Domingo primero de julio, 6:30 de la mañana. Juan se despierta de un brinco. La ansiedad no le permitió dormir bien. Rápidamente se alista y apenas da unos cuantos bocados a su desayuno. Hoy le toca ser presidente de la casilla electoral donde ha votado desde hace 24 años. Pasadas las 7:30 saldrá apresurado hacia la escuela que se encuentra a escasos metros de su casa, el lugar donde va a instalar la mencionada casilla. Quiere que a las 8 de la mañana todo esté listo para recibir a sus conciudadanos. Llevará consigo todo el material para la elección que ayer le entregaron los funcionarios del IFE.
7:00 AM. Se levanta Guadalupe Hernández, Lupita para los conocidos. Irá a la misma casilla que Juan. A ella también le tocó ser funcionaria electoral. En las semanas previas recibió a los capacitadores para que le explicaran su papel durante ese día tan especial. En las noticias de ayer vio que su apellido es el más común en el padrón: lo comparte con casi cuatro millones y medio de electores.
8:10 AM. Juan no logra su meta. La casilla apenas está abriendo, con diez minutos de retraso. Tampoco está tan mal, piensa. Ya llegaron todos, incluidos los representantes de los partidos. Ya hay cinco vecinos haciendo fila para poder votar. Empezamos. Esta acción se repetirá 144,415 veces a lo largo de todo el país.
2:00 de la tarde. Se acercaron a la casilla los familiares de Juan y de Lupita, para llevarles comida y ver que tal están.
Los hijos de Juan, de 4 y 6 años, se quedaron con su padre poco más de una hora. Orgulloso de su labor, les estuvo explicando lo que hacía ahí, en la escuela de los pequeños y en domingo. Les pareció un poco extraño, pero al final acabaron entendiéndolo, o al menos eso le dijeron.
6:00 de la tarde. La jornada transcurrió sin incidentes destacables. Lo de siempre: algunas personas preguntando si esa era su casilla, algunas otras que no pudieron votar ya que tenían la credencial con terminación 03. Ni modo. Se cierra la casilla. Con el paso de las horas, Juan, Lupita y los demás funcionarios y representantes de los partidos acabaron volviéndose amigos e intercambiando sus números de teléfono.
9:00 de la noche. Después de contar los votos y realizar todos los procedimientos y protocolos que exige el IFE, Juan pega una copia de cada acta –con los resultados– en la pared de la escuela. Unos metros más allá, harán lo mismo los ciudadanos que estuvieron en la casilla para elegir a los representantes locales.
Con todo el material –boletas, actas con los resultados, etcétera– en un maletín, Juan, Lupita y dos representantes partidistas se dirigen al Consejo Distrital del IFE. Los demás, una vez firmadas las actas y visto que todo estaba en orden, decidieron retirarse. Llegan casi a las diez.
11:10. El proceso de entrega tardó un poco, pero los resultados finalmente estaban en manos de la autoridad electoral para ser capturados y difundidos. Tarea concluida.
11:55. Juan llega a su casa, se siente satisfecho, casi emocionado. Prende la tele. Parece que no ganó el candidato por el que había votado. A veces se gana y otras se pierde, dijo.
Lunes 2 de julio, 5:45 de la mañana. Después de haber dormido escasas cuatro horas y media, Juan se levanta –como todos los días– para ir a trabajar. Arrastrará durante toda la semana el cansancio acumulado, pero es algo de lo que no se arrepiente. Todo lo contrario, está orgulloso de su labor y del ejemplo que dio a sus hijos.
6:45 AM. Lupita ya está en la cocina para preparar el desayuno de su hija y llevarla a la escuela. Es la última semana de clases, pero todavía hay que asistir. El sol apenas despunta en el horizonte y el país comienza a desperezarse y a ponerse en marcha.
El esfuerzo durante la jornada electoral fue inmenso. Millones de horas/hombre invertidas por los ciudadanos, para simplemente cumplir con su deber cívico. Cientos de miles de mexicanos –como Juan y Lupita– que sacrificaron su único día de descanso y el poder estar con su familia. Una paliza de más de doce horas.
Nosotros decidimos. La elección la hicimos los ciudadanos. Instalamos las casillas, verificamos la identidad y le dimos las boletas a nuestros vecinos, y por último contamos los votos. Lo menos que podemos hacer ahora es respetar ese esfuerzo. Nosotros mismos como ciudadanos, pero sobre todo ustedes candidatos.
A veces se gana y otras se pierde, pensó Juan.
Publicado en SinEmbargo.mx, 2 de julio de 2012.