Carlos César Arbeláez se estrena en la ficción, tras el paso por el género documental, con esta verdadera joya del cine latinoamericano rodada en la Pradera, un pueblo de la cordillera de los Andes situado en la región que mejor conoce por haber nacido en 1968, Antioquia. Al principio quería realizar un film poético inspirado por la belleza del lugar, titulado Detrás de las montañas, pero el resultado, ante la situación de su país, ha sido muy distinto y mucho más interesante. Los colores de la montaña no es un film sobre la violencia sino, según su director, una película sobre el desplazamiento.
Revista Cine
Manuel vive en el paraíso: una cadena montañosa de múltiples matices, texturas y reflejos de luz, diferentes a lo largo del día, y que se transforma con cada estación. Después de las clases, cuando las hay, porque de vez en cuando las profesoras se van de la escuela sin motivo alguno, lo que más le gusta a Manuel es ir a jugar al fútbol con su pandilla de amigos. Pero su paraíso comienza a llenarse de agujeros negros: las minas “quiebra patas”, como las denominan los lugareños, que aparecen de la noche a la mañana en los lugares más insospechados.En los últimos años la vida de muchos pueblos colombianos se ha anclado en una cuadratura mortal, rodeada de la ambigüedad de los actores violentos que la cercan. Los guerrilleros, liberales en los años 50 y convertidos en marxistas o comunistas en los 60, los paramilitares, fantasmas de gatillo fácil, el ejército, inexistente o demasiado presente, y encima los narcos, por si fueran pocos los grupos armados que se pasean por los Andes. Ante esta situación algunos pueblos han decidido exponer su neutralidad, para intentar dejar de ser las víctimas de todos estos bandos, creando Comunidades de Paz, como es el caso de San José de Apartado desde 1997. Este intento no ha impedido unos 200 asesinatos desde entonces.La mayor desgracia que le puede suceder a Manuel se produce sin darse cuenta. El único balón que tienen para jugar acaba en medio de un campo minado, y pese a la prohibición de sus padres de recuperarlo, Manuel y su banda harán todo lo posible para poder volver a jugar al fútbol. En una escena llena de suspense, “Poca luz” es, evidentemente, el elegido para recogerlo. Se apoya en una piedra pero no llega a alcanzarlo. Se sube a la rama de un árbol pero sigue estando demasiado lejos, sus amigos intentan ayudarle y la rama comienza a quebrase, prácticamente lo roza con los dedos, el árbol va a ceder de un momento a otro sobre la mina, se le caen las gafas, no ve… y el espectador tiene los pelos de punta.El director, rodeado de un equipo de excelentes actores no profesionales, excepto Hernán Méndez, el padre de Manuel, ha creado por un lado, una magnífica metáfora sobre la libertad de opinión y la neutralidad en un espacio natural que, según avanza la película, va acumulando barreras, cercas, ventanas y encerrando a los protagonistas y, por otro, un sublime tratado sobre la inocencia representada por dos personajes: un niño que ve todo pero no entiende y un adulto, la maestra, que comprende lo que ocurre pero no quiere ver nada. Un película que todo espectador debería ver, para no perder la inocencia, o en su caso, poder recuperarla.