ESPERANZA AGUIRRE NUNCA abandona a los suyos. Nunca. A ninguno. No lo hizo en su día con Federico Jiménez Losantos, para quien pidió un “trato humano” ante el mismísimo Rey de España; ni con el ex director general de Telemadrid, Manuel Soriano, cuando estuvo en apuros judiciales por un caso de supuesto acoso sexual; ni tampoco ahora con Fernando Sánchez Dragó, empleado también en la cadena pública madrileña. Hay otros muchos ejemplos de madre protectora, en plan "tranquilos, no pasa nada, que aquí estoy yo para defender a mis polluelos descarriados."
A la presidenta de la Comunidad se le podrán criticar muchas cosas pero no el desparpajo que gasta, ni la claridad de ideas que manifiesta cada vez que alguno de los “suyos” comete un desliz, delira, mete la pata o, simplemente, desbarra. Y está bien, lo estaría, si fuera así de comprensiva y de “liberal” en todos los casos y con todo el mundo, no sólo con los que son de su cuerda.
Cuando tocan a los “suyos”, antepone la libertad de expresión, se escuda en que el pensamiento no delinque o, como con Sánchez Dragó, defiende contra capa y espada que el polémico tramo de la conversación del escritor con Albert Boadella, en el que comparte confidencias y relata experiencias sexuales con menores en primera persona, no es más que literatura. Pues vale, pero yo creía que la Literatura era otra cosa. Y claro, comparar a Sánchez Dragó con García Márquez, con Henry Miller o con Gil de Biedma se me antoja excesivo.
La presidenta madrileña que tanto se escandalizó con los contenidos de la asignatura Educación para la Ciudadanía demuestra ahora una gran permisividad con determinados relatos ¿literarios? Sostiene Aguirre que “la literatura está llena de actos reprobables”. Y de personas condenables, a las que habría que enviar no a la hoguera, desde luego que no, sino a galeras o directamente al ostracismo. Ah, y esto último es sólo una figura literaria. Dios los cría ... y ellos se protegen.