Los auténticos clásicos no pierden con el paso del tiempo
“Menuda antigualla”, dijo una adolescente cuando en la radio sonaba una de los Beatles; preguntada por sus preferencias, proclamó orgullosa que lo bueno y moderno es Katy Perry, Taylor Swift o Melendi. Otro joven de veintitantos, con pendientes varios en la oreja y barbita rala, se mofó del espacio que los medios de comunicación daban a la muerte de Joe Cocker y otros “viejos fósiles”, cuando la música más auténtica y “de nuestro tiempo”, gritó, es el rap (y eso que difícilmente esto puede ser considerado música, ya que no se puede tararear ni admite instrumentales). El atrevimiento engreído de la mocedad es hasta cierto punto disculpable (afortunadamente también hay jovenzuelos que descubren con admiración a los grandes clásicos), sin embargo, existen muchos ya entrados en años que sostienen sin pudor que Mecano fueron mejores y más influyentes que cualquier grupo del “paleolítico”, refiriéndose así a los sesenta del siglo pasado.
Una de las características de la música pop y rock es su urgencia, la velocidad con que se suceden los éxitos, lo fácilmente que se pasa de la cumbre al abismo; de este modo, existe una industria que manufactura música de usar y tirar, canciones y discos (pronto ya ni esto) con poco más valor que cualquier otro producto, como un paquete de pañuelos de papel, que se utilizan, se desechan y, por supuesto, se olvidan porque se pueden comprar otros iguales. Por eso, los nombres que consiguen superar la barrera del tiempo, los que conectan con generaciones sucesivas, no hacen sino consolidar su valor, ya que demuestran haberse situado por encima de las modas y gustos pasajeros. Son los que alcanzan el estatus de clásico. Así, lejos de quedarse anticuados, los años los verifican y consolidan, y al contemplarlos con la perspectiva de los años parecen incluso agigantarse. En fin, que no puede olvidarse que la principal característica de aquello que está de moda es que pasará de moda, mientras que lo que verdaderamente tiene ingenio y talento no depende de los gustos y, por tanto, ni está ni pasa de moda.
Curiosamente, ni el púber más ingenuamente arrogante y con más espinillas en la cara calificaría de pasado de moda a Beethoven, aunque de él conozca poco más que el nombre y el consabido ‘ta, ta, ta, taaa’ con que empieza su quinta sinfonía; ningún chavalote de cuarenta se atrevería siquiera a comparar al Capitán Alatriste con Don Quijote; nadie con un mínimo de criterio diría que las películas de ‘Torrente’ son más graciosas que las de los Hermanos Marx. Sin embargo, con la música más joven, la surgida hace unos sesenta años, la cosa cambia, y tal vez porque cualquiera se siente un iniciado en la materia, se la menosprecia o ensalza en función de su fecha de aparición y no según sus cualidades. Pero el caso es que al final, el tiempo termina por colocar a cada uno en su sitio, y sólo perdura aquello que contiene algo más que formas, adornos o estilos momentáneos.
Los discos de los clásicos se siguen vendiendo, sus canciones aparecen en el cine y la televisión, sus melodías se integran en películas y series proporcionando desde ambientes especiales a referencias temporales; sin embargo, ¿cuántos números uno efímeros, cuántos artistas que estuvieron de moda venden algo pasados unos años? No hará falta mencionar nombres.
En esto del arte, la historia sólo reconoce el mérito.
CARLOS DEL RIEGO