«Las utopías son experimentos sociales que utilizan a los seres humanos como cobayas al prometerles un paraíso en la Tierra, los cuales la mayoría de las veces no son sino un cielo con colmillos, ya que el edén suele devenir en infierno.»
Las utopías han sido siempre un faro de esperanza al recrear la visión de sociedades perfectas y prometer un horizonte de igualdad y armonía. Sin embargo, cuando los paraísos terrenales han intentado materializarse, lejos de ser cielos despejados, a menudo se han revelado como «cielos con colmillos», donde el anhelado edén se ha transformado en un infierno.
Con una perspectiva enriquecida por las Humanidades que abarca la filosofía, el arte, la literatura, el cine y la música, Emilio Lara demuestra que, aunque la realidad muestre sus fauces afiladas y devore los intentos de edificar un mundo idílico, la promesa de un cielo terrenal sigue siendo un motor ideológico y emocional para la humanidad.
«Este libro me ha rondado durante casi treinta años,
como una historia de amor imposible.»
Este libro trata de la esperanza proporcionada a las comunidades humanas a lo largo de la historia a través de las utopías, es decir, del diseño de sociedades perfectas, ideales, donde las personas podrían liberarse de la opresión, resarcirse de los agravios sufridos, abandonar la pobreza y convertirse en hombres y mujeres elegidos. Esta obra considera que las utopías son experimentos sociales que utilizan a los seres humanos como cobayas al prometerles un paraíso en la Tierra, los cuales la mayoría de las veces no son sino un cielo con colmillos, ya que el edén suele devenir en infierno. O sea, muchas de las utopías se transformaron, progresivamente o de sopetón, en lo que en el ámbito de la ciencia ficción suele denominarse como distopías: sociedades futuras de características negativas. Desde esta óptica, la mayor parte de los experimentos utópicos serían algo así como la cara oculta de la Luna, el reverso tenebroso de la Fuerza o el doctor Jekyll y míster Hyde.
«Esta es la historia de adánicos paraísos terrenales
que terminaron convirtiéndose en tierra de dráculas.»
Normalmente, los estudios sobre las utopías se circunscriben al ámbito filosófico, lo cual no solo parece al autor un reduccionismo de concepto y método, sino que ofrece una imagen distorsionada, pues al enjuiciar las utopías exclusivamente desde el campo teórico de la filosofía la conclusión que se extrae es que casi todas fueron una especie de Jauja o de Disneyland para adultos, donde llevar una pulsera en la muñeca daba derecho a barra libre de felicidad.
Cada una de las sociedades ideales vistas en este libro —trece en total— se contextualiza necesariamente en un momento histórico, pues desconectarlas del periodo en el que fueron concebidas es un dislate, un dislate monumental.
«Mi visión de las utopías, la tomo de las humanidades, la hago desde una perspectiva hecha con aportaciones de historia, filosofía, arte, literatura, cine y música. Mis reflexiones nacen de lo que he vivido, leído y visto, pues cada uno de nosotros es un balance ponderado de todo ello.»

Emilio Lara durante la presentación del libro estuvo acompañado en el acto por Javier Gómez, director de la fundación Juan March.
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Hay dos bloques fundamentales: las utopías predadoras y las incruentas. Las primeras obligaron a la gente a adherirse a ellas, y la resistencia normalmente acababa en el presidio o en un baño de sangre propio del cine gore. Las segundas, las incruentas o de guante blanco, se construyeron o intentaron hacerlo con hombres y mujeres voluntarios, sin imposiciones a quienes no se sumaban.
Las diferentes utopías tratadas es este libro, tanto si se quedaron en la teoría o se materializaron en diferente grado y en distintas etapas históricas, tienen una serie de elementos comunes:
1. Cada ideal fue formulado y, en su caso, aplicado en un periodo bisagra, es decir, en un momento histórico de cambio (más o menos rápido) caracterizado por un mundo que sucumbía y por otro que se alumbraba.
2. Los intelectuales que planifican utopías suelen ser hombres desconectados de la realidad. Viven encerrados en su torre de marfil y no comprenden bien la complejidad social, económica y política circundante, de modo que se desenvuelven exclusivamente en la esfera del pensamiento abstracto y plantean un modelo de sociedad tal y como existe en sus cabezas […].
Las modalidades utópicas de autoría colectiva no fueron acaudilladas por psicópatas, no hacían un proselitismo fanático de vertiente sangrienta, y vivían en paz con el resto de la sociedad que les tocó vivir. Y si fueron atacadas fue por resultar inadmisibles para los poderes constituidos, o bien perdieron fuelle porque su modus vivendi dejó de ser atractivo para sus componentes, que acabaron desmotivados.
3. Todas las utopías pertenecen a la civilización occidental. No existe ni una sola germinada en otra civilización […]. Un cínico podría decir que no sabría asegurar si perdieron la oportunidad de vivir las utopías o se libraron de ellas.
4. Ninguna utopía fue diseñada por una mujer, ni hubo mujeres que ejercieran de arquitectas de primera línea en las que se construyeron […]. Las mujeres han carecido hasta fecha reciente de puestos de responsabilidad y de una posición social preeminente que les permitieran, en primer lugar, disponer de tiempo libre a mansalva y de un ámbito privado sosegado para elaborar utopías, y, en segundo lugar, tener la potestad de ejercer un liderazgo colectivo capaz de atraer a fieles seguidores y llevar a la práctica una utopía.
5. Las sociedades perfectas no tienen paciencia, muestran mucha prisa por construir su mundo ideal. Le dan acelerones al presente para llegar cuanto antes al futuro.
6. Ningún ideólogo o activista ha renegado del orden nuevo que ayudó a construir. Para ellos no existió una ineptitud sobrevenida o un fallo estructural en el sistema. Si estiman que la cosa fracasó fue por las circunstancias externas, no por la bondad intrínseca del sistema.
7. Las psicologías de los responsables de las utopías de sangre y de sus ayudantes más estrechos sí comparten un narcisismo mesiánico y ciertos rasgos psicopáticos, lo cual no ocurre con el utopismo sin glóbulos rojos. Los incubadores de utopías que resultaron ser unos desalmados demagogos fueron conscientes de la brecha que, en cualquier época y sociedad, ha existido entre la realidad y el deseo, por eso supieron agitar el espantajo de las miserias humanas y, a la vez, ofrecer una vida perfecta que solucionase de un plumazo los problemas.
8. Al renegar de un pasado cuyas enseñanzas históricas se les antojan la chatarra de un cementerio de coches, los activistas de las sociedades perfectas viven obsesionados por alcanzar el futuro: un tiempo virginal no mancillado por la historia.
9. ¿Qué tipo de utopías le esperarían a la humanidad? Una utopía marcada por la tecnología […]. Esa población transhumana visionada por el profesor israelí Noah Harari forma parte del futuro, pero como la profecía o la anticipación del porvenir no está entre mis dones, me he limitado a utilizar un telescopio para mirar al pasado y así poder historiar las utopías. Lo mío no es hacer pronósticos apocalípticos o ensoñadores, sino tratar de esclarecer el pasado. Que unos miren hacia delante para hacer cábalas, que yo lo hago hacia atrás para entender lo que sucedió.»

La primera utopía que analiza Emilio Lara es la ciudad platónica y en ella nos cuenta que «La idea central [de la ciudad platónica] era que a través de la educación se forjarían hombres virtuosos y justos capaces de gobernar sus propias vidas y de dirigir una polis donde reinase la felicidad. Debía ser una ciudad pequeña y autárquica, autoabastecida de bienes y servicios.»
Y también que su mayor odio —herencia familiar— se concentró en la democracia, a la que consideraba “el gobierno de la chusma” por su tendencia a hacer iguales a todas las personas y por someter a votación las principales propuestas.
Una sorprendente innovación platónica respecto a la Grecia antigua es que la educación recaería tanto en los hombres como en las mujeres. No se harían distingos entre niños y niñas. Esto era algo revolucionario. Lo curioso —o paradójico— es que el filósofo, que se mostraba tan adelantado a su época en sus planteamientos teóricos, no tuvo discípulas en su Academia. El aristócrata predicaba pero no daba trigo. A fin de cuentas, pensaba que el alma femenina era una degeneración del alma masculina, y que la mujer estaba sometida a la irracionalidad. Yo añado que Irene Vallejo en su obra El universo en un junco al hablar de Platón también decía que era muy machista.
Así doce más, Cátaros, Savonarola, Tomás Moro…, que podrás ver en el Índice, en primeras páginas.
Emilio Lara demuestra que, aunque la realidad muestre sus fauces afiladas y devore los intentos de edificar un mundo idílico, la promesa de un cielo terrenal sigue siendo un motor ideológico y emocional para la humanidad.
Lee y disfruta de las primeras páginas del libro.
El autor:
Emilio Lara (Jaén, 1968), Doctor en Antropología, Licenciado en Humanidades con Premio Extraordinario y Premio Nacional Fin de Carrera, profesor de Geografía e Historia de Enseñanza Secundaria. La Junta de Andalucía le entregó en 2020 la bandera de Andalucía de las Ciencias Sociales y las Letras. Ha publicado decenas de artículos académicos de historia en revistas españolas, francesas e italianas.
Es autor de las novelas La cofradía de la Armada Invencible (2016); El relojero de la Puerta del Sol (2017), Premio Andalucía de la Crítica de Novela y Premio de Novela Histórica Ciudad de Cartagena; Tiempos de esperanza (2019), Premio Narrativas Históricas Edhasa; Centinelas de los sueños (2021) y Venus en el espejo (2023). En 2022 recibió el Premio Legatus de novela histórica.
El libro:
Los colmillos del cielo ha sido publicado por la Editorial Ariel. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 448 páginas.
Como complemento pongo el vídeo de la presentación de Los colmillos del cielo.
Para saber más:
https://x.com/emiliolaral
