tenido una formación militar, terminan por degenerar en grupúsculos indisciplinados que no raramente terminan enfrentados entre si por cuestiones como reparto de dinero o venganzas personales. A esto se añaden otras cuestiones como luchas internas por el liderazgo del grupo, que pueden polarizar una sociedad ya muy frágil. Las milicias musulmanas del PK5, ademas, han incendiado millares de casas de sus vecinos cristianos de otros barrios en acciones de represalias, condenando a miles de personas a vivir sin techo. Curiosamente, cuando el Papa Francisco vino a Bangui a finales de noviembre de 2015, todos los lideres de estas milicias se pusieron de acuerdo para hacer la paz y recibirle por todo lo alto, algo de lo que aun hoy se sienten orgullosos.

Al final, el primer líder de las milicias de autodefensa, un comerciante llamado Ali Fadoul, respondió favorablemente al programa de desarme lanzado por Naciones Unidas y ayudo a sus 250 incondicionales a guardar las armas y apuntarse al programa de reducción de violencia comunitaria. Esto, que en principio era algo positivo, dio paso a otros problemas, ya que su número dos, un antiguo soldado llamado Animeri Matar, alias “Force”, tomo las riendas de los descontentos y a los pocos meses los restos de las milicias se dividieron en tres grupos: el liderado por Force, el de “Cincuenta Cincuenta” y el de Abdoul Danda, alias el “Muyahidín”.

Y entonces se acabaron ya las consideraciones sobre la defensa de la comunidad, y los milicianos se convirtieron en bandas armadas que viven del fusil y van por las tiendas exigiendo a los comerciantes que paguen el “impuesto” para proteger a la comunidad. No raramente, ocurre que llega un camión de fuera de Bangui y a los pocos minutos aparecen unos chicos con el Kalasnikov al hombro pidiendo 50.000 francos (el equivalente de unos cien dólares). El pobre conductor, tras tragar saliva y pagar a regañadientes, cree que todo ha terminado cuando al cabo de otras dos horas ve llegar a otro grupo de mozalbetes armados –esta vez de otro grupo- que le piden otra vez la misma cantidad. Con frecuencia estas y otras disputas acaban a tiro limpio, con muertos y heridos. En el Kilómetro Cinco no hay policía ni nada que se parezca a la autoridad del Estado, y ante tales desmanes la gente se siente indefensa.

Algo asi fue lo que ocurrió el pasado domingo 30 de octubre. Dicen que “cincuenta cincuenta” y su aliado Abdoul Danda estaban en una boda, cuando sus muchachos vinieron a decirles que los del otro grupo, de “Force” estaban recogiendo dinero en una zona que ellos reclaman como suya. Alla se dirigieron con furia –seguramente bajo los efectos de la droga- y en seguida empezó la balacera. Al cabo de una hora había nueve muertos y doce heridos.

“Cincuenta cincuenta” y Abdoul Danda el Muyahidín murieron también. Dice la gente del Kilometro Cinco que, aunque no pueden hablar muy alto por si las moscas, se sienten aliviados. Recuerdo que, antes de irnos mi compañero y yo, les dijimos que pensaran en dejar las armas y volver a las aulas. Pocos días después, nuestro equipo de Naciones Unidas negocio también con ellos para empezar a hacer trabajos comunitarios pagados, como paso previo al desarme. Espero que los que aún quedan con vida acepten un día un futuro distinto de la muerte.


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