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“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González Harbour

Publicado el 11 junio 2021 por Marianleemaslibros
“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González HarbourJamás me ha salido al paso un peatón ni un motorista, pero los ciervos los recuerdo bien. Llegaron sin avisar. Yo también frené para esquivarlos, y aún recuerdo mi temblor mientras contemplaba su paso elegante y bello hacia la urbanización. Mi camionero no tuvo la misma suerte que yo. También a él le llegó todo sin avisar. Aún me estremezco al recordarlo.
Los conductores jóvenes, los inexpertos, no lo saben. Les puede el impulso de ayudar y muchos mueren por salvar a un ciervo, a una vaca, a un peatón. Pero los camioneros viejos y experimentados saben que si algo te sale al paso es mejor no apartarse, no frenar, mantenerse firme.“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González Harbour“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González HarbourBerna González Harbour (Santander, 1965) es periodista, analista política y colaboradora cultural. Subdirectora de EL PAÍS, donde ha trabajado en la sección de Opinión, anteriormente ha sido Editora de Babelia y enviada especial a numerosos países en conflicto. Escribe en Cultura, Babelia y Opinión, colabora en la revista cultural Zenda y participa habitualmente en la tertulia de Hora 25, en la Cadena Ser.
Actualmente es autora de varias novelas;  "El sueño de la razón" (Destino, 2019) cuarta entrega de la saga "comisaria Ruiz", precedida por "Las lágrimas de Claire Jones" (Destino, 2017), Finalista del Premio Dashiell Hammett 2018 , "Margen de error" (RBA, 2014) y "Verano en rojo" (RBA, 2012). También ha escrito "Los ciervos llegan sin avisar" (RBA, 2015) y recientemente "El pozo" (Destino, 2021)
“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González HarbourElegir un buen título es importante, claro. Y “Los ciervos llegan sin avisar”, ese título fue lo primero que me llamó la atención cuándo me encontré de cara con la novela. Supe después de leerla que, en este caso, más que una pista sobre algo relacionado con el argumento, es una idea recurrente que tiene la protagonista, una duda que siempre hay en medio de sus pensamientos y la asalta de vez en cuando:
He visto una señal con la imagen de un ciervo saltando y he recordado la frustración que esta siempre me provocó: posible presencia de ciervos durante los próximos tres kilómetros. Jamás vi ninguno en el perímetro aludido y siempre me pregunté: ¿Y por qué tres kilómetros? ¿Acaso no pueden echarse a correr un poco más y aparecer a los cinco, diez o veinte kilómetros? ¿Y por qué solo ciervos y no liebres o zorros, que sí me he cruzado?

Después escuché por ahí o leí algo muy curioso que también influyó a la hora de elegir esta lectura, que ya os adelanto me ha gustado mucho y me ha enganchado por completo: en una entrevista, la autora contaba que hay algo de realidad en el argumento, ya que está basada en un suceso que le ocurrió veinte años antes de ponerse a escribir la historia, cuando conduciendo por una carretera solitaria se encontró de repente con un hombre tirado en medio de la vía, gravemente herido tras haber sufrido un accidente con su camión. Berna, que entonces no tenía teléfono móvil, estuvo junto al hombre, hablándole y reconfortándolo hasta que llegó la ambulancia y, luego, no volvió a saber nada de él. Eso fue el germen de la novela, el verdadero detonante de la misma.
Ella misma nos cuenta: “Siempre me quedé con el interrogante de si alguien le esperaba, y de si esa persona querría saber que yo le hablé, que le atendí. Tampoco supe si murió” y que quiso resolver esa incógnita a través de las pesquisas de Carmen, su protagonista.
La trama sin spoilerCarmen no pasa por un buen momento, divorciada, con un hijo pequeño al que adora, economista en paro después de que el banco en el que trabajaba quebrase y que su jefe y amante Miguel, le pusiera de patitas en la calle tras múltiples engaños y falsas promesas. Ha pasado de tener éxito, reconocimiento y dinero, a perderlo todo. 
Últimamente parece que le viene mucho a la cabeza un accidente que presenció hace veinte años en una carretera de su pueblo: su brusco frenazo, el cuerpo agonizante del camionero tendido en medio de la calzada en esa recta infinita y al fondo del precipicio, su camión destrozado. No pudo hacer gran cosa por él, tan solo cogerle la mano, escuchar su respiración estertórea y agitada, y acompañarle en esos duros momentos.
Al verle yo había frenado bruscamente en el arcén, me había bajado del coche y le miraba en cuclillas sin entender de dónde había salido. Allí no había nada que lo pudiera explicar ni nadie que le pudiera ayudar. El silencio de esa recta estaba roto únicamente por el susurro de plumeros agitados por el viento. Lo observé. Era un hombre joven, fuerte y de apariencia ruda. Era robusto, sin ser gordo, y de espaldas recias. Estaba extendido cuan largo era, boca arriba, como si el cansancio le hubiera vencido de repente y se hubiera acostado sin más a echar la siesta. El hombre estaba aún vivo pero, si ese no era acaso su último aliento, debía de ser el penúltimo.

Además, nunca olvidará la imagen de esa mujer menuda en bata y zapatillas que llegó corriendo desde una casa lejana, alzando los brazos, gritando y sollozando angustiosamente y esa silueta que creyó ver agazapada, como escondiéndose, entre los campos de plumeros.
¡Mi hijo! ¡Mi hijo! —Entendí al fin el grito de la señora, que se presionaba ambos lados de la cara con las manos mientras no lograba contener el llanto.—¿Es su hijo? —le pregunté señalando la camilla ya subida en la ambulancia.Ella no me escuchaba. Era muy menuda, pero con una fuerza que no se le adivinaba me agarró por los hombros y empezó a zarandearme mientras me miraba a los ojos como si yo ocultara una respuesta.—Lo he visto todo, lo he visto. ¿Dónde está mi hijo? Dime, ¿dónde está?

Pero también recuerda perfectamente que cuando la ambulancia se lo llevó, el hombre aún seguía vivo y que allí quedó su paquete de Ducados aplastado en el suelo con una pequeña foto de carné que ella cogió disimuladamente y que aún conserva: unas uñas bonitas, una mano pequeña de mujer sujetando en brazos a un bebé, un niño rollizo y sonrosado que debía de tener varios meses. ¿Su mujer y su hijo tal vez? 
Saqué la foto situada entre el plástico y la cajetilla. Había pasado un tiempo y había perdido color, pero la mirada de un niño sonriente exhibiendo con orgullo su único diente seguía apelando a mi memoria olvidadiza.

Arruinada, con demasiadas facturas que pagar sin cuenta corriente de la que tirar,  y  con una demanda de custodia por parte de su exmarido que le quiere quitar a su hijo Marcos, quizás ha llegado el momento de mirar atrás, de volver a ese lugar, a esa interminable recta y averiguar qué pasó con el camionero y a ser posible devolverle su foto. Así que aprovechando que su hijo va a pasar siete días con la familia de su padre, no se le ocurre nada mejor que hacer que regresar allí e investigar. ¿Habría conseguido salir adelante? ¿Qué fue lo que le ocurrió para tener que dar un volantazo en una recta de total visibilidad y salirse de la carretera? ¿Quizás se quedó dormido?
Y sin embargo, aquí estoy, conduciendo hacia el norte, rumbo a la recta imprecisa que no sé si aún existe, en busca de un camionero que seguramente falleció hace veintidós años dejando viuda y un hijo sonriente en algún lugar aún más impreciso del mapa; y en busca de un campo de carrizos de la pampa, una gramínea invasora comúnmente conocida como plumero, donde se perdió la sombra escurridiza de otro ser. Es exactamente eso lo que voy a hacer. Desandar.

Una vez en el pueblo, se reencuentra con la mujer menuda vestida de negro, a la que todos llaman “La Loca”e indagando un poco, descubre que en esa misma recta hubo otro grave accidente en el que un motorista murió en extrañas circunstancias que fueron encubiertas por intereses personales y sospecha que los lugareños saben más de lo que callan. Conoce a Daniel, el dueño de la gasolinera con una hija adolescente que le ayuda en el negocio,  por el que sentirá una atracción instantánea. Él le ayudará con sus pesquisas.
Tirando y tirando del hilo, la historia avanza, los personajes se entrelazan, pasado y el presente también parecen juntarse y lo personal se mezcla con la investigación sobre el accidente. Poco a poco van surgiendo las respuestas a tantas preguntas, a tantas incógnitas.
Los puntos fuertes de la novelaA veces, solo se avanza retrocediendoCarmen recuerda a menudo los consejos que le daba su tío cuando la enseñaba a escalar con quince años, como la ayudaba a buscar los puntos de fijación en la roca, a buscar esas fisuras sobre las que agarrarse en el ascenso. Y cómo a veces, en la roca, al igual que en la propia vida, las hendiduras, los anclajes, han quedado detrás y la única solución para acceder a ellos es ir hacia atrás y volver a empezar.Eso hace ella, retroceder. Su punto de partida elegido es esa cuenta pendiente del pasado, ese accidente que que nunca ha podido olvidar y en su nuevo comienzo, tiene la suerte de cruzarse con Daniel, un hombre bueno y honesto. ¿Quién le iba a decir a ella que podría volver a enamorarse?
El pueblo, un personaje másEl Pueblo sin nombre en el que sucede el accidente, se presenta como un lugar hostil al regreso de Carmen, y sus habitantes también. Parece que no ven con muy buenos ojos que llegue una intrusa haciendo preguntas incómodas y hurgando en ese silencio que parece envolverlo todo, ahondando en ese secretismo mantenido durante todos esos años.
Estoy bien respirando aire de pueblo, sentada junto a unos ganaderos cejijuntos que, vale, parecen unos hijos de puta y a saber qué ocultan, pero a su manera son auténticos, no fingen nada, no simulan historias, a nadie quieren camelar.

La crisis como telón de fondoLa novela está ambientada en 2014, en una España que no ha conseguido todavía salir de la grave crisis económica en la que lleva años sumergida: altas tasas de paro, gran cantidad de negocios en la quiebra, desahucios por todas partes, como le ocurrió a Carmen, que de la noche a la mañana se quedó en la calle, sin trabajo,  con  una hipoteca que pagar y un niño a su cargo que alimentar.
Machismo y violencia psicológica de géneroLa propia Carmen sufre el chantaje psicológico y emocional de su exmarido Julián, con sus comentarios para picarla y poniendo a su hijo en contra de ella, con sus constantes amenazas y discusiones sobre la pensión del niño. Porque al fin y al cabo es lo más fácil para intentar hacerle daño a ella, utilizar al niño como arma emocional, lo que viene siendo la "violencia vicaria" (algo que por desgracia es cada vez más frecuente). 
Ya ves. Tú verás. Hemos colgado. Ten cuidado. Ya ves. Por algo será. Esas frasecitas me matan, manipula al niño y me quiere manipular a mí. Y me quedan demasiados años soportándole, muchos más que los que duró la felicidad. 

También ha sido amenazada y controlada por el que creía hasta hace nada su pareja, Miguel, pero ahora se siente libre.

Yo soy libre, aunque yo jamás lo hubiera visto así. Me cuesta identificar mi relación de pesadilla con Julián como de libertad. Su control, sus amenazas, sus llamadas. También la que he tenido con Miguel. Su engaño, sus artimañas, su preocupación repentina por mí ahora que se ha quedado solo. Y, sin embargo, es verdad. No debo nada a ninguno. Estoy sola. Soy libre. Suena suficientemente bien.

Además, la mujer del dueño del hostal en el que se hospeda Carmen y  la anciana mujer menuda de la casa cercana a la recta, les tienen miedo a sus maridos, se dejan humillar y dominar.

Resumiendo: "Los ciervos llegan sin avisar" es una novela negra bastante peculiar porque no tiene asesinatos sangrientos, ni violencia y no hay investigadores profesionales. Aquí quién investiga es la protagonista de la historia, una mujer normal y corriente que solo desea saber qué ocurrió con algo que presenció en el pasado. También es un drama social, porque contiene bastante crítica y denuncia social de fondo. Bien narrada, con una prosa directa, potente y buenos diálogos, la autora plantea varios temas interesantes: cómo el pasado sin resolver siempre regresa, y que por muy mal que vayan las cosas, el destino a veces puede girar de forma radical y depararnos gratas sorpresas. Y esos padres separados cuya prioridad no es el bienestar de sus hijos, sino dañar y hacer sufrir al máximo a su expareja.
Mi nota es la máxima:
“LOS CIERVOS LLEGAN SIN AVISAR” de Berna González Harbour

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